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Visiones de Atemajac
Francisco Goitia (13)
1926 y 1927 serán los años de ejecución de dos obras capitales: Viejo en el muladar y Tata Jesucristo. El primero mide 53 por 57 centímetros, es un óleo sobre tela y contiene a un hierático personaje, imperturbablemente sentado en un basurero desolado. La amplitud del cielo, el horizonte recortado y el hombre apoyado en un bastón de palo -todos ubicados en sendas secciones áureas- no hacen sino reforzar el impacto visual de la composición. Un triángulo escaleno, englobando al terreno y al ser humano, nos ayuda a aterrizar. Es un aterrizaje forzoso. Recordemos que para nuestro artista no había concesión posible. El personaje representa, qué duda cabe, el "alter ego" de Goitia.
Veamos con detenimiento al hombre sentado. Nos remite al espléndido personaje de la película Amores perros, de González Iñárritu. Me refiero al viejo barbado cobijado por sus crímenes, sus perros callejeros y su implacable soledad. El Viejo en el muladar también anticipa los paisajes insólitos de las películas de Jodorowsky o de portadas setenteras del rock de Led Zeppelin. Se agazapa, asimismo, un santón practicante de las creencias hindúes posando a la orilla del Ganges. El color de la piel, en este caso oscura, une humanidades. Las imágenes de Goitia, como apunté líneas atrás, se entrelazan con muchos tiempos y referentes culturales. Las correspondencias con otros autores y expresiones en ocasiones es evidente, en otras, se cubre de un velo difuso que solo nuestras evocaciones descorre de manera misteriosa. El arte de Goitia es intemporal, por tanto, clásico.
Tata Jesucristo es para muchos el cuadro fundacional de la pintura moderna en México. Está pintado con óleo sobre tela en un formato rectangular de 85 por 107 centímetros. La composición es sencilla: triángulos pareados contienen a las dos mujeres dispuestas frente a nosotros a manera de puesta en escena. Una se cubre el rostro con sus manos, la otra nos mira llorosa. Proyectan una tensa calma suspendida en la capilla claustrofóbica. Una vela encendida ubicada entre las dos sirve de enlace y de reforzamiento del carácter ritual del momento. También ayuda a propagar la luz cálida y amarillenta. Las formas que estructuran los cuerpos de las indígenas están planteadas a partir de líneas envolventes y sintetizadas. La resolución minimalista de los ropajes sentará las bases para buena parte de las indagaciones formales del muralismo y obra de caballete de la Escuela Mexicana de Pintura. Siqueiros, por ejemplo, mucho tuvo que agradecer a los brillos y texturas del rostro derecho. Goitia también captó en esta mujer las desproporciones y ciertas líneas de expresión grotesca propias de algunos indígenas: las manitas colocadas abajo del mentón de la cabeza descomunal o la dramática expresión facial no son casuales; todo está premeditadamente analizado. Forma es fondo. Las envolturas carnales, el drama del mundo indígena, el verismo intenso de la escena se ven sorprendidos por nuestro voyeurismo. Están presentes todos los dolores. Está presente la compasión de Goitia.
navatorr@hotmail.com
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