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Un cuarto de siglo sin Joan Miró

Un recuerdo de la vida del pintor que querìa “asesinar” los metodos convencionales de la pintura

GUDALAJARA, JALISCO.- Joan Miró dejó de respirar en las primeras horas de la tarde del día de Navidad de 1983, en la isla española de Palma de Mallorca, hará hoy un cuarto de siglo. Tenía 90 años.

“Que mi obra sea como un poema puesto en música por un pintor”. En esta frase suya podría resumirse el lema que adoptó en su vida Miró, el creador que quería “asesinar el arte”, famoso por sus constelaciones y sus mujeres-pájaro. Surrealista convencido, practicó la pintura automática en estados de ayuno y alucinación.

“Desaparece uno de los héroes de la pintura del siglo XX”, lamentó el poeta Rafael Alberti. La pérdida de este artista que tenía la obsesión de contribuir a la regeneración de la humanidad a través del arte -la renovación pasaba por la muerte de lo existente, la fertilización del porvenir y un nuevo nacimiento- suscitó también pesar fuera del ámbito de la cultura y de las fronteras de su país.

Y es que Miró fue uno de los artistas internacionales más importantes del siglo pasado. Su obra fue decisiva para muchos de los que lo siguieron. Y su carrera artística transcurrió en parte en el extranjero, como en el caso de otros grandes de la pintura española.

Dibujos, pinturas, grabados, litografías, esculturas, collages, tapices… Miró cubrió todos los campos de la expresión plástica. Explicaba que su obra era como “una gran puesta en imaginación del mundo de las apariencias”. Partiendo de las cosas reales, las transformaba en un nuevo lenguaje, como si se tratase de una epifanía en un mundo que hasta entonces había estado oculto tras las apariencias.

“Miró no era un pintor abstracto, era un visionario que revelaba universos interiores, más allá de lo visible. Su particular lenguaje, entre grotesco y naïf, que le ha atribuido una fama de frívolo e infantil, es la expresión de otra realidad, una realidad esencial e invisible que existe en la vida cotidiana. Miró representa la voluntad de mirar más allá de la superficie”, señala el experto en arte contemporáneo Jaume Vidal Oliveras.

Su obra fue precursora, luminosa, universal y en ella apeló a los elementos primordiales de la condición humana. Influido en sus inicios por el impresionismo, el expresionismo, el cubismo y el futurismo, configuró después un lenguaje rigurosamente personal, que algunos consideran uno de los más particulares del arte moderno.

André Breton lo calificó como “el más surrealista de todos nosotros”. Pero lo cierto es que él nunca se sintió plenamente surrealista. “Siempre me he preocupado mucho de la construcción plástica y no solo de las asociaciones poéticas. Esto es lo que me diferencia de los superrealistas”, dijo. Pese a ello, firmó el manifiesto de 1924.

Señala Vidal Oliveras que “a menudo se alude al surrealismo, la alquimia, el primitivismo, el misticismo, sin embargo, muy a grandes rasgos, como primera aproximación hay que situar a Miró en una gran tradición que explora lo invisible, que se compromete a buscar en lo interior”.

“He decidido centrarme en la vida secreta de las cosas”, dijo el propio Miró. El artista apuntaba que la pintura era como una semilla, tenía que revelar el mundo y lo revelaba a través de la imaginación.

Artista de proyección mundial

Joan Miró nació el 20 de abril de 1893 en el casco antiguo de Barcelona. Su padre era artesano joyero. Realizó estudios comerciales y sus reiteradas malas notas convencieron a sus padres de que lo mejor era que dejase de estudiar. Trabajó como contable en una droguería y luego entró en una academia de arte de Barcelona. Por aquel tiempo, un virus tifoideo lo tuvo un año convaleciente.

A los 22 años, Miró ya había abierto su primer taller, pero su primera exposición, en 1918 en Barcelona, fue un fracaso. Eso sí, un año después ya estaba en París. Conoció a Picasso, Tristan Tzara, Max Jacob… Fue en esa época cuando comenzó a pintar una de sus grandes obras, La Masía, un cuadro que le compró después el escritor Ernest Hemingway por 250 dólares.
En 1925 triunfó en París y ahí comenzó la proyección mundial del artista.

 El Moma le compró dos obras, expuso en Nueva York y en la Exposición Mundial de París de 1937 expuso El segador (Payés catalán en rebelión), junto al Guernica de Picasso y la Fuente de mercurio de Alexander Calder.

La Guerra Civil española (1936-1939) lo mantuvo exiliado primero en París y luego en Normandía. Pero un bombardeo alemán en 1940 lo hizo regresar a España durante la dictadura de Francisco Franco y allí emprendió un exilio interior: trabajó en su arte sin llamar la atención y mientras expuso en ciudades como Nueva York y París.

“Se dan muy pocos casos en los que coincida el verdadero artista con el verdadero hombre y Miró fue uno de estos extraños casos”, dijo de él el escultor Eduardo Chillida.

“Me ha repetido ya varias veces, siempre con una sonrisa en los ojos, que su última palabra de moribundo será: ‘¡Merde!’”, explicó su nieto David poco antes de su muerte, hace ahora un cuarto de siglo, en una tarde de Navidad.

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