Cultura
Visiones de Atemajac
Las pasiones místicas de Alfonso de Lara Gallardo (I)
En las cercanías de Cuquío nos hospedó una familia de campesinos en su ancestral rancho, ubicado en las proximidades del paraje donde se venera al Cristo del Teponahuasco. Recuerdo con particular asombro una de las imágenes de esta etapa del viaje. A lo lejos del rancho edificado con base en grandes tabiques de adobe, pude distinguir con claridad a un hombre con los brazos abiertos y tirado de espaldas entre la roja tierra barbechada.
Observaba la inmensidad del campo abierto, así como la amenazante tormenta que se cernía sobre las estribaciones de la próxima Barranca del Río Verde. Se trataba del maestro Alfonso de Lara Gallardo. Esta imagen me ayudó a confirmar uno de los rasgos de su compleja -como apasionante- personalidad: el de su amor por la tierra.
El propósito de estas líneas, sin embargo, consistirá en tratar de apresar cuatro hilos conductores vitales del querido maestro. Me refiero a su pasión por el arte pictórico, a su pasión por los asuntos humanos, a su pasión por la barranca y el mundo natural y a su pasión mística por los asuntos divinos.
Nació Alfonso de Lara Gallardo en 1922 en el antiguo barrio de Mexicaltzingo de la capital jalisciense. Estudió contaduría en la Academia Julio Sierra, asistió a los cursos de dibujo impartidos por Ixca Farías en el Museo Regional y trabajó -por nueve años- en el laboratorio de la perfumería de José Francés. Vendrá enseguida su prolija etapa como ilustrador del periódico EL INFORMADOR (1955-1981) y el momento de su iniciación en el mundo de la pintura a fines de la década de los 50 del pasado siglo.
Su etapa como ilustrador reviste una singular importancia, ya que le permite desarrollar toda su capacidad de observación y síntesis del mundo que le circunda, pero le posibilita, más allá de cualquier consideración, expresarse a través de un poderoso lenguaje dibujístico, desplegado por casi tres décadas con particular maestría y profesionalismo.
Es a través de las innumerables ilustraciones realizadas para las diversas secciones y suplementos culturales de este diario, que podemos rastrear parte sustancial de la evolución estética y formal de la obra plástica del maestro.
Fueron cientos de magistrales dibujos y viñetas las que pudimos apreciar. Cómo no reconocer los trazos nerviosos, gestuales, hábiles -a ratos torturados- propios de su inconfundible estilo. De hecho, el propio maestro alguna vez me confesó su admiración por el notable ilustrador norteamericano Harold Foster, agregando -no sin ruborizarse- la certeza en que su capacidad lo hubiera llevado a convertirse en el gran ilustrador mexicano. Consciente de ello, así como del compromiso que los masivos tirajes del periódico implicaban, no escatimó, a lo largo de varias décadas, esfuerzo alguno.
Dibujante excepcional, el maestro Alfonso de Lara Gallardo sustentará su obra entera (mural y acuarelística) en tal habilidad, conocedor de la solidez que una obra plástica adquiere a través de su dominio. Dos maestros jaliscienses así lo confirman: Orozco, durante la primera mitad del siglo XX, Gabriel Flores, durante la segunda.
navatorr@hotmail.com
Síguenos en