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Celebremos el bicentenario

MÉXICO (05/MAY/2010).- Más que celebrar el bicentenario de nuestra independencia con fastuosos festejos, deberíamos reflexionar sobre nuestra identidad, la historia verdadera, la cultura historiográfica. Sin exagerar el pesimismo, con serena lucidez hagamos una reflexión colectiva sobre lo que es México, visto desde afuera y desde adentro, retomando la historia no a un bicentenario, sino a los últimos cuatro siglos que son los que conforman nuestro devenir.

Hagamos un análisis profundo, sincero y sin prejuicios que nos ayude a ubicarnos dentro de los límites territoriales y a entender nuestro papel como país independiente. Reflexionemos sobre la creación de una conciencia patriótica, que nos enseñe errores, infamias y los mecanismos que nos han conducido a conceptuar la nación en una forma ambivalente.

Por principio deberíamos redefinir fechas, la independencia se consumó en 1821, el primer centenario se celebró en 1910, para coincidir con el aniversario de don Porfirio, con suntuosas fiestas que nos colocaron en la mira universal. Recordemos a nuestro auténtico libertador Agustín de Iturbide, que tenemos en el banquillo de los indeseables no obstante que sentó los cimientos llamados las tres garantías que plasmó en nuestro Lábaro Patrio: la Religión Católica, la unión de todos los mexicanos y la independencia de la Patria.

Para restituirle el lugar que merece, no es necesario que comulguemos con su religión, porque somos un Estado laico, sino para que se conozcan sus aciertos, sus virtudes, sus defectos y sus yerros.

En vez de celebrar con fastuosas, ostentosas y costosas fiestas, deberíamos aprovechar la ocasión para repensar, rehacer y valorar nuestro país. Lo primero que debemos pensar es: ¿realmente hay algo que celebrar? Para averiguarlo, es menester rehacer la historia para conocerla tal como fue. Valorar nuestra condición de mexicanos tomando en cuenta nuestro grado de cultura, situación económica, preparación técnica. Ubicarnos en el lugar que nos corresponde en el concierto de las naciones, no para avergonzarnos, sino para hacernos reaccionar.

A nuestros historiadores les da temor que los cataloguen como contrarrevolucionarios y antipatriotas, si intentan darle su lugar a Iturbide, o a Porfirio Díaz, por eso se sujetan al estereotipo que nos han inculcado a través de varias generaciones, en que se ha manipulado la historia, para decirnos quiénes fueron los buenos y quiénes los malos.

La celebración litúrgica de nuestros héroes debe cambiar por el análisis de su comportamiento para que tengamos una conciencia clara de qué es nuestra Nación y el porqué de la Revolución. La historia deben hacerla los cronistas, los historiadores y no los políticos ni el clero; mostrando sus dos caras, la sombría y la luminosa.

Hay que hacer un alto y reflexionar: ¿Qué es la Patria? ¿Cómo se construyó la imagen de nuestro país? ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué planes hay para los próximos 10, 20, 50 o 100 años? ¿Qué metas a largo plazo tienen nuestros Gobiernos? ¿Qué cambios se requieren para lograrlos? ¿Qué rasgos de nuestra idiosincrasia merecen conservarse, y qué otros deben transformarse o suprimirse?
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