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Por culpa de Chavela, las canciones

Mujer contreversial, cantante incansable y artista consumada, Chavela Vargas vivió con amor y rebeldía, consagrando así su vida al fin último de la música

CUERNAVACA, MORELOS (06/AGO/2012).- Isabel Chavela Vargas Lizano (San Joaquín de Flores, Costa Rica, 1919 - Cuernavaca, Morelos, 5 de agosto, 2012) siempre está de regreso: en realidad nunca se ha ido, sus resuellos se nos quedan en los ojos y percibimos el cosmos del amor desde el retumbo de su rancia voz.

Chavela canta y el instante se fortifica con otra pausa: su plegaria prolonga los tiempos y un potro asustado merodea el crepúsculo. "Hay que llenar el planeta de violines y guitarras". Chavela canta y la vida se repleta de intemperies que arrebujan. "La música no tiene frontera, pero sí un final común: el amor y la rebeldía", proclamaba.

Chavela nos inunda la piel con adeudos de soles: nos deja huérfanos de sombra, precisa los orígenes y nos escribe en la espalda las prevenciones del dolor. "Nadie se muere de amor, ni por falta ni por sobra", manifestó cierta vez.

Las coplas se atrincheran en los páramos de la angustia: el viaje por el llanto nos cura. Canciones que Chavela traslada a los resquicios de la memoria, anulando las presencias. Con Chavela uno sabe que sólo hay un lugar: el parpadeo del repaso. "Todo lo he hecho a sabiendas y no me arrepiento de nada. Ni de lo bueno, ni de lo malo, ni de los momentos felices, ni de las tristezas...", declaraba abiertamente, sin tapujos.

Chavela huyó de Costa Rica a México cuando tenía 17 años. Su primer disco tuvo luz en 1961 y desde entonces no paró de trabajar. Aquejada, hace unos meses, grabó su último fonograma con versos de Federico García Lorca: "La luna grande" (Discos Corason, 2012).

Deja más de 80 producciones musicales: agasajos discográficos de una mujer pletórica, que más de una vez desconcertó a las buenas consciencias.

"Yo no estudié para lesbiana. Ni me enseñaron a ser así. Yo nací así. Desde que abrí los ojos al mundo. Yo nunca me he acostado con un señor. Nunca. Fíjense qué pureza, yo no tengo de qué avergonzarme... Mis dioses me hicieron así", le gustaba provocar.

Chavela perennemente de vuelta: dibujada en las tapias, humedecida por el limo de los zaguanes. Siempre Chavela en volveres recapitulados. "¡Por mi culpa!/ Chavela Vargas y Sus Amigos" (Discos Corasón 2010) fue un álbum de retos que realizó a los 89 años.

"No le temo a nada", gritó Chavela el 17 de abril de 2009 en su cumpleaños 90. "Quise hacer mi propio disco, una antología personal de mis canciones predilectas con mis amigos y aquí está para ustedes, público de México querido".

Testamento de ocho canciones en cabalgata por las esclusas del alma, apresurándonos las ansias y columpiando la esperanza. Chavela en diálogo vital, revisando --en los bargueños de su vida-- pasiones, arrojos, aguaceros, apegos...

Chavela bajo los resplandores de la desobediencia: niña vestida de granate reflejada en la llama de los candiles del deseo. Rodeada de amigos nos entrega trovas perdurables.

"Las ciudades" (José Alfredo Jiménez): Chavela, Eugenia León y guitarras. "Las distancias apartan las ciudades/ las ciudades destruyen las costumbres". Cascada de matices que Eugenia León resuelve con maestría en los recodos inflexivos de Chavela: ¡Vaya interpretación!

"Un mundo raro" (José Alfredo): el chelo de Jimena Giménez Cacho muerde la melodía con llovizna. "Luz de luna" (Álvaro Carrillo): guitarras, bajo y percusiones merodean las motivaciones para que Chavela musité la aflicción del abandono: "pues desde que te fuiste yo no he tenido luz de luna".

"La Negra Chagra" y "Las simples cosas" (Isella/Tejada): dársenas sureñas con retumbos rancheros: "Al fin la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas".

"¿A dónde te vas paloma? (Chavela/Ávila) desbordada de complicidades con Mario Ávila, quien le puso música a las redondillas libres de Chavela: "Regresa, yo te lo ruego, / No importa que te hayas ido. / Mi corazón es el fuego / Donde se quema el olvido".

Pink Martini tiñe "Piensa en mí" con atrayentes aires kitsch que Chavela asume con tolerancia. La aguardentosa epifanía de Sabina en un "Nosotros" (Pedro Junco) procaz y lúdico. "Vámonos" (José Alfredo) con Lila Downs en pespunte melódico/armónico: derrame de acentos hambrientos.

Conversación con el albor: por culpa de su voz, los abrazos. Por su culpa el regocijo de este disco que nos alivia con ardores al saber la noticia de su muerte: no hay nada mejor para los infectados de mal de amores que dos cucharadas de Chavela Vargas bien temprano en la mañana.

¿Ha muerto Chavela? No. Este disco la inmortaliza. Sus gestos irreverentes, la consagran siempre. Por su culpa, las canciones. Por su culpa, el llanto que nos brota.
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