Entretenimiento
Kinetoscopio
Política retorcida
Desde que abre, la narración dibuja a la protagonista como parte de una aventura de espionaje. Aparece primero una vista de Kuala Lumpur, donde el nombre de la ciudad se sobrescribe en la pantalla como si lo hiciera una computadora –hay que recordar que entre las múltiples virtudes dramáticas de las computadoras, está la de representar los servicios secretos-. Una mujer rubia, vestida formalmente, cruza el puesto de migración del aeropuerto, y luego la vemos entrar en la sala de juntas vacía de las oficinas de algún empresario poderoso. En lo que dura un instante, y sin que ella o un espectador se den cuenta, aparece en una de las cabeceras de la mesa un tipo de actitud insolente, aderezado con unas barbas lamentables, y que mastica pistaches mientras habla. El hombre la interroga, de dónde es, qué equipos deportivos prefiere. Ella lo mira a los ojos, se toma un segundo, y después responde con tal seguridad que desvanece la visible desconfianza del altanero. Acto seguido pasean en un coche lujoso por la noche malaya. Se detienen en un camino vacío, y, sin más trámite, ella pone a temblar al caballero con una revelación inesperada. Ese conjunto de escenas sirven para mostrar cuán tenaz y efectiva puede ser la mujer en su trabajo, y para introducir la presencia dinámica de las operaciones encubiertas, que continuarán moviendo la trama a más puntos del planeta: Egipto, Jordania, Iraq y Níger.
En la película, tras la cubierta de entretenimiento se hacen manifiestas algunas otras ambiciones. Una es claramente de orden político. Hay un retrato negativo de la administración de George W. Bush en el que se pinta su gabinete como una gavilla de gente siniestra, y su estancia en el poder como un atentado a los ideales más básicos de la democracia, que debe evitarse que vuelva a ocurrir en el futuro. Por eso casi al final otro de los protagonistas se arranca con un discurso, de no mala retórica, sobre el valor de denunciar los agravios infligidos por el poder.
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