El ajolote, una especie que también habita en Jalisco
Contrario a lo que se cree, existen poblaciones importantes del ajolote en Jalisco, y es posible encontrarlo en diversas regiones de nuestro estado, según la investigación de biólogos de la UdeG
El dragón minúsculo se escabulle en un sopor plácido a través de las algas y el lecho fangoso de los canales, arroyos, lagunas, y cuerpos de agua en los que habita. Lo que ocurre en el exterior son meros contratiempos en su rutina milenaria de silencios y tiempos suspendidos bajo el agua.
La escurridiza salamandra mitológica se enfrenta a la incertidumbre de la vida diaria con el recurso infalible de su sonrisa, dibujada desde siempre en su rostro infantil. Se queda inmóvil, siempre sonriente, mirando sin mirar, majestuoso con las ramificaciones coloridas que surgen de su cabeza como bifurcaciones de coral, y que lo embellecen como el penacho de un emperador azteca.
Conserva las mismas características que tuvo cuando era una larva: un infante eterno. La comunidad científica se desvive por comprender -y reproducir- la habilidad que tienen estos anfibios de regenerar las extremidades y los órganos de su cuerpo, entre ellos el corazón, y que por lo tanto los convierte, quizás, en los únicos animales en este mundo incapaces de morirse de amor.
En algún momento de la historia, el simple hecho de existir le bastó para ser venerado por los pueblos originarios del Lago de Texcoco. El nombre por el que lo conocemos -y que le es indiferente, pues responde a una lógica distinta y más interesante a la de los seres humanos- proviene del náhuatl, y significa monstruo de agua. Está basado en el dios Xólotl, hermano gemelo de Quetzalcóatl, y que según la leyenda se transfiguró en este anfibio para escapar de la muerte. Se trata del ajolote, nuestro minúsculo dragón mexicano.
El ajolote es una de las especies más fascinantes de nuestro territorio, y una de la que tan poco sabemos. Está presente en el popular billete de cincuenta pesos, que debido a la imagen del ajolote se ha convertido más en una reliquia de colección, con ciertos modelos llegándose a vender hasta en miles de pesos en internet. Se tiene la creencia generalizada de que el ajolote habita únicamente y es exclusivo de los canales de Xochimilco, amenazado por el tráfago de las trajineras y el escándalo de los turistas.
Esto solo demuestra en gran parte el desconocimiento en torno a esta especie, pues el ajolote habita en distintas regiones de México, desperdigado en la Sierra Madre Occidental, el Eje Volcánico Transversal, y la Sierra Madre Oriental. Es posible encontrarlos en los riachuelos fríos que corren en torno a los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl; existe incluso un ajolote que habita en Puebla, en el fondo de una laguna que a su vez es el cráter de un volcán extinto. Y, contra todo lo que pueda llegar a creerse, también es posible encontrar al ajolote en varias partes del estado de Jalisco.
El ajolote del billete de cincuenta pesos, el ajolote sonriente de las redes sociales, ese animal que sentimos tan nuestro y tan mexicano, habita también aquí, en nuestro rincón del mundo, donde nos tocó vivir.
El ajolote: una especie nuestra, una especie de Jalisco
A los biólogos Armando Fraustros y Aldo Dávalos, del Centro Universitario de Ciencias Bilógicas y Agropecuarias (CUCBA) de la Universidad de Guadalajara, ya les habían llegado rumores de la existencia de ajolotes en los bosques de Tapalpa. Si bien era un dato más bien aislado, no carecía de sustentos legítimos, pues ya existían registros, datados de 1963, de ajolotes en las cercanías de Chapala, y uno de 1968, que también los documentaba en Tapalpa.
Aldo Dávalos conocía la anécdota de que, en tiempos de lluvia, cuando el temporal inundaba las carreteras de Juanacatlán -un pueblo en las inmediaciones de Tapalpa-, era posible ver a los ajolotes cruzando los caminos recuperados por los dominios del agua. Pero, a fin de cuentas, seguían siendo rumores, conversaciones de la gente, anécdotas del pueblo, y como tal no había evidencia real, ni reciente desde la lupa intransigente de la ciencia, de que los ajolotes fantásticos que serpenteaban a través de los canales de Xochimilco habitaran también en los bosques de Jalisco.
