Cultura
Visiones de Atemajac
Enrique Navarro
Estas telas sintetizan el atractivo lenguaje formal que De Lara ha propuesto para enriquecer las interpretaciones religiosas contemporáneas.
Por último, visitemos el inmenso mural (600 metros cuadrados) de paneles desmontables ubicados en el muro frontal (detrás del altar) de la Parroquia de San Bernardo en Guadalajara e inaugurados en los primeros años de la actual década.
Se trata de una síntesis de las particulares visiones que en torno al devenir histórico y bíblico de la humanidad y en torno al Cristo resucitado, el maestro De Lara ha planteado a lo largo de su trayectoria profesional.
Este ambicioso trabajo tiene pretensiones totalizadoras, pues diseñó su programa iconográfico pensando en la transmisión didáctica de infinidad de pasajes, personajes y hechos bíblicos, culminados por un dominante Cristo resucitado.
Podemos visualizar, por tanto, una composición central o simétrica con innumerables figurillas ubicadas en grandes ondulaciones rítmicas a lo largo de toda la superficie para construir o conformar tres figuras monumentales. Dos representan de manera velada a una mujer y a un nonato; la tercera, perfectamente definida, al Cristo resucitado.
Abundan los tonos pastel azules, violetas y rosas. El cromatismo, por tanto, es amable y accesible para las mayorías. En contraste, percibimos una profusión de amarillos para la figura principal y múltiples áreas o contrapuntos de grises oscurecidos para simbolizar pasajes ligados al mal o el pecado.
Más laxo que -por ejemplo- su mural en el Calvario o muchas de sus acuarelas, pródigos en intensidad expresiva, este mural de San Bernardo refleja tanto el ánimo destensado que –supongo- el maestro vivía hace 10 años, como su afán por experimentar o dar un giro formal en su producción.
Esas grandes olas y curvaturas envolventes de la composición me transmiten un afán reconciliador y un sutil espíritu ecuménico tan propios de nuestro momento histórico. El cuerpo del Cristo central, además, está resuelto como un mosaico de pixeles cibernéticos entrecortados. Gravita, por tanto -y esto es una hipótesis- un deseo por contemporizar no solo con las tendencias globalizadoras religiosas, sino también con lenguajes digitales modernos.
Llama la atención, asimismo, un sutil erotismo o atmósfera hedonista, tanto en las amplias curvas mencionadas como en los grandes cuerpos de la mujer y el niño. Sumemos la amabilidad -me atrevería a decir ternura- del cromatismo antes mencionado. Parece que todo el mural flota en un acariciante líquido amniótico o en una especie de cuento de hadas infantil. Esta condición de imagen idílica -seamos objetivos- tiene ciertas ventajas (es un mensaje accesible), pero también es un inconveniente (arriba señalo el sacrificio de fuerza expresiva en aras de cierta laxitud).
El saldo final lo definirán el tiempo y los cambios -o no- de gusto. Esta estimulación de los sentidos, por lo demás, ha sido una premisa del arte religioso desde los tiempos del Barroco y la Contrarreforma e implica, claro está, una extraordinaria y legítima oportunidad para sublimar -en palabras de Octavio Paz -La llama doble, esto es: amor y erotismo.
En suma: a través de sus trabajos, el maestro Alfonso de Lara Gallardo ha tratado -búsqueda perenne- de asir lo inaprensible. ¿Lo habrá logrado? Solo él tiene la respuesta.
Lo cierto es que siempre lo ha intentado con absoluta honestidad artística y congruencia ideológica y siempre ha puesto el acento en el tránsito -muchas veces tortuoso- del ser humano por esta realidad temporal. Este trayecto vital, nos dice la fe del maestro, desembocará tarde o temprano en el Cristo resucitado y en la vida ultraterrenal.
Navatorr@hotmail.com
Síguenos en