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Viajeros en la Historia
Nuestra historia de hoy es tan peculiar como la mujer de la que trata...
Nuestra historia de hoy es tan peculiar como la mujer de la que trata. Ida Pfeiffer nació en Viena, en 1797. Fue la única mujer de ocho hermanos que no pertenecían a una familia aristocrática; Ida no era una erudita en alguna ciencia en particular, pero su más grande característica fue decidir un buen día realizar sus más anhelados sueños: viajar y conocer el mundo, ese mundo que en aquel tiempo parecía inalcanzable para una mujer que quisiera aprehenderlo por sí misma.
Se había casado con el doctor Pfeiffer, en 1820, un reconocido hombre de ciencia, viudo, veinticinco años mayor que ella, quien por atender su profesión pasaba poco tiempo con su familia. Pfeiffer era la ama de casa ideal, la típica mujer victoriana dedicada a atender a su esposo (cuando estaba con ella) y a sus hijos, cumpliendo la más estricta disciplina familiar. Cuando sus dos hijos tuvieron ya más de veinte años, su madre había muerto y su vida era aburrida y vacía, entonces Ida miró al horizonte y dijo: ahora es mi turno! Estaba decidida a dejar a su familia para viajar por el mundo, el cual le atraía de una manera especial, incluso desde que era niña. Arregló todos asuntos familiares, redactó su testamento, vendió y regaló algunas de sus pertenencias, se despidió de sus hijos y su esposo. Con casi cincuenta años de edad, partió de Viena en mayo de 1846. Salió de su casa con la convicción de que ya no regresaría, es por eso que decidió dirigirse a Tierra Santa, como previendo que si moría en el camino, sería en un acto entregado a Dios.
Sus pertenencias era lo que pudo cargar en una pequeña maleta; en sus bolsillos llevaba unas cuantas monedas, aunque su corazón iba repleto de valor, gozo y una extraña sensación de libertad que no era común experimentar en aquellos años, y menos una mujer.
Visitó Islandia, Medio Oriente, China, India, Persia, Irak, Rusia, Tahití… Conoció infinidad de lugares y personas; su condición de “mujer viajera” fue aprovechada por mercaderes quienes la timaron, al igual que lo hicieron dueños de camellos y capitanes de barcos. Pero más que las penurias que pudo haber padecido, aseguró haber vivido los mejores momentos de su vida (seguro que sí!). Dio la vuelta al mundo, el cual en momentos le pareció demasiado pequeño.
Nueve meses después regresó a Viena y contó sus sorprendentes anécdotas, a veces disparatadas, otras hasta cómicas. Escribió algunos libros de sus aventuras con los que pudo hacerse de dinero; realizó otras pequeñas expediciones y poco a poco empezó a adquirir fama al grado de que las historias que narraba le llegaron a interesar a hombres de negocios dueños de compañías navieras y de ferrocarriles, quienes le ofrecieron viajes gratuitos. Ida ya no podía detenerse, sentía que el deseo de toda su vida (viajar por el mundo) lo estaba cumpliendo de una manera como no lo había imaginado. Sus viajes cada vez más fueron más aventureros y alejados de los destinos turísticos, lo cual le otorgaba más fama y gozo. Se embarcó en un velero y se dispuso a recorrer los cinco continentes, lo cual logró para sorpresa de muchos contemporáneos de ella y nuestros. Visitó las selvas de las Célebes, las montañas de Perú, Norteamérica y Madagascar, donde con casi pierde la vida en 1857, además de otros cientos de lugares.
Ida Pfeiffer cumplió sus sueños, y hoy es grande no sólo por haber sido mujer, sino por haber hecho en aquellos años lo que ni hoy día muchos hombres se atreverían a hacer.
Cristóbal Durán
ollin5@hotmail.com
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