Entretenimiento
Visiones de Atemajac
Francisco Goitia (11)
El tronco del árbol del cual pende el cadáver, así como el cadáver mismo, para empezar con asuntos de composición, están colocados a la derecha del dibujo en una perfecta "sección áurea". La fronda del ramaje y el horizonte de la loma principal también están colocados en otra de las secciones áureas del trabajo: ahora se trata de la superior. La sombra del árbol sobre la hierba, por último, aprovecha la sección áurea inferior. De cuatro secciones susceptibles de ser aprovechadas en una superficie bidimensional, nuestro autor utiliza tres. Recordemos, asimismo, que el cruce de dichas secciones genera cuatro puntos dinámicos (así llamados en composición). Goitia se vale de dos: la cabeza ladeada del cadáver ocupa uno; el otro lo constituye la mancha de la sombra ubicada abajo a la derecha. La composición es dinámica y equilibrada. Dominio técnico y maestría.
El ritmo lo establece la repetición incesante de formas, trazos y volúmenes (en este caso de las ramas, yerbas y cabeza, orientadas hacia la izquierda). El resultado es una música frenética. Convengamos que el maestro traía la música por dentro, pero, en los momentos que desarrolló la obra que nos ocupa, su música interior era trepidante, convulsiva y explota de manera agresiva. Veamos cómo, detrás de un personaje en apariencia apacible o inofensivo, se desatan verdaderas tempestades anímicas. El arte en general y el visual en lo particular ayudan a trazar claras radiografías del sujeto, del objeto y del entorno. Comunicación transparente y eficaz, sin concesiones.
El alto contraste entre el amarillo estridente de la hierba y los negros y grises del tronco, cuerpo, fronda y sombra, ayuda no solamente a enfatizar el dramatismo de la escena, sino a la armoniosa distribución de las masas, subordinadas, cual fue la intención del maestro, a la expresiva rigidez del cadáver y el tronco principal.
Todo está puesto al servicio de la idea o mensaje. Todo nos remite a la emoción y a la vivencia de un artista asombrado ante el espectáculo que se despliega frente a él. El México revolucionario fue traumático. Imaginemos a Goitia con sus arreos y sombrero, sentado y pintando, aparentemente inmutable, frente a dichas visiones. Imaginémoslo no solamente sacudido por El ahorcado, sino, además, librando una lucha catártica que mitigara sus interiorizaciones: sus propios duelos.
navatorr@hotmail.com
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