Deportes

*El soldadito

Por Jaime Garcia Elías

De repente, las versiones de Don Quijote, el idealista, y Sancho, el pragmático, en las bancas instaladas al lado de todas las canchas del mundo, cambiaron de nombre y de semblante...
Hasta hace poco el tópico sostenía que el Caballero de la Triste Figura había decidido reencarnar en César Luis Menotti al efecto de reeditar en los campos de futbol sus aventuras en La Mancha; su fiel escudero --y su contrafigura, de paso--, habría hecho lo propio en Carlos Salvador Bilardo. El primero habría descuartizado los molinos de viento --gigantes holandeses, qué coincidencia-- en el Mundial de Argentina-78. El segundo habría hecho del mundo del futbol su ínsula Barataria al vencer a los alemanes (con la ayuda invaluable de Maradona... y de “la mano de Dios”) en el de México-86.

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De un par de semanas a la fecha, los estilos, principios, ideales y filosofías encarnadas, merced a la mágica pluma de Cervantes, en El Quijote y Sancho, decidieron emigrar. Muy venidos a menos, prácticamente jubilados Menotti y Bilardo, tomaron su lugar --o los colocó en su lugar la prensa deportiva--, en la esquina de los técnicos, Pep Guardiola; en la de los rudos, José Mourinho.
Con una añeja rivalidad, elevada a la enésima potencia porque el destino dispuso que Barcelona y Real Madrid tuvieran cuatro enfrentamientos directos en apenas 20 días (uno en la Liga, otro en la final de la Copa del Rey y dos más en las semifinales de la Liga de Campeones de Europa), los duelos verbales entre un Mourinho sistemáticamente provocador --su espejo de siempre-- y un Guardiola que no tuvo empacho en perder la compostura, por una vez, para decirle su precio al boquiflojo, convirtieron los partidos en una especie de telón de fondo de sus pugnas personales y de sus controversias ideológicas.

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El tercer acto de la tragicomedia acaba de escenificarse en Madrid. Cualquiera diría que se trata de guerras entre pelotones de soldaditos de plomo --o de plástico--, manejados a larga distancia, desde cuarteles muy alejados de los campos de batalla, por dos generales intransigentes, tiránicos, intratables... si no fuera porque uno de los soldaditos, al menos, con camisa azulgrana y un visible 10 en el dorsal, cobra vida propia, se sale del esquema, prodiga las genialidades, doblega al adversario... y eclipsa --hasta el punto de anonadarlos-- a los susodichos generales.
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