Cultura

Visiones de Atemajac

Juan Soriano (2)

GUADALAJARA,JALISCO.- Juan Soriano nació en 1920 en Guadalajara, México, donde transcurre sus primeros quince años de vida. De éste período poca información nos ha llegado: ni sus biógrafos, ni los estudiosos de su obra, vamos, ni el mismo Soriano en las múltiples entrevistas que concedió, abundan en la etapa temprana tapatía. Solamente algunas impresiones de su entorno inmediato, habitado por su hermana Martha, por contertulios que visitaban su casa, por libros y revistas de arte y literatura que él y otros pocos niños recibían como préstamo cuando acudían con el singular pintor Chucho Reyes Ferreira, así como su aprendizaje del arte de la pintura en el Taller “Evolución” del Maestro Caracalla, conformaban, aparentemente, el universo infantil del jovencito Soriano, pero, ¿cuáles eran en realidad las motivaciones íntimas y más profundas que permitieron a nuestro personaje desarrollar en el futuro una iconografía y una visión del mundo tan personales?.

Porque viendo muchos de sus cuadros pintados a lo largo de sus etapas pictóricas y de su vida, no podemos sino reconocer o intuir un poderoso e inefable misterio encerrado y, obviamente, no declarado. A mi juicio, varias de las claves de los contenidos o substratos más hondos de la psique y alma soriana se encuentran en ésos años primigenios de los ambientes, las vivencias íntimas—casi secretas—y la provincia, experimentados por el niño Soriano.

Los zaguanes entreabiertos, la quietud de los objetos inertes, el tiempo suspendido del “Castillo de la Pureza”, el lirismo lúdico de sus niñas y ángeles, las calaveras luminosas entreabriendo postigos de ventanas antiguas…suspiros…respiraciones contenidas…asombros…descubrimientos trémulos…todo el universo, todos los símbolos contenidos en sus pinturas nos hablan de un mundo interior intenso, todo nos habla de revelaciones, de confesiones inconfesables, todo reta nuestras percepciones, nuestras intuiciones, nuestra habilidad para leer entrelíneas, para descifrar códigos ocultos.

Soriano, juguetón, sabía que todo estaba en sus pinturas. También sabía, malicioso, que nada podía adivinarse y, mucho menos, concluirse. Dejó los misterios abiertos. Buena parte de la riqueza de su obra estriba justamente en eso: en el juego de espejos que a propósito construyó: todo está reflejado pero nada responde a las grandes interrogantes. El arte, como la naturaleza humana, es dual. El arte es revelación, sí, pero el arte es esencialmente insondable.
Enrique Navarro

navatorr@hotmail.com
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