Cultura

Visiones de Atemajac

Juan Soriano (III)

Vale la pena detenerse en otros dos aspectos de la etapa tapatía de Soriano previa a su partida a la Ciudad de México. El primero tiene que ver con su percepción de la forma amanerada en que los tapatíos se relacionaban dentro de las tertulias sociales de esas primeras décadas del pasado siglo. En Juan Soriano, el perpetuo rebelde, de Sergio Pitol, editado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y Era, el pintor recuerda que en las conversaciones se filtraban conceptos y palabras extraídos de La Ilíada, La Odisea, El Fausto y La Divina Comedia.

Esto nos indica dos cosas: por un lado, la evidente cultura libresca de, principalmente, ciertos segmentos de la clase alta tapatía; por otro -hablemos claro-, la insoportable afectación de tales grupos: esnobismo puro, sin más.

Esto, transpolado a la época actual, donde persisten tales prácticas, nos arroja varias lecturas. Comencemos con la parte rescatable, esto es, la confirmación de una tradición del buen nivel cultural y educativo presente en algunos sectores de los habitantes de esta región. Tales afanes, sin embargo -también hay que decirlo-, se desplazaron, hoy en día, hacia una clase media ilustrada.

Lo que no sufrió variación fueron las insufribles actitudes de suficiencia y, a veces, de malinchismo, desplegadas ahora por estos nuevos grupos, hechos agravados por las legiones de inefables improvisados y vivales, los cuales, sin mérito, legitimidad o conocimiento de causa, inundan, sin pena ni gloria, muchos de los ámbitos políticos, académicos, culturales o artísticos en cuestión. Todo ello crea confusión, enrarecimiento de los ambientes y desprestigio a los verdaderos hacedores del pensamiento y creación locales, por lo demás individuos genuinamente comprometidos con la cultura regional y, lo que es mejor, gente sencilla, sin complicaciones.

Me imagino a un jovencito Soriano abriendo tamaños ojotes ante los excesos y cursilerías de los contertulios de su hermana. Lo recuerdo, también, ya cuando Soriano era un pintor con toda la barba, mesurado y divertidamente irónico ante los despropósitos de muchos de sus coetáneos o bien, asombrado, frente a quienes sí aportaban lucidez y verdad a lo largo de su trayecto profesional.

El segundo aspecto nos remite al momento en que, en 1934, José Chávez Morado, Lola Álvarez Bravo y María Izquierdo visitan la exposición de los pupilos del maestro Caracalla montada en el Museo del Estado de Guadalajara. Estos tres Reyes Magos estimulan a nuestro jovencito para que siguiera su propia estrella. Le meten el gusanito de irse a la Ciudad de México para que encontrara mejores condiciones para su carrera artística. ¡Qué importante fue este espaldarazo! Verdadero golpe de timón.

navatorr@hotmail.com
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