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Los placeres de la forma

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GUADALAJARA, JALISCO.- Aunque no resulte difícil seguir la trama, las técnicas narrativas de Alain Resnais extrañan deliberadamente al espectador. Al inicio de Pasiones privadas una visión amplia de toda una ciudad simula descender del cielo y, de esa perspectiva tan dilatada, pasa de modo abrupto a un gran acercamiento de la boca de una mujer. En el final retorna a los ángulos altos, esta vez para despedir a cada uno de los personajes que intervinieron, convirtiendo esas imágenes en cuadros teatrales de una serenidad fantasmal, con figuras quietas y pensativas ubicadas en escenarios casi desiertos de cualquier otra presencia, alumbrados por algún solitario reflector cenital, cuando no sumidos en una sugestiva penumbra. En medio de todo eso las digresiones vuelven a aparecer una y otra vez, sea a la manera de los ocasionales barridos visuales producto de una cámara impulsiva que agitada salta de un objeto de interés a otro en el mismo espacio, o mediante la atención regular a una mansa nevada perenne que cumple rigurosamente el papel de separador de escenas pero que, sin más por qué, puede llegar a ocurrir dentro de las habitaciones donde se encuentran los personajes.

El estilo en que las escenas son fotografiadas y presentadas, más que explicarnos la trama, en su sentido tradicional, psicológico o social, explora las posibilidades de estructurar una emoción o un acontecimiento. Su tema no es lo que pasa sino el pasar: los hechos son el fondo mismo, no hay nada más por detrás de ellos. El propio cineasta lo confiesa: “No soy filósofo...me gustaría poder influir en la gente, pero no creo que pueda hacerlo. Quiero tan solo que el espectador no se vaya de la sala”. Como es tradicional en el cine de Resnais, lo importante es la inmediatez pura, intraducible, sensual, de algunas de sus imágenes, así como sus soluciones puntillosas de determinados problemas de la forma cinematográfica.

La película procede de una obra de teatro británica cuyo titulo en traducción literal del inglés es Miedos privados en lugares públicos. El productor conjeturó un equivalente francés, algo como Pequeños miedos repartidos. Consternado justamente, el realizador pensó que ese nombre resultaba un juego de palabras ingrato, carente del atractivo original, y absurdo en la lengua coloquial. Así, durante el proceso de producción de la película se dio a la tarea de proponer 104 títulos distintos pero de algún modo relacionados todos con lo que estaba haciendo. De esos, terminaron eligiendo uno bastante sencillo y quizás poético: Corazones. La justificación que proporciona Resnais suena convincente: “el corazón esta en continuo movimiento, no se detiene nunca, no puede volver atrás”.  
De igual modo su película resulta una brillante forma dinámica que fluye con ternura. Para mi suerte, no encuentro en ella las sesudas reflexiones sobre las relaciones humanas o la soledad que otros, quizás aburridos, sí descubren.   

Pasiones privadas (Coeurs), Francia, 2006; Dirección: Alain Resnais; Guión: Jean Michel Ribes, a partir de una pieza teatral de Alan Ayckbourn; Actuación: Sabine Azéma, Isabelle Carré, Laura Morante, Pierre Arditi, André Dussollier, Lambert Wilson
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