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Kinetos por: Guillermo Vaidovits

Quimera

Cada vez son más extrañas las combinaciones que se les ocurren a los cineastas nacionales. Ya no les basta con las inmensas oportunidades de exotismo que ofrece el folclor local, o las innumerables sorpresas que depara la observación de la vida de todos los días o el repaso a las extravagancias del cine mexicano de antes. Ahora también la mitología griega tiene cabida en ese proceloso universo, desde siempre artificial, con una especie de sainete que titularon Divina confusión. Zeus es un macizo panzón con sombrero jipijapa que pasa el tiempo jugando golf, mientras Hera, su esposa, padece de continuos arranques histéricos que la ponen al borde de la lágrima. Ambos sobreactúan su falsedad, sospecho que por una intención jocosa. Quizá por la misma razón la residencia de los dioses se transmutó de monte en salón de baile, el Olimpo Dancing Club, en donde de noche en noche se oye tocar Perfume de gardenia o Luces de Nueva York, y ocasionalmente aparece un también histérico Adal Ramones, en una de sus interpretaciones más grotescas, queriendo hacer una irritante mezcla de sí mismo, Tin Tan y Momo, la deidad de la alegría desbordada.
La galería de seres mitológicos que deambulan por la trama, eludiendo metódicamente todo asombro y todo misterio, contiene una famélica Afrodita, un incierto Jano, un Eros mentecato, una tediosa Psiquis, y algún otro más.

Los personajes de la “realidad” provienen de otro universo fantástico: la televisión. Son el lugar común más distintivo de las telenovelas. Un empresario muy rico y engreído; su esposa, una señora estirada; su hijo, un pobre diablo sin carácter, galancito enamorado de una joven bonita, pero sin chiste, huérfana de madre, que vive acompañada de su padre que la adora y que, además, es un político de alto nivel. En la cohabitación de tanta entidad sobrenatural de distinta especie, los creadores de la película descubren la ocasión de forjar situaciones que sospechan llanamente atractivas y chispeantes.

Sustituyendo cualquier noción de ritmo narrativo y de progresión dramática, por la congregación de equívocos, que quiero suponer maliciosos, y de lances con gritos y sentimientos azotados. Los ejemplos de su desenfrenada sensibilidad burlesca los encontramos en momentos como cuando Hera descubre a Zeus en la cama con una mortal, y se enfrenta con ella, para desembocar en un tremendo pleito  de mujeres, trenzadas en el suelo, entre insultos y jalones de greñas de una a la otra. La misma picardía extraviada nutre la escena del arresto de Eros por andar en la calle armado de arco y flechas.
El director definió su película, no sin cierta valentía aclaratoria, como una tragicomedia. Visto a la luz de la obra, parece que tal afirmación pretende advertirnos que los pasajes de comedia son una tragedia, y los de tragedia una comedia, aunque pueda pensarse que un designio tan claro fuera, en todo caso, involuntario. 

Divina confusión, México, 2008 / Dirección: Salvador Garcini / Guión: Antonio Abascal / Actuación: Diana Bracho, Pedro Armendáriz, Jesús Ochoa, Lisa Owen, Alan Estrada, Ana Brenda Contreras, Diego Amozurritia.
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