Cultura
Visiones de Atemajac
Juan Soriano (VI)
Paz, por su cuenta, desde su posición de intelectual influyente, también respaldó con particular entusiasmo y cariño el accionar de Soriano: lo hizo escribiendo brillantes ensayos en torno a la figura y obra del pintor; lo hizo con su presencia física y amistad constante y sonante. Recuerdo, por ejemplo, la ocasión en que Paz participó en el homenaje que el Gobierno de Jalisco le rindió a Soriano allá por 1987 en el Teatro Degollado de Guadalajara. Tal evento culminó con la apertura de una magna retrospectiva del pintor tapatío en el Cabañas.
Dicha exposición, por cierto, se vio aderezada pocos días después con una controversia y pequeño escándalo en torno al retiro de ciertos dibujos eróticos (por lo demás espléndidos) que un sector ultraconservador de la sociedad tapatía demandó. Sobre la persistencia de ciertas mentalidades claramente vinculadas a la “mochedad” regional y sobre la importancia del erotismo en la obra de Soriano volveremos más adelante. Quedémonos, por el momento, con dos segmentos del pensamiento de Paz, pródigos en belleza y claridad.
En uno hace una entrañable remembranza de Guadalajara y lo pronuncia en la ocasión del Degollado. El otro lo escribe en 1941 y lo teje en torno del joven Soriano recién arribado a la Ciudad de México.
Vamos por partes: el primero se llama Agua Azul: “Regreso a Guadalajara después de muchos años de ausencia. Naturalmente, me han sorprendido sus cambios: son muchos y notables. Como todos los de las grandes ciudades modernas, unos han sido maravillosos y otros, la mayoría, deplorables. Mientras reflexionaba sobre la suerte de las ciudades en este fin de siglo, alcé los ojos y vi el cielo de Jalisco: no ha perdido su azul ni ha cesado de producir, con infinita constancia y no menos infinita fantasía, nubes y más nubes. Cada una es distinta y todas son la misma.
Diaria y admirable lección de la naturaleza: sus cambios son repeticiones y sus repeticiones, cambios […] La unión de tradición e invención es semejante al diálogo, a veces resuelto en abrazo y otros en discordia, entre el agua y el cielo […] me serviré de dos palabras que me impresionaron mucho cuando yo era niño.
Aunque nací en México, mis abuelos paternos eran tapatíos de vieja cepa; en mi casa se hablaba con frecuencia de Guadalajara y entre los lugares que se mencionaba con mayor entusiasmo había uno que, literalmente, me encantaba: el parque de Agua Azul. Lo soñe como un manantial de agua pura en el centro de una espesura verde de plantas y árboles paradisíacos. Agua azul: al oír estas dos palabras yo pensaba en una agua celeste o en un cielo acuático. La primera: una imagen congelada del tiempo; el segundo: una imagen del cielo hecho agua, la eternidad devuelta al tiempo…”.
navatorr@hotmail.com
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