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— ¡Huy...!

Ahora es la presión para que se reformen otras leyes y se atienda como un problema de salud mental... la adicción al juego

Primero fue la presión para que se reformaran las leyes y se permitiera la operación de casinos en México. Ahora es la presión para que se reformen otras leyes y se atienda como un problema de salud mental... la adicción al juego.
En pocas palabras: primero, los afanes para poner al Coco; después... a tenerle miedo.

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En las exposiciones de motivos que acompañaron las iniciativas orientadas a abrir casinos en México, se adujo, de entrada, que una medida de esa naturaleza vendría a ser algo así como el pase automático al Primer Mundo. ¿Qué tienen Las Vegas o Montecarlo —se planteaba— que no tenga México...? Si el turismo es, ya, después de las exportaciones de petróleo y de fuerza de trabajo (que se traduce en las divisas remitidas por los emigrantes que encontraron en el extranjero las oportunidades de acceder al nivel de vida decoroso que se les negó en su propia patria) una de las actividades económicas más importantes para el país, ¿por qué renunciar, a tenor de caducos prejuicios moralistas, a las carretadas de dólares que los turistas pueden dejar en centros de diversión como los que frecuentan en otras latitudes...? Las embestidas en el sentido opuesto aludían a las consecuencias indeseables que los casinos podrían traer aparejadas: tráfico de drogas, prostitución, trata de blancas... ¡Horror...!

Pocos se enteraron de cuándo y en qué sentido concluyeron los debates. De repente se encontraron con que los casinos habían llegado. Y no sólo, sino que al rato comenzaban a multiplicarse, casi como los pequeños supermercados que gradualmente han desplazado a los changarros tradicionales y se han convertido en una plaga... Ahora —siguiente capítulo de la historia— se advierte sobre la necesidad de prevenir contra una enfermedad mental: la ludopatía; es decir, la adicción al juego, cuyas repercusiones empiezan a ser alarmantes: ruina económica, conflictos que redundan en la desintegración de familias; suicidios, incluso...

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Una vez que se encendieron las alarmas, y a la vista de que ahora acuden al casino, religiosamente, dos o tres veces por semana, casi las mismas personas que hasta hace unos meses acudían —religiosamente también— a la misa dominical, se plantea la conveniencia de que a la entrada de esos centros de reunión que supuestamente nos redimieron del Tercer Mundo, se coloquen advertencias similares a las que se colocan, por ley, en las cajetillas de cigarros: “El ingreso a este sitio puede ser nocivo para su salud mental”.

Qué pena, pues, que deba pagarse ese precio por entrar al Primer Mundo... y que tampoco la proliferación de casinos nos haya vuelto ricos y felices de la noche a la mañana.
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