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Guardó Chavela Vargas resentimiento hacia su natal Costa Rica
Cuando la cantante Isabel Lizano Vargas tenía 17 años, vendió unas gallinas y huyó de su país tomando un avión de dos hélices que la trajo a México
Haber nacido un día de abril de 1919 en San Joaquín de Flores, un pequeño pueblo de la provincia de Heredia, a 20 km de San José, fue para Isabel Vargas Lizano -su nombre real- un fatal accidente. Siempre fue mexicana: por adopción, formación y corazón.
Hija de un ama de casa, Herminia Lizano, y un jefe policial, Francisco Vargas, tuvo tres hermanos -Alvaro, Rodrigo y Ofelia-, ya fallecidos, y en Costa Rica sólo le quedaban 10 sobrinos. Una familia con la que cortó toda relación hace cerca de cuatro años.
En la sociedad ultraconservadora de un país chico de incios del siglo XX, donde no podía desarrollar su talento y menos aún expresar su lesbianismo, la indómita Isabel se sintió forzada a partir. "Vivía en un infierno", era "como un bicho raro", solía decir.
"Era independiente, rebelde, quería ser libre. La familia no aceptaba su lesbianismo, le caían a leño (castigaban). Salía a dar serenatas, andaba en pantalones en un tiempo en que sólo los usaban los hombres. En las rigurosas normas de la época se rechazaba su forma de ser", comentó a su sobrina Yisela Ávila.
En México tuvo un duro comienzo. Acompañada de su guitarra cantaba por las cantinas y calles de la capital, donde fue descubierta por el compositor José Alfredo Jiménez y forjó amistad con figuras relevantes de la cultura mexicana del siglo XX, como los pintores Frida Kahlo y Diego Rivera.
"Siempre se quejó de mucha soledad en este país. Se fue porque la iban a casar con un señor, se escapó y llegó a México con una mano adelante y otra atrás; pero triunfó", afirmó a la el periodista Alfredo González, uno de los pocos amigos costarricenses de la artista.
Aunque vivió por siete décadas en México, donde pasó un tiempo perdida en el alcohol, tuvo temporadas en España y en Costa Rica. Aquí tuvo su casa en San Joaquín, las últimas veces con la intención de volver definitivamente a fines de los 90 y a mediados de 2000.
La "Dama del poncho rojo" pareció haberse reconciliado con su país natal en abril de 1994, cuando ofreció un majestuoso concierto en el Teatro Nacional y luego en un auditorio de la Universidad de Costa Rica, en los que cautivó con sus "Marcorina", "Un mundo raro", "La Llorona" y "Paloma Negra".
Pero no fue así.
"Volvía por su hermana Ofelia, mi mamá; pero al poco tiempo ya se quería ir, no le gustaba estar en Costa Rica", dice su sobrina Yisela Ávila, una secretaria de 59 años que guarda en la casa de San Joaquín una guitarra y ponchos de Chavela.
Son clásicos sus drásticos juicios sobre el país que hirieron a un buen sector de la no poco orgullosa sociedad costarricense: "Qué país Costa Rica. Yo pondría allí a todos los suicidas del mundo. Les pondría allí un departamento. Sería un buen negocio una tienda de ataúdes", dijo al diario español El País en una de sus últimas entrevistas.
"Ella y Costa Rica eran como una pareja disfuncional. Hay aquí quienes la quieren y quienes no; hay incluso aquellos que la insultaban, sobre todo los que no la conocían", dijo Alfredo González.
En los últimos años, Chavela, inmortalizada por Pedro Almodóvar y por Joaquín Sabina en la canción "Por el bulevar de los sueños rotos", se enfrentó agriamente a la escasa familia que le quedaba en Costa Rica.
"María Cortina (amiga y biógrafa de la cantante) y otros empresarios la tenían como secuestrada. La tuvieron hasta sus últimos días en presentaciones en Madrid. Encontraron la gallina de los huevos de oro. A eso le llamo explotación laboral", afirmó Avila.
Pero Chavela rechazó esas afirmaciones en entrevistas con medios mexicanos a inicios de este año y dijo que su familia hacía escándalo porque pretendía dinero. En esa ocasión señaló que esperaba que cuando muriera sus cenizas quedaran esparcidas en un río de Tepoztlán, en su país... México.
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