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El ex guitarrista de Megadeth sorprende con su conversión al pop japonés

Durante sus múltiples visitas a Japón comenzó a sentirse atraído por su forma de entender y producir la música

CANNES, FRANCIA (01/FEB/2012).- Hasta hace no mucho, Marty Friedman era conocido como el guitarrista de una de las bandas de heavy metal más duras del planeta, Megadeth. Estos días, sin embargo, el músico estadounidense ha sorprendido a los asistentes al Midem 2012 al ejercer de embajador del edulcorado pop japonés.

"Es puro azúcar", reconoció Friedman durante su ponencia en el estand de Japón el pasado fin de semana, en uno de los momentos más rocambolescos y surrealistas de la última edición del Mercado Internacional del Disco y de la Edición Digital, que cerró sus puertas ayer.

Vestido al menos a la vieja usanza, con pantalones ajustados, chaqueta de cuero y cabello rizado largo, los únicos signos exteriores de su conversión al modo de vida de Japón, país en el que ha residido los últimos años, eran su dificultad para recordar algunos términos en inglés y unas gigantescas botas negras, con suelas de cinco centímetros de altura.

Nada que ver, por tanto, con el estilo de "Lolita" que predomina en la cuidadísima estética de las artistas niponas, como los grupos de chicas Perfume o AKB-48, que ha vendido cinco millones de singles.

Friedman relató que, durante sus múltiples visitas a Japón con Megadeth, comenzó a sentirse atraído por su forma de entender y producir la música, con cantantes cuyas voces, sin gratuitas exhibiciones vocales, siguen exactamente la pauta de las melodías, que son -dijo- "tristes y alegres al mismo tiempo".

"Adele es una artista fantástica. A mí me encanta, pero su música es difícil de procesar para este público", comentó.

No hay rastro de rythm and blues en la música nipona a día de hoy, tampoco de la influencia que, hasta hace treinta años, tuvo Billy Joel.

Triunfan los cantantes melódicos, con producciones en las que una mezcla de dance, progressive y pop azucarado sirven de soporte a unas letras que reflejan la idiosincrasia de la juventud japonesa, a veces con temas tan banales como las coletas, que harían palidecer a Britney Spears o Mariah Carey.

Asentado él mismo como productor, Friedman ha logrado hacerse un hueco en el panorama musical japonés, en el que el ochenta por ciento de la música que se consume lleva el sello nacional.

"No hago esto por dinero. Todo el que se dedica a la música sabe que el peor camino para ganar dinero con la música es hacerla por esa razón", aseguró el guitarrista, quien recordó con satisfacción sus tiempos en Megadeth, aunque afirmó rotundo que dejar la banda e instalarse en Japón fue "lo mejor" que hizo en su vida.

"Ahora estoy haciendo lo que sólo yo puedo hacer", argumentó.

Según el último informe de la IFPI, Japón ostenta junto a Estados Unidos las mayores cifras de ventas legales de música y, en opinión de Friedman, el pop asiático, y el nipón en concreto (llamado "J-Pop"), están a punto de experimentar una inmensa proyección global.

Friedman afirmó que el público está cansado de música deprimente y achacó su apuesta al triunfo internacional de artistas rocambolescos y tan japoneses en su concepción como Lady Gaga, la única artista occidental que se coló entre los 20 más vendidos del pasado año junto a Avril Lavigne (no en vano, el rock femenino es la otra vertiente que triunfa en el país).
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