Cultura

Viaje al Trotsky más libre

Marcos Aguinis indaga en la vida juvenil de uno de los líderes de la revolución rusa, símbolo de la crítica hacia el interior del comunismo

GUADALAJARA, JALISCO (30/MAY/2012).- Para ''El joven Trotsky'' todo comenzó en un museo. Hace un par de años, el escritor argentino Marcos Aguinis visitó en México un espacio dedicado a la vida del revolucionario ucraniano León Trotsky, la vida de este personaje le causó una impresión tan fuerte que le llevó a investigar distintos pasajes de la vida de uno de los líderes de revolución rusa de 1917. El personaje histórico se hizo libro.

El proceso de indagación le permitió a Aguinis darse cuenta que había poca información sobre el momento crucial de León Trotsky: su juventud, la que marcó su ideología y definió sus valores.

“Empecé a buscar en las biografías existentes y sólo cumplían con un trámite al hablar sobre la infancia de Trotsky, pero la pasaban rápido porque a sus biógrafos se han centrado en su vida adulta, en la época de la guerra civil y en su final trágico, pero no se refieren a su primera etapa: al capítulo del joven idealista”, comenta en entrevista el autor de La cruz invertida, Premio Planeta,  Refugiados: crónica de un palestino, La conspiración de los idiotas, La matriz del infierno, entre otras,y Caballero de las Artes y las Letras por el Gobierno francés.

“Si Trotsky viviese quizá no sería trotskista”, considera Aguinis, quien añade que “el trotskismo está como congelado. Eso se ha escrito hace más de medio siglo, se refiere a otro mundo y a otra situación internacional”.

—¿Cómo eligió los datos sobre la juventud de Trotsky para construir esta novela dentro de la categoría histórica?

—Lo que se considera historia, los hechos que han sucedido, los creo verdaderos en la medida en que todos los documentos coinciden sobre un dato. Cuando hay una coincidencia en documentos es muy probable que ese hecho haya sucedido tal cual se informa, pero después quedan espacios grises, situaciones que son apenas un toque de color y permiten envolver o desarrollar un episodio, una aventura que ayude a completar en gran medida la imagen que uno tiene del personaje o del ambiente en donde se mueve.

En ese sentido, la novela es más completa que una biografía que mantiene una objetividad, una distancia, apoyada sólo los documentos. Y la novela, no; ya que es más temeraria y aventurera,  se mete en diferentes intersticios tratando de desarrollar a través de la imaginación no lo que no ha sido contado en algún documento. Además, esto se agrega con el estilo que debe tener una novela, que cuenta la historia con suspenso y genera curiosidad en el lector.

—Comenta que el trotskismo está congelado. ¿Con esta novela se reactivan esos ideales en los jóvenes?

—Espero que estimule a los jóvenes idealistas. Estuve en un acto con estudiantes de posgrado en la UNAM –Universidad Nacional Autónoma de México— y fue interesante el debate, el interés por el joven Trostky. Era un joven inquieto, vital, abierto a las nuevas informaciones, que estaba muy lejos del fanatismo porque el fanático es el que no quiere cambiar aunque le demuestren que está equivocado. En cambio, él cuando se encontraba con algo que no se adaptaba a la realidad, que no era correcto, lo iba modificando. Más que nada encuentro en el joven idealista la existencia de valores morales y estéticos, más que la fijación a cierta línea política, que es caduca ahí.

Y fundamentalmente quise rescatar la trayectoria, el viaje que él hizo desde su infancia en una aldea pobrísima en las llanuras de Ucrania hasta convertirse en el líder de una revolución de trascendencia mundial. Todo ese trayecto hecho en pocas décadas es como ir a galope  en una historia que  avanza con mucha rapidez a lo largo de las peripecias que él vivió.

En esa etapa, que casi nadie conoce, la etapa que se ha dejado de lado, nos encontramos con elementos  históricos y de formación de carácter que son muy atractivos.

—¿Cuáles fueron los valores que le sorprendieron en el joven Trotsky?

—Encuentro, en primer lugar, su amor por la justicia, su amor por la libertad. Esto es muy importante porque en muchos gobiernos de izquierda lo primero que se ha hecho es cercenar la libertad y él tenía un extraordinario amor por la libertad, él quería la libertad de crítica, le gustaba el pensamiento crítico porque el pensamiento crítico es el que más se acerca a la verdad en la medida de que puede ir eliminando los errores. Él quería la democracia, incluso hay un debate que describe el libro, el que tuvo con Rosa Luxemburgo, quien fue una revolucionaria de origen polaco y muy bella.

