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* Agüitas frescas

Por Jaime García Elías

La polémica, en plenas batallas decisivas de la guerra por el campeonato, se centra, sin embargo --como suele suceder en el futbol mexicano--, más en la moda de las interrupciones sistemáticas de los partidos para efectos de la “rehidratación”, que en el análisis de los encuentros hasta ahora disputados y en las perspectivas de los equipos en las confrontaciones que por ahora están en suspenso.
Eso es --citando a los clásicos-- lo que se entiende por “tomar los rábanos por las hojas”; o, más vulgarmente, comerse la cáscara y tirar el plátano.

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Intercalar una pausa en los partidos más o menos a la mitad de cada uno de los dos períodos reglamentarios, en los países tropicales, cuando las temperaturas son calcinantes, parece razonable...
Es hacer de manera sistemática lo que se hace en forma casual, porque cualquier aficionado sabe que es práctica común abastecer de agua u otra suerte de líquidos rehidratantes a los jugadores, cuando se produce una interrupción en un partido por cualquier causa admitida por el reglamento; por ejemplo, la atención médica a un jugador que queda momentáneamente lesionado. Hacerlo, en cambio, en partidos nocturnos, como los de media semana, cuando las temperaturas son amables y no representan la menor amenaza a la salud de los jugadores, se antojaría ocioso.

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Para hacer frente a las suspicacias y maledicencias que se desataron en cuanto la pausa para “rehidratación” se volvió práctica ordinaria (la sospecha de que era una argucia mercantilista para meter, a martillazos, más anuncios en las transmisiones televisivas de los partidos), una de las empresas televisoras, al menos, ya decidió abstenerse de transmitir comerciales grabados en esos espacios. (Se ignora si, en compensación, cobrará la difusión de las imágenes de los jugadores en plena “rehidratación”, a la empresa que les suministra las correspondientes bebidas).
En todo caso, aún falta que, a la vista de que lo que parecía ser un incidente baladí se transformó en un escándalo, la FIFA se pronuncie y, en nombre de su autoridad suprema, disponga que se cumpla al pie de la letra el contenido de la Regla VII, referente a la duración del juego (“El partido comprenderá dos tiempos iguales, de 45 minutos cada uno”), y decida que no proceden las tres palabras siguientes de la norma (“salvo acuerdo contrario”)... que legitimarían a priori la validez reglamentaria de la singular medida.

A la vista de que lo que parecía ser un incidente baladí se transformó en un escándalo. ARCHIVO
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