Economía
La Secretaría de Hacienda desestima el término “recesión”
Una recesión se tiene cuando se registran dos o más trimestres de crecimiento económico negativo de manera consecutiva
(SHCP).
Bajo esta definición convencional, precisa el comunicado, México ha registrado cinco periodos recesivos en los últimos 28 años, de los cuales el más fuerte, aunque no el más prolongado, fue en 1995, y el más reciente se vivió en 2001.
La postura reaccionó así al reconocimiento que la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos anunció el lunes pasado, cuando señaló que la recesión en esa economía inició en diciembre de 2007, lo que significa para los analistas de ese centro de investigación, voz oficial en la Unión Americana, que la economía estadounidense lleva 11 meses en recesión.
Para Hacienda, los periodos de decrecimiento lo son según como se defina una recesión. La diferencia entre una y otra interpretación es importante, señala, toda vez que no es lo mismo seguir creando más riqueza, aunque sea más lentamente, que no crear más.
TELÓN DE FONDO
Patadas de ahogado
Hacienda se ha metido en un debate estéril. Si oficialmente Estados Unidos ya reconoce que está en recesión, no por el concepto clásico, sino por la cantidad y magnitud de señales negativas en inversión, empleo, comercio y deuda, parece ocioso insistir en que acá no estamos en esa situación.
El viernes de la semana pasada, el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), una de las entidades más respetadas en la materia, anunció que la economía mexicana ya está en recesión, frenada por el sector externo, en particular por las manufacturas.
Más sensata parece la actitud del propio secretario de Hacienda, Agustín Carstens, que aceptó que el problema que se enfrenta es “mayor al esperado”, y convoca al país a realizar esfuerzos adicionales para evitar las consecuencias más funestas.
Es decir, no importa si el niño tiene un “catarrito” o una pulmonía. Lo fundamental es que sane en cuanto sea posible.
CIUDAD DE MÉXICO.- Para la mayor parte de los especialistas, una recesión se tiene cuando se registran dos o más trimestres de crecimiento económico negativo de manera consecutiva, algo que no ha sucedido aún en Estados Unidos desde la década pasada, ni en México desde 2001 sostiene el Informe Semanal de la Vocería de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público
Bajo esta definición convencional, precisa el comunicado, México ha registrado cinco periodos recesivos en los últimos 28 años, de los cuales el más fuerte, aunque no el más prolongado, fue en 1995, y el más reciente se vivió en 2001.
La postura reaccionó así al reconocimiento que la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos anunció el lunes pasado, cuando señaló que la recesión en esa economía inició en diciembre de 2007, lo que significa para los analistas de ese centro de investigación, voz oficial en la Unión Americana, que la economía estadounidense lleva 11 meses en recesión.
Para Hacienda, los periodos de decrecimiento lo son según como se defina una recesión. La diferencia entre una y otra interpretación es importante, señala, toda vez que no es lo mismo seguir creando más riqueza, aunque sea más lentamente, que no crear más.
TELÓN DE FONDO
Patadas de ahogado
Hacienda se ha metido en un debate estéril. Si oficialmente Estados Unidos ya reconoce que está en recesión, no por el concepto clásico, sino por la cantidad y magnitud de señales negativas en inversión, empleo, comercio y deuda, parece ocioso insistir en que acá no estamos en esa situación.
El viernes de la semana pasada, el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), una de las entidades más respetadas en la materia, anunció que la economía mexicana ya está en recesión, frenada por el sector externo, en particular por las manufacturas.
Más sensata parece la actitud del propio secretario de Hacienda, Agustín Carstens, que aceptó que el problema que se enfrenta es “mayor al esperado”, y convoca al país a realizar esfuerzos adicionales para evitar las consecuencias más funestas.
Es decir, no importa si el niño tiene un “catarrito” o una pulmonía. Lo fundamental es que sane en cuanto sea posible.
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