Cultura
Visiones de Atemajac
Dr. Atl (XIV)
No había que tocarle la frente enfebrecida a nuestro personaje para comprobar sus desvaríos. Recordemos que antes había propuesto la exploración de petróleo al pie del cerro del Tepeyac o bien la idea de organizar una búsqueda submarina de la mítica Atlántida, pasando por sus enconos fascistas y paranoias antisemitas. Rememoremos también, en estricta justicia, que otros muchos de sus proyectos y acciones (extrapictóricos) sí tuvieron congruencia y ciertos aportes significativos.
Con todo, fueron sus afanes pictóricos la faceta más noble y trascendente de su trayecto vital. Complejísimo, desde el momento en que los astros se conjugaron para depositarlo en este mundo, el Dr. Atl estuvo habitado por el claroscuro de la condición humana.
Finalmente, el 15 de agosto de 1964, a sus 89 años, muere en la Ciudad de México aquejado por una pulmonía que contrae mientras pintaba el cuadro La Barranca del Tequila. Un año antes había iniciado la redacción de sus memorias. Las autoridades gestionaron -mínimo- que sus restos fueran depositados en la Rotonda de los Hombres Ilustres.
Tres bloques emblemáticos de su obra pictórica me servirán para analizar los aportes estéticos y formales de la iconografía atliana. Me refiero a los retratos (de sí mismo y de Nahui Olín), a las crónicas visuales del Paricutín y a sus paisajes (aéreos y terrenales).
Los autorretratos, para empezar con el recorrido, constituyen una reafirmación del sentido clásico y profundo del género. ¿A qué me refiero? A que el autorretrato debe reflejar, sin concesiones, el alma verdadera del autor. El verismo, la honestidad y la autenticidad son, por tanto, valores inalienables puestos en juego. ¿Qué implicaciones tiene esto? Por un lado, que nadie tiene un conocimiento más profundo de sí mismo que el autorretratado: no tiene nada de sencillo (y sí mucho de inquietante) verse fija e intensamente en un espejo. En esos momentos aparece todo (escalofríos incluidos): lo mismo lo consabido que lo desconocido; igual lo inconfesable que la nada. Se ocupa valor para tales introspecciones. Por otro lado, al exhibirse, al desnudarse, el artista le da el poder a los espectadores. Son estos últimos quienes dan sentido a tales actos. Son ellos quienes "nombran" al artista. Es el juego de espejos de la humanísima "otredad".
Podríamos no estar de acuerdo en muchas facetas de la personalidad e intenciones del Dr. Atl. Podríamos criticarlo en sus desvaríos, megalomanías y excesos pero, no cabe duda, qué auto-radiografías tan honestas nos legó nuestro personaje.
navatorr@hotmail.com
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