Entretenimiento
Banquete musical
El programa dominical en el Teatro Degollado, fue, literalmente, por la pulcra ejecución de los mismos, un banquete musical.
El programa dominical en el Teatro Degollado, dentro del XI Festival Cultural de Mayo, fue, literalmente, por la buena selección de los “platillos” y por el sazón y la pulcra ejecución de los mismos, un banquete musical.
El plato fuerte, el Concierto para violoncello y orquesta de Dvorak, obra de madurez, generosa en melodías seductoras y en sonoridades intensas, en una interpretación impecable a cargo del joven cellista Johannes Moser (técnica irreprochable, digitación ágil, arqueo intenso, compenetración íntima con la obra; momentos espléndidos como la cadenza del segundo movimiento -adagio ma non troppo-, apoyada en flautas, cuerdas graves y alientos maderas), fue el plato fuerte del ágape.
Sin perjuicio de que la tendencia de Héctor Guzmán a la desmesura eclipsara ocasionalmente al solista, la concertación de la Orquesta Filarmónica de Jalisco (OFJ) fue, en general, de primer nivel. Moser obsequió un encore: la “sarabanda” de la Suite No. 1 para cello, de Bach.
El nivel se mantuvo después del intermedio, merced al Preludio y Muerte de Amor, de Tristán e Isolda, de Wagner. La lectura de la partitura fue limpia, el fraseo impecable y la ejecución equilibrada, lo mismo en las sutilezas que en las sonoridades intensas.
El “postre” del festín, las Metamorfosis Sinfónicas sobre temas de Weber, de Hindemith, fue chispeante, con múltiples travesuras sonoras a cargo de trombones, trompetas y timbales, sobre todo: como hecho a la medida para enviar a casa a la concurrencia (teatro casi lleno) con un sabor a fresas con crema en el paladar.
Jaime García Elías
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