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* Infalibles

A propósito por Jaime García Elías

GUADALAJARA, JALISCO.- Armando Archundia tuvo, el viernes por la noche, una pifia morrocotuda: un tiro libre de los “Tecos” se desvió notoriamente en la barrera del América y salió por la línea de fondo. Cuando la pelota regresó, Ochoa cobró saque de meta. Dos toques después --el adversario estaba desbalanceado, en el entendido de que tenía córner a favor--, la pelota llegaba al fondo de las redes locales... Archundia sentenció: gol.
El domingo, en Morelia, Germán Arredondo --según las malas lenguas-- estuvo moviendo, a voluntad, el marcador. Primero, pénalty a favor del equipo local, que Mendoza convirtió. Después, dos tiros de castigo a favor de Jaguares, que Bautista transformó en goles... Todavía pudo --y debió, de hecho-- sancionar otro pénalty. Arredondo, probablemente, se sonrojó al pensar que marcando cuatro pénalties en apenas medio partido aseguraba la inscripción en el Libro Guinness, y optó --como decían los cronistas antiguos-- por “tragarse el pífano”.
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El de Archundia, en el estadio de los “Tecos”, fue un descuido descomunal y una grave falta de comunicación del silbante con sus auxiliares... Que marque o deje de marcar un pénalty, por ejemplo, es cuestión de apreciación. En cambio, que permita reanudar con saque de meta un partido en que acaba de señalar tiro de esquina, es un error del género de los antológicos y de la especie de los imperdonables... máxime que del mismo se derivó un gol que incidió --tal vez de manera decisiva: eso jamás se sabrá-- en el resultado del encuentro.
A Germán Arredondo se le reprocha que cuando menos en dos de los tres pénalties que marcó, “las faltas fueron inexistentes”. Sin embargo, eso lo han dicho quienes tuvieron oportunidad de ver los lances varias veces, con detenimiento, desde todos los ángulos posibles: una oportunidad que Arredondo sólo tuvo al final del partido; es decir, cuando sus decisiones eran los clásicos “palos dados” que --como el Papa en persona puede corroborar-- ya ni Dios quita.
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Los incidentes señalados dieron pie a desgarramientos de vestiduras por parte de la crítica... y particularmente de algunos antiguos árbitros que, cuando ejercían como tales, distaban mucho de ser irreprochables.
--¡Cómo es posible --berreaban-- que esos vayan a ser los árbitros en la “liguilla”...!
(Una atenta súplica: no dejen de avisar cuando encuentren al primer árbitro infalible, contado a partir del primer día de la Creación).
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