La hora decisiva les llegó cuando Eliezer Iñiguez, veterinario con una Unidad de Manejo Ambiental (UMA) en Tapalpa, les hizo llegar la fotografía de un supuesto ajolote, y la cual había sido tomada en la región. Era una imagen dudosa, brumosa, llena de pixeles, similar a las evidencias terribles de internet que documentan ovnis, extraterrestres y fenómenos del otro mundo con el peor instrumento que se tiene a la mano. Pero la palabra de Eliezer tenía más peso que la de su imagen imprecisa del ajolote, y ese fue el pretexto que les hacía falta a los biólogos para emprender la búsqueda del anfibio en las montañas del suroeste de la Región Lagunas de Jalisco, en los enclaves profundos del Eje Volcánico Transversal.
Para lo que Armando Fraustros, Aldo Dávalos y el resto del equipo representó un acercamiento al misterio vivo, para la gente que habita en las serranías y pueblos de Tapalpa no era más que un fragmento de su cotidianidad. Pues los ajolotes estuvieron siempre ahí para ellos, del mismo modo que lo estuvieron siempre las muchas otras cosas del campo y de la vida de todos los días.
Cuando sacaban a pasear al ganado, veían a los ajolotes en los estanques. Cuando los temporales desbordaban los caminos de terracería con afluentes de agua, veían a los ajolotes impávidos escurriéndose en los senderos donde hasta hace apenas unos días andaban los caballos y las camionetas. Cuando las tormentas caían en un estruendo del firmamento y sus casas se inundaban, la gente veía a los ajolotes nadando entre las sillas de madera, bajo la mesa de la sala, y entre las macetas de begonias. Una señora despreocupada incluso llegó a confesarles que, en las excusables artes de lo culinario, incluso llegó a cocinar tamales de ajolote.
La búsqueda del ajolote en Tapalpa
En un equipo conformado por profesoras de la Universidad de Guadalajara, estudiantes que realizaban sus prácticas de campo, y bajo la guía de Eliezer Íñiguez y las indicaciones de la gente local, iniciaron un recorrido a través de los bosques, praderas y campos de la región central de la sierra de Tapalpa, en la búsqueda incesante del anfibio mitológico. De 32 sitios explorados, el equipo de biólogos encontró ajolotes en 17 cuerpos de agua distintos. Cuando finalmente dieron con ellos, la realidad se les desbarrancó encima: había ajolotes en Tapalpa, había ajolotes en Jalisco.
La certidumbre no les dio sosiego, sino que acrecentó la ansiedad. Llegaron a encontrar, en algunos estanques, ajolotes pequeños, de color negro, de no más de seis centímetros. Pero, en otro cuerpo de agua, a no más de cien metros de distancia, dieron con ajolotes de color amarillo, cubiertos de manchas, y de casi 30 centímetros de largo. Vieron, en tiempo real, cómo a algunos ajolotes comenzaban a crecerle sus extremidades perdidas, regenerándose en un proceso con más características del milagro que de la biología.
Estos días de exploración dieron como fruto el primer estudio para conocer la población de ajolotes en todo el estado, resultados que se vieron publicados este año en la tesis de maestría de Armando Fraustros, y la cual abre nuevas posibilidades en nuestra comprensión de este animal que habita en nuestras tierras. Nos brinda también un panorama más esclarecedor, pues básicamente hasta hace poco la certidumbre de que hubiese ajolotes en Jalisco era, básicamente, inexistente.
En la investigación se demuestra que, en cuerpos de agua sin tanto impacto por parte del ser humano, las poblaciones de ajolotes en Jalisco son grandes, y con estabilidad, lo que también denota equilibrio en los ecosistemas.