—¿Esos valores se mantuvieron en los últimos años de su vida?

—Yo creo que sí porque los testimonios, que he recogido sobre su etapa madura en México, demuestran que era un hombre bueno. Era un hombre bueno, un buen padre, un buen abuelo y un buen amigo, había bondad en él, cosa que no se encuentra en Stalin, quien era un individuo violento y sanguinario, paranoico. De ninguna manera lo era Trotsky, a pesar de las persecuciones que sufrió nunca se volvo hacia a la paranoia. Esos valores siguieron existiendo: era un hombre que dedicaba muchas horas a leer y a escribir, y creo que los valores que lo formaron en su juventud lo formaron durante toda su vida.

—¿Cuál es el papel que jugó México en la vida deTrotsky?

México fue el único país que tuvo la inteligencia de recibirlo con afecto porque se trataba de una personalidad que tuvo mucha importancia en la historia del mundo; mientras el Gobierno stalinista trabaja para impedir que Trotsky quedase en cualquier sitio, es curioso cómo en México, donde el movimiento de izquierda estaba totalmente sometido al stalinismo, no nos olvidemos que Diego Rivera y Frida Kahlo eran stalinistas a pesar de que era un dictador y distorsionó los ideales revolucionario, sí se le recibió.  

No hay duda de que México al mantener un museo dedicado a Trotsky y al ser un país donde se escribieron muchos textos tiene una ventaja con respecto a los lugares donde se le ha olvidado más, por ejemplo, en Rusia casi nadie habla de Trotsky porque Stalin logró imponer una visión demoniaca: como el gran traidor, la gran porquería y basura del mundo, y eso no pasó.

PARA SABER
Una biografía llena de libros


Marcos Aguinis, nacido en Córdoba, Argentina en 1935 es uno de los autores más leídos tanto en su país en el extranjero, señala la editorial Plaza & Janés. Muchas de sus obras han sido traducidas a varias lenguas. Entre sus novelas destacan, Refugiados: crónica de un palestino, La conspiración de los idiotas, La matriz del infierno.

El joven Trotsky, de Marcos Aguinis. Plaza & Janés.

Páginas: 430

FRASE

"
Espero que estimule a los jóvenes idealistas. Era un joven abierto a las nuevas informaciones "

Marcos Aguinis,

escritor

Fragmento
De prisión en prisión (Narra Liova)

“Nunca me llamaron a declarar. El encierro se hacía interminable. Estaba en manos sabedoras de que la incertidumbre duele más que el látigo. Necesitaba leer para quemar el tiempo, pero hasta de eso me privaban. Tras unas semanas pude conseguir unos libros religiosos. Pero era tanta la oscuridad que descifrar las letras demandaba más trabajo que levantar una roca. Apenas tenía fuerzas para conversar con mis compañeros.

De súbito se produjo un cambio. Me sacaron a empellones y, siempre a empellones, como si no pudiera entender el idioma, me condujeron por corredores lúgubres hacia una oficina calefaccionado. Me froté los brazos con deleite. Hasta sonríe, parece. Allí me esperaban dos musculosos gendarmes, que se lamían como tigres ante las heridas que me iban a provocar. Después de unos minutos enigmáticos, entre los dos me empujaron hacia otro corredor, y al abrirse la chirriante puerta de hierro, sentí el chicotazo de una ráfaga. Entré en un patio cerrado cubierto de nieve. La blancura cegadora me obligó a cerrar los ojos. No tuve tiempo de acostumbrarme, porque unos golpes en la espalda me hicieron subir a un carro ocupado por otros policías. ¿Tanta gente para mí solo?

Nadie hablaba, aunque las pupilas enemigas me contemplaban con piedad. Debía parecer un cordero maloliente, despeinado, con la ropa desgarrada y unos trapos envolviendo los pies. Al detenerse el carruaje me arrojaron sobre el suelo de nieve. Nuevos tironeos me pusieron de pie y me obligaron a entrar a un edificio. Recorrí otro corredor en el que hacían eco los suspiros de los condenados. Por fin nos detuvimos ante una puerta más negra que los muros.

Un gendarme la abrió y enseguida me empujo con repugnancia. Pisé una crujiente alfombra de paja sucia. La luz era mínima y entraba encogida por un ventanuco inalcanzable. La celda era tan estrecha que no cabría más