Estos son los lugares abandonados más misteriosos de México
México guarda en sus tierras diversos lugares de soledad y misterio ideales para estas épocas de Halloween y Día de Muertos
San Juan Parangaricutiro, Michoacán
El 20 de febrero de 1943, la tierra se partió a la mitad en el poblado de San Juan Parangaricutiro, en Michoacán, y la vida de todos sus habitantes cambió para siempre. Bajo sus pies, frente a sus ojos atónitos, estaba naciendo un volcán, el más joven en todo el mundo.
Aquel coloso precipitado, al que nombrarían "Paricutín", en honor al pueblo que estaba arrasando, cubrió con lava, magma y ceniza todo cuanto había a la redonda, dejando a su paso nada más que un infierno breve en la tierra.
Muchas décadas más tarde, en San Juan Parangaricutiro ya no vive nadie, y el pueblo abandonado parece más bien un escenario lunar, con formaciones de lava petrificada, y la iglesia solitaria en medio de un océano negro del magma solidificado que escupió una mañana de nadie el volcán naciente.
Mineral de Pozos, Guanajuto
Lo que alguna vez fue un pueblo minero lleno de esplendor, hoy no es más que una planicie grande de fincas y haciendas abandonadas donde ocupó su sitio el tiempo, y donde la denominación de "Pueblo Mágico" ha intentando revivir la lozanía perdida. Ubicada en Guanajuato, Mineral de Pozos llegó a ser un pueblo próspero, que vivió su auge gracias a sus minas de oro y plata, que se creyeron eternas.
Fue así hasta que una inundación subterránea cortó todo paso con la superficie, y la decadencia ya iniciada desde el periodo posrevolucionario terminó por consolidarse en Mineral de Pozos, que poco a poco fue habitada de nueva cuenta por el olvido.
Real de Catorce, San Luis Potosí
Real de Catorce está apostillado en el imaginario del mexicano como un escenario de leyenda: un antiguo pueblo minero ubicado en la inmensidad y en algún meridiano de la nada, con sus calles empedradas sin más caminante que el vacío, sus avenidas sin niños, y sus fincas de adobe descarapelado supurantes de hierbas, como una pesadilla rulfiana en la vida misma.
Quizás fue así en un instante del tiempo: hoy Real de Catorce está dentro de los Pueblos Mágicos de México, y aunque ya no es un rincón de olvido, aún conserva entre sus calles ese añejo encanto del misterio, la soledad de la noche en el epicentro del desierto, y el callado atisbo de las estrellas.
Churumuco, Michoacán
La torre de una iglesia se asoma por encima de las aguas, en el fondo de un valle despedregado y de silencio circundado por los cerros. En la capilla oculta bajo el agua ya no resuenan más los cánticos de los fieles, cuyas letanías, rezos y súplicas de otro siglo se convirtieron en un eco de luz en la piedra enlamada.
Los santos, el cristo crucificado y las vírgenes dolidas no suscitan el interés de la fauna submarina. La iglesia es una huella humana en aquel páramo de aguas platinadas donde el cielo no alcanza a reflejarse, y que quedó sepultada por la presa El Infiernillo en 1965.
Quechula, Chiapas
Después de un periodo de sequía en el caudaloso Río Grijalva, una capilla oculta por los siglos y por las aguas apareció de pronto en el cauce enlodado y de peces chapaleando en estanques de desesperación.
Era la iglesia de Quechula, construida por la orden de los dominicos en la época colonial, y que pudo ser una de las basílicas más grandes de Chiapas antes de que el Grijalva la devorara bajo sus aguas.
Hoy es una imagen de fantasía; la capilla con sus muros frontales intactos, rodeada por el cauce del río, que en sus periodos más secos sirve como balneario para los niños con sus pasillos de piedra enlamados, y el silencio de los siglos.