Cultura
Visiones de Atemajac
Juan Soriano (2)
Porque viendo muchos de sus cuadros pintados a lo largo de sus etapas pictóricas y de su vida, no podemos sino reconocer o intuir un poderoso e inefable misterio encerrado y, obviamente, no declarado. A mi juicio, varias de las claves de los contenidos o substratos más hondos de la psique y alma soriana se encuentran en ésos años primigenios de los ambientes, las vivencias íntimas—casi secretas—y la provincia, experimentados por el niño Soriano.
Los zaguanes entreabiertos, la quietud de los objetos inertes, el tiempo suspendido del “Castillo de la Pureza”, el lirismo lúdico de sus niñas y ángeles, las calaveras luminosas entreabriendo postigos de ventanas antiguas…suspiros…respiraciones contenidas…asombros…descubrimientos trémulos…todo el universo, todos los símbolos contenidos en sus pinturas nos hablan de un mundo interior intenso, todo nos habla de revelaciones, de confesiones inconfesables, todo reta nuestras percepciones, nuestras intuiciones, nuestra habilidad para leer entrelíneas, para descifrar códigos ocultos.
Soriano, juguetón, sabía que todo estaba en sus pinturas. También sabía, malicioso, que nada podía adivinarse y, mucho menos, concluirse. Dejó los misterios abiertos. Buena parte de la riqueza de su obra estriba justamente en eso: en el juego de espejos que a propósito construyó: todo está reflejado pero nada responde a las grandes interrogantes. El arte, como la naturaleza humana, es dual. El arte es revelación, sí, pero el arte es esencialmente insondable.
Enrique Navarro
navatorr@hotmail.com
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