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Hidalgo es la onda. Tiene los prejuicios correctos y las virtudes adecuadas. Odia la tiranía, la hipocresía, la obediencia ciega, el desprecio basado en condiciones de raza, creencia, origen nacional, o riqueza. Ama la vida, el jolgorio, los tragos, el juego de cartas, la bailada, los libros, la compasión, la libertad, la compañía de los amigos y la convivencia íntima con las mujeres. Es bueno para la parranda, el trabajo, el estudio, las ideas. Total, es un tipo que a cualquiera nos daría gusto conocer.

Con Hidalgo: La historia jamás contada Antonio Serrano intenta menos la hagiografía o el cine monumento, que la creación de una dimensión emocional y humana que nos identifique con ese portentoso ente del sistema político mexicano: el Padre de la Patria, tan adecuado para la dureza de los bronces y la inasible prosopopeya de los discursos, pero que a nivel de los simples mortales no parece haber existido nunca para propósitos menos sublimes. El gran mérito de la película reside en que traza con ingenio candoroso la existencia de un hombre y logra con ello causar una profunda simpatía por el personaje.

La trama se mueve en forma de evocaciones del pasado que van y vienen por la conciencia del protagonista, y astutamente sortean las grandes peripecias que de siempre se enseñan en las escuelas. Comienza en julio de 1811 con el juicio de excomunión de Hidalgo durante su prisión en Chihuahua. Luego encerrado en su celda y adolorido por la tortura, lo conforta el recuerdo de la adolescencia en el seminario de los Jesuitas. El pasaje sirve también para mostrar el despotismo de la corona española. Ocurre después su temporada como rector en Valladolid, y el envío forzado al curato de San Felipe Torres Mochas en 1792. El resto de la película narra los incidentes de su estancia en ese pueblo, y excepcionalmente vuelve a la situación inicial o salta para ofrecer instantáneas de los momentos de guerra.

El director compone su relato con los elementos más diversos. Ensaya imágenes panorámicas como de cine de vaqueros, con el héroe cabalgando solitario, rumbo a su destino, por una amplia llanura, mientras suena una música de epopeya. Introduce visiones de pesadilla, en la que un sanguinario torero andaluz  ejecuta con deleite a los españoles capturados por los sublevados. Se dilata en los pormenores del montaje teatral de una obra de Moliere. Dispone una discreta escena de sexo apasionado entre el cura Hidalgo y una bella joven. Esconde un anuncio comercial de uno de los patrocinadores de la cinta – Casa Cuervo- tras la representación de una velada donde Don Miguel recibe amigos en casa y aprueba el buen gusto del vino Tequila. Acentúa el sonsonete peninsular y el temperamento iracundo en aquellos personajes que son instrumento del dominio imperial y la jerarquía eclesiástica. Y perpetúa una mirada condescendiente y folclórica de los indígenas.
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