Entretenimiento
Kinetoscopio
Licenciado sobre ruedas
Ver al personaje en acción durante el primer tramo da un poco de vértigo. Va de aquí para allá, entabla diálogos veloces con éste y con aquél, alterna uno y otro asunto. Toda esa porción parece, de entrada, nada más un profuso pretexto que demuestra cuán intensos son la vida y el trabajo del protagonista, hasta que se encuentre con “el caso”, es decir, la materia que será el hilo conductor del resto de la trama. Conforme los hechos avanzan se constata una operación distinta, la información del inicio no son cabos sueltos sino que resurge y auxilia a la culminación y al desenlace de la historia.
Dada la peculiar arquitectura de su contenido la película actualiza y refresca las convenciones propias de la ficción criminal de detectives privados. Como los investigadores en las novelas, el tipo listo queda entrampado por su cinismo y su sobrada confianza en sí mismo. El aplomo y la indiferencia inicial se tornan incomodidad y zozobra a la mitad. Los segmentos que escenifican el juicio están cargados de esas emociones. El abogado desconfía de lo que hace pero está obligado a cumplir bien con su trabajo. Suceden entonces varios giros en la historia que no son del todo predecibles, y también las presencias tradicionales en las salas de juicio adquieren rasgos infrecuentes. El juez adquiere importancia más allá de golpear con el martillo, y el fiscal tiene una fisonomía parecida a la del defensor, como una suerte de doble.
Hacia la última parte, la película sufre del síndrome de “la historia no acaba hasta que se acaba”. Como a los 90 minutos finta que las cosas se resolvieron y, sin embargo, sigue. Poco después sale con un nuevo desenlace, sólo que tampoco ahí termina, sino que se da todavía oportunidad de forzar el final definitivo.
El defensor (The Lincoln Lawyer), Estados Unidos, 2011 Dirección: Brad Furman. Guión: John Romano a partir de una novela de Michael Connelly. Actuación: Matthew McConaughey, Ryan Phillippe, Josh Lucas, John Leguizamo, Marisa Tomei.
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