Cultura

Visiones de Atemajac

Dr. Atl

No puedo evitarlo. Para mí, el epicentro del trayecto vital del Dr. Atl no reside en su comunión con los volcanes, ni en los entresijos de los asuntos políticos, ni tampoco en sus afanes de carácter pictórico. A mi juicio, todo debe pasar por los pasillos solitarios del Exconvento de la Merced de la Ciudad de México, pasa, en suma, por la carne trémula de Carmen Mondragón. Esta relación tuvo lugar en los primeros años de los 20 del pasado siglo cuando Gerardo Murillo ya ostentaba una fama de experimentado lobo de mas de 45 años. Dudo, sin embargo -y a pesar de un supuesto blindaje que la madurez otorgaba a nuestro personaje-, que después de esta intensísima etapa Atl haya salido ileso: todo lo contrario: su ser más íntimo fue irremisiblemente marcado, casi estigmatizado. En aquellos corredores y patios incendiados por una pasión demencial quedaron jirones de humanidad.

Alternando con actitudes en momentos autodestructivas, Atl y Nahui Olín se regodeaban caminando por el filo de la navaja y convocando a la muerte de manera sucesiva, obsesiva, deliberada… De aquella relación, a ratos esplendorosa, a ratos patética, no pudieron los amantes reponerse: se sorbieron el alma, pusieron al descubierto no solo los más recónditos secretos del cuerpo intervenido, sino que, en un salto temerario al vacío, evidenciaron la indefensión y desnudez esencial de quienes se atreven a consumir la fruta prohibida. Hubo la inquietante toma de conciencia de sí mismos reflejados en el "otro". Hubo magia y lujuria. Ya nada fue igual para una delirante Nahui Olín. Quiero creer que tampoco para un existencialista como el Dr. Atl. Las coordenadas de su vida, presumo, se desplazaron radicalmente.

Gerardo Murillo vino al mundo un 3 de octubre de 1875 en el céntrico barrio de San Juan de Dios de una Guadalajara emergente de los conflictos de la Reforma. Hijo del químico farmacéutico Eutiquio Murillo y de Rosa Cornadó, José Gerardo tuvo cinco hermanos con quienes aparece fotografiado en las clásicas imágenes antañonas y nostálgicas de fines del XIX.

Cursó las primeras letras en el Liceo de Varones y en 1890 asistió al Taller de Felipe Castro intentando canalizar inquietudes de carácter artístico. Recordemos, asimismo, que también fue discípulo del brasileño Félix Bernardelli, avecindado en Guadalajara a partir de 1892. Con Bernardelli llegan los modelos a "plen air", la refrescante acuarela, la diversificación de temas y la incontenible modernidad estética.

Es cierto que el maestro sudamericano no fue un pintor particularmente dotado. La música era su fuerte. Su importancia radica en haber fungido como enlace entre las tradiciones finiseculares con las corrientes modernas. También resalta su labor como animador cultural de la ciudad: organizaba y tocaba recitales musicales; impartió clases y montó talleres de música y pintura, pero, sobre todo, y ejerciendo su benéfica influencia de profeta cultural, estimuló a un grupo de jóvenes cofrades para que viajaran, experimentaran y profundizaran su vocación artística. La nómina la integraron Roberto Montenegro, Jorge Enciso, José María Lupercio, Rafael Ponce de León y el tormentoso Gerardo Murillo, después conocido como Doctor Atl.

navatorr@hotmail.com
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