Voy a confesar un acto bochornoso pero cierto: en la primera película de Ignacio Ortiz, La orilla de la Tierra (1994) me quedé dormido. Para su segundo filme el realizador encontró un nombre largo e ingenioso, Cuento de hadas para dormir cocodrilos (2002) que, dada mi conducta pasada, me lo tomé como una advertencia directa y, hasta el momento, consigo evitarlo rigurosamente. En cambio he visto Mezcal, su tercera película, dominado por la vigilia más absoluta. Según se nota, para Ortiz la borrachera, o más bien el delirio alcohólico, es motivo de lirismos y de devaneos filosóficos. “Mezcalito, bueno para cuando duele el alma” recomienda uno de los personajes a una extraviada en los desvaríos de quien posiblemente sea el protagonista o al menos la manifestación embriagada de la propia conciencia que convoca todas las alucinaciones. La narración exhibe una estructura laberíntica con callejones sin salida, que se presta para hacer entrar y salir personajes, y cambiar entre distintos planos de realidad e irrealidad. Está al que le dicen cariñosamente “el borrachito” que aparenta ser la figura central, luego el enterrador ansioso por seguir cavando tumbas, la señora que desea morir y ofrece pan al recuerdo de su hermana difunta con la esperanza de que venga por ella, la mujer extranjera que llegó de niña al país y parece estar enamorada, el hombre que espera rifle en mano a que alguien de tiempo atrás regrese, el otro hombre de rifle que cauteloso se acerca al lugar, un coro de cuatro bebedores empedernidos y desaseados encabezado por un hombretón vestido de frac, la madre joven que vive prendida a un pequeño ataúd blanco, la niña que alienta la embriaguez del papá para que así le platique cuentos maravillosos. El punto desde donde irradian esos recuerdos, situaciones y fantasías, es una miserable cantina en Parian, un pueblo de cuatro casas en algún lugar de las montañas de México.
El sitio, inventado por supuesto, pretende pasar por una representación mítica o una expresión más de realismo mágico autóctono, pero también puede ser una coartada bastante astuta para revestir todo con sospechosas resonancias, como si lo que ocurre tuviera una trascendencia mayor, universal y eterna. Los ambientes lóbregos, el fatalismo imperante y, en particular, un momento de la trama me resultan muy ilustrativos de ese deseo de profundidades. Por obra y gracia del montaje cinematográfico, “el borrachito” pasa de sus habitaciones a una especie de table dance, tambalea de aquí para allá y acaba ante los pechos desnudos de una de las animadoras del lugar, lo único que se le ocurre, entonces, es ponerse necio y preguntar a gritos: “¿dónde está Dios?”.
Váyase a saber qué metáfora y qué símbolo intenta el cineasta con eso, o en otro punto, con la imagen de un caballo orinando. Aunque ahora que menciono las imágenes, debo reconocer que me gustó la insólita belleza de muchas de ellas.
Mezcal, México, 2005; Dirección y Guión: Ignacio Ortiz; Actuación: Dagoberto Gama, Ana Graham, Ricardo Blume, Guillermo Gil.