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El Oscar

Transcurría el año 1928 cuando los cineastas de Hollywood tuvieron la feliz idea de premiarse con la entrega de una estatuilla, símbolo de lo destacable en la industria –entonces del celuloide-, por el empleo de tal materia prima. Ahora es acetato de celulosa, quedando en historia el celuloide, causante entre otras cosas, de explosiones e incendios ajenos a este espacio.

El Oscar es la noche del cine. Sin duda es el máximo escenario para todos los involucrados con la cinematografía. Es la noche más espectacular de Hollywood que, gracias a la televisión, atrae la mirada de dos mil millones de espectadores en el mundo, algo así como más de la tercera parte de la población; sitio privilegiado para anunciantes y prestigioso para publicistas, donde treinta segundos de proyección televisiva uesta millón y medio de dólares.

Toda comparación es inútil. Las cifras son exponenciales y conducen a la reflexión acerca de la plataforma de un escenario con todo tipo de intereses que, sin restarle mérito al Séptimo Arte, sí acaso siembra dudas respecto a la legitimidad de premios y nominaciones que se traducen en ventas millonarias de boletos en taquilla, regalías, contratos a intérpretes, comisiones y más, cuyo valor, a la postre es discutible.

El fastuoso escenario del Teatro Kodak deja atrás el que para el mismo propósito fuera el Teatro Chino, contra la esquina del Hotel Roosevelt sede la primera entrega de Oscar, octogenario premio, cuya distinción es incuestionable y, por lo mismo, digna del mayor cuidado en cuanto a su ascendiente prestigio. Ya no se trata de alcanzar la cima, sino mantenerse en ella, como hasta hoy aunque no exenta de excepciones y fallas como toda obra humana. El Cine, por el cine, merece eso y más cuidado para evitar tentaciones y ambiciones.

Dios nos guarde de la discordia.

Comentarios: sicpm@informador.com.mx
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