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GUADALAJARA, JALISCO (31/OCT/2010).-  Ágora es una película española que sigue la ilustre tradición cinematográfica de hacer que los personajes del pasado hablen en inglés para beneficio del público “globalizado” de Los Ángeles y Nueva York. Los cristianos, judíos, romanos y egipcios, de Alejandría a fines del siglo cuatro de nuestra era, discuten, se insultan y conspiran, preferentemente con acento británico. Por otra parte, se intenta una operación ideológica de orden distinto. Menos que la precisión histórica, con la recreación de los conflictos de la antigüedad, también se quieren referir los peligros vigentes de la actualidad. Porque ésta es la crónica imaginaria de un momento en que la civilización fue ensombrecida por la ceguera política y social; cuando la razón y el conocimiento quedaron relegados a favor de la superstición, el extremismo religioso, y la voluntaria ignorancia.

Sin embargo el empeño se nota reducido a su mínima expresión dramática: confrontar el pensamiento libre con la violencia fanática. En alguna de esas dos posiciones se colocan todos los personajes. En un lado está Hipatia, erudita en filosofía, matemáticas y astronomía, sus discípulos, y unos pocos académicos más que trabajan en la biblioteca. Y en el otro una turba pendenciera de andrajosos, una cofradía siniestra de parabolanos, y el amargo obispo Cirilo. Hipatia enseña en la academia, predica la hermandad por el conocimiento, discurre sobre la arquitectura del sistema planetario, conduce experimentos en alta mar, se conduele del maltrato a un esclavo, rescata libros de la devastación de la biblioteca del Serapeo, y siempre luce radiante en toga. En cambio los cristianos se portan muy mal, escenifican trucos para asombrar y convencer al populacho, injurian a los paganos, masacran judíos, manipulan las escrituras a su conveniencia, exigen obediencia absoluta a sus ideas, y por lo general tienen apariencia desaseada o atemorizante.

Al lado del elemental tratamiento que recibe el conflicto central, el director desarrolla el empeño de Hipatia por desentrañar la forma de las orbitas de los cuerpos celestes siguiendo las intuiciones de Aristarco. Lo que da lugar a una serie de episodios donde la protagonista, con la ayuda de un esclavo que hace las veces de un asistente científico, investiga el movimiento de los planetas, así como las propiedades del círculo y las elipses. Ese aspecto astronómico lo acentúa el realizador utilizando varias veces imágenes de la Tierra desde el espacio exterior que se elevan y bajan sobre la geografía de la ciudad. Esas visiones aéreas que se antojan, las más de las veces, decorativas, adoptan de pronto un carácter narrativo y expresivo bastante directo como en las escenas donde los tumultos callejeros semejan hormigueros.

Con todo, el aliento épico de la película, sus escenas multitudinarias, sus decorados espectaculares, y el choque de puntos de vista irreconciliables —“Tú no dudas, y yo no puedo dejar de hacerlo” dice Hipatia al prefecto romano— sufren ante la falta de un desarrollo dramático de verdad incisivo.

Ágora, España, 2009. Dirección: Alejandro Amenábar. Guión: Mateo Gil, Alejandro Amenábar. Actuación: Rachel Weiz, Max Minghella, Oscar Isaac, Sami Samir, Ashraf Barhom
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