El ajolote en Jalisco: los retos
Por donde se le mire, el ajolote es una especie que justifica toda curiosidad. Las tres crestas que tienen a ambos lados de su cabeza son sus branquias, que le permiten respirar. Bajo ciertas condiciones de estrés -si, por ejemplo, se reduce el nivel de agua de los estanques y riachuelos donde habita-, el ajolote puede dejar sus branquias y convertirse en salamandra para emerger a tierra firme. Tras su sonrisa de aspecto inocente, esconde hileras de dientes.
Es uno de los pocos animales en el mundo que tiene la capacidad de ser neoténica, lo que significa que sus características juveniles -cuando era una larva- las conserva por el resto de su vida, como una infancia extendida, aun en su madurez sexual. Como muchas otras especies, el ajolote recurre al canibalismo, y su dieta diaria consiste en larvas, insectos, peces pequeños y cangrejos. Por su parte, el ajolote es presa natural de garzas, serpientes, cuervos, y fauna invasora como carpas y tilapias, las cuales han impactado de manera considerable en su hábitat y población.
Las especies invasoras no son los únicos retos a los que el ajolote se enfrenta: como todo lo que la naturaleza puso en México, es un animal que vive amenazado. El ajolote que habita en Tapalpa, al encontrarse en una región geográfica complicada, encara circunstancias difíciles. La sobreexplotación reciente de berries y aguacates ha generado un ecocidio en esa región de Jalisco, y Tapalpa no se ha salvado. Jalisco, ignorante y ajeno a su propia naturaleza, arrasa con el hábitat y el ecosistema del ajolote, a pesar de que es una especie protegida por la Norma Oficial Mexicana NOM 059 Semarnat-2010.
Negocios inmobiliarios, corrupción política y narcotráfico, expansión agrícola, han convertido esta zona de nuestro estado en un foco rojo. Año con año se ven reducidos los bosques por incendios forestales, donde unos meses más tarde habrá cabañas lujosas, fraccionamientos recónditos, planicies cegadoras de berries, y extensiones sin límites de aguacate para las barbacoas dominicales de los gringos.
El ajolote no solo habita en Tapalpa. Se tiene bien documentado al ajolote que habita en los riachuelos y estanques de la sierra de Quila -al que se le conoce como ajolote de Chapala-, y a los que viven en la sierra de Manantlán. También se han detectado ajolotes en Mascota, Talpa de Allende, San Sebastián del Oeste, Ojuelos y Mazamitla, en las faldas del Nevado de Colima, entre muchos otros lugares. En nuestro estado se identifican hasta el momento dos especies: Ambystoma rosaceum y Ambystoma amblycephalum.
El ajolote en Jalisco, una responsabilidad de todos
“Al jalisciense el ajolote no le suena en Jalisco”, afirma Aldo Dávalos. Parte del desconocimiento del jalisciense en torno a esta especie nuestra es la falta de identidad: el ajolote habita en nuestro estado, pero lo desconocemos. No es un animal exclusivo de Xochimilco, ni del valle de México; está en nuestros bosques y montañas; esa salamandra mitológica que aparece en los mitos de los aztecas vive a menos de dos horas de distancia de Guadalajara, bien escondido en los estanques fríos de las sierras, y alguna vez se le pudo encontrar en las cercanías del lago de Chapala.
El ajolote, la escurridiza salamandra mitológica, el anfibio de penacho azteca, siempre sonriente y capaz de regenerar el corazón, es una especie jalisciense: habita aquí, con nosotros, en Jalisco.
Esta nota fue posible gracias a los biólogos Armando Fraustros y Aldo Dávalos, que a su vez agradecen al equipo y a las personas que les ayudaron en su labor con los ajolotes. En su proyecto Axolotes de Jalisco, que también lo conforman las profesoras Ana Santiago y Vero Rosas, y el biólogo Saulo Cortés es posible conocer su trabajo de divulgación científica y conservación del ajolote en nuestro estado.
FS