Cultura

Visiones de Atemajac

Un renovado ex Claustro de Santa María de Gracia (2)

En 1736 se consolidó el templo gracias al incremento de las rentas y capitales: a partir de entonces tendría cinco bóvedas, los coros, la sacristía, un altar principal y ocho colaterales. Llegan también hasta nuestros días las cuatro magnas pinturas resguardadas en la sacristía. Fueron realizados por Antonio Enríquez aproximadamente hacia 1770 y representan escenas de la vida de Santo Domingo. En una de ellas podemos apreciar el símbolo de la orden dominicana: me refiero al clásico perro con una tea encendida en el hocico.

Dentro de los muros del convento funcionó por muchos años el Colegio de Niñas de San Juan de la Penitencia, creado en 1586 con la finalidad de educar a las hijas de los conquistadores. El Colegio sólo recibía a doncellas españolas “virtuosas, sin vicios y enfermedades, hijas de padres honrados” como puntualmente acota el licenciado Salvador Reynoso en su disertación en torno al Convento de las Gracias, impresa en 1984 en el compendio editado por el profesor Ramón Mata Torres con el título de Iglesias y edificios antiguos de Guadalajara, fuente principal de nuestras indagaciones.

En 1684 el Obispo Juan de Santiago de León Garabito dotó de constituciones al Colegio de San Juan, el cual cerró sus actividades durante la exclaustración del XIX.
Para comprender las mentalidades de entonces, revisemos algunos aspectos (por demás curiosos) del reglamento interno del Colegio. El punto número uno, por ejemplo, exigía demostrar la virtud y buen nombre de las doncellas presentando documentos probatorios, revisados escrupulosamente por la Priora, quien, si encontraba información dudosa, lo comentaba en secreto al Obispo, para denegar el acceso a la solicitante. El punto siete nos habla de los contenidos de la enseñanza impartida: lectura, escritura, aritmética, vida cristiana y labores propias de su sexo, para evitar “la ociosidad”. El once nos dice que no se permitían libros profanos, mucho menos comedias. El doce exigía que todas las pupilas vistieran un mismo “género y forma”, menos seda. Otros prohibían “rizos, adornos y pedrería e indicaban la manera de comportarse, las obligaciones piadosas y el absoluto respeto a la Superiora”. Es asombrosa la persistencia, hoy en día, de algunas de estas prácticas, tanto en los ámbitos educativos conservadores como en otros de corte confesional.

Imaginemos, llegados a este punto, el despliegue de procesiones, fiestas religiosas, rituales y liturgias, tramadas hasta el tuétano con la sociedad neogallega. El licenciado Reynoso menciona las procesiones que con toda “pompa y devoción” hacían las diversas cofradías por las calles de la población. Visualizemos a sus miembros descalzos, portando túnica, capirote y escapularios de tafetán negro. Todo era solemnidad, silencio y genuina religiosidad.

Santa María de Gracia nos dice la crónica, era el convento más rico de la Nueva Galicia. En tiempos del Obispo Alcalde los fondos del convento ascendían a 480 mil pesos. Jesús María, para compararlo con otros conventos de religiosas, contaba con 140 mil pesos; Santa Teresa y Santa Mónica con 110 mil pesos.
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