Deportes

Crecer entre pinos y bolas de boliche

Ernesto Franco es una de las cartas mexicanas para aspirar al oro en un deporte dominado por potencias como Estados Unidos

GUADALAJARA, JALISCO (20/SEP/2011).- Ernesto Franco comienza su rutina diaria como cualquier persona: a las 6:30 de la mañana se levanta para llevar a su hijo Rodrigo a la escuela; después, se dirige a su trabajo en una empresa de comunicaciones, donde vende equipos de cómputo. Hasta ahí, todo regular. No obstante, con todas estas ocupaciones, “El Chato” todavía se da tiempo de jugar y entrenar boliche, y será uno de los representantes de México en los XVI Juegos Panamericanos Guadalajara 2011.

Al boliche lo atrajo su papá, cuando Ernesto tenía 14 años. A partir de los 20 años tuvo varios empleos, como el programa Radar del Gobierno del Distrito Federal, por medio del cual fue entrenado para ayudar a agilizar el tráfico de la ciudad. Pero luego tuvo un negocio de artículos para boliche y, aunque tuvo que cerrarlo, sirvió para ratificar su afición y entrar de lleno al boliche.

Ernesto comenzó siendo un jugador muy impulsivo. Si aprendió a controlarse fue gracias, de nuevo, a la vida laboral: fue empleado por nueve años en un boliche y estaba encargado de mantener el mobiliario y ver que se hiciera un buen uso las instalaciones; así aprendió el respeto que debía tenerle a pinos, bolas y demás instrumentos del deporte.

Desde entonces, y ya como jugador profesional, ha desarrollado mayor afición. Su ambición es fomentar el boliche y abrir su propio bolerama. Lo que busca es dejar huella en este deporte y contribuir a que la gente lo juegue y, sobre todo, a que lo entienda.

Pesos

Jugar al boliche, y más como profesional, no es sencillo ni, mucho menos, barato. Aunque es popular entre “amateurs”, porque no hace falta tener equipo propio para practicarlo, un profesional tiene que buscar patrocinios, puesto que tan sólo en los entrenamientos se pueden llegar a gastar siete mil pesos al mes, incluso con los descuentos que varios boliches ofrecen.

Además del gasto por línea al mes, “El Chato”, por ejemplo, utiliza alrededor de seis bolas diferentes, que se adecuan a factores como la calidad de la pista o hasta el aire del recinto.

El boliche fue colocándose en el centro de la vida de Ernesto Franco. No sólo da clases los fines de semana, sino que, además, gracias a él conoció a Sandra Carballo, su esposa y madre de sus hijos Rodrigo y María Fernanda.

Para “El Chato”, lo mejor que ofrece este deporte es un ambiente de amistad y compañerismo. Ni siquiera sus problemas con la diabetes lo alejan de su actividad, pues está convencido de que la mente y las ganas de triunfar pueden vencer cualquier obstáculo.

Como cualquier deportista, Ernesto tiene algunos rituales para las competencias. Sobre todo, le gusta ver las fotos de su familia durante la noche anterior, pero también lleva consigo unos collares que se coloca siempre antes de su primera bola, y le gusta que el pie derecho sea el primero sobre la duela.

Con los años, Franco ha conseguido triunfos notables. Ganó su primera medalla en 1992, pero sobre todo recuerda la del Campeonato Mundial de Boliche Varonil 2012, donde quedó en segundo lugar de la categoría de ternas junto con Alejandro Cruz y Jorge Rosado.

En contraste, perdió la final de un torneo panamericano de 2009 ante el estadounidense Chris Barnes, reconocido como uno de los mejores jugadores del mundo.

Sus metas pasan primero por los Juegos Panamericanos, pero también apunta hacia el mundial de 2012. ¿Qué esperanzas hay para México en Guadalajara 2011? Ernesto opina que, luego de a los mexicanos ante otros 20 países en un reciente torneo en la capital tapatía, cree que el tricolor un equipo con todas las condiciones para competir contra los mejores. Tanto, que lo coloca como aspirante a la medalla de oro, incluso por encima de Venezuela, Colombia, Puerto Rico y, por supuesto, Estados Unidos.
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