Entretenimiento
Kinetos por: Guillermo Vaidovits
Quimera
La galería de seres mitológicos que deambulan por la trama, eludiendo metódicamente todo asombro y todo misterio, contiene una famélica Afrodita, un incierto Jano, un Eros mentecato, una tediosa Psiquis, y algún otro más.
Los personajes de la “realidad” provienen de otro universo fantástico: la televisión. Son el lugar común más distintivo de las telenovelas. Un empresario muy rico y engreído; su esposa, una señora estirada; su hijo, un pobre diablo sin carácter, galancito enamorado de una joven bonita, pero sin chiste, huérfana de madre, que vive acompañada de su padre que la adora y que, además, es un político de alto nivel. En la cohabitación de tanta entidad sobrenatural de distinta especie, los creadores de la película descubren la ocasión de forjar situaciones que sospechan llanamente atractivas y chispeantes.
Sustituyendo cualquier noción de ritmo narrativo y de progresión dramática, por la congregación de equívocos, que quiero suponer maliciosos, y de lances con gritos y sentimientos azotados. Los ejemplos de su desenfrenada sensibilidad burlesca los encontramos en momentos como cuando Hera descubre a Zeus en la cama con una mortal, y se enfrenta con ella, para desembocar en un tremendo pleito de mujeres, trenzadas en el suelo, entre insultos y jalones de greñas de una a la otra. La misma picardía extraviada nutre la escena del arresto de Eros por andar en la calle armado de arco y flechas.
El director definió su película, no sin cierta valentía aclaratoria, como una tragicomedia. Visto a la luz de la obra, parece que tal afirmación pretende advertirnos que los pasajes de comedia son una tragedia, y los de tragedia una comedia, aunque pueda pensarse que un designio tan claro fuera, en todo caso, involuntario.
Divina confusión, México, 2008 / Dirección: Salvador Garcini / Guión: Antonio Abascal / Actuación: Diana Bracho, Pedro Armendáriz, Jesús Ochoa, Lisa Owen, Alan Estrada, Ana Brenda Contreras, Diego Amozurritia.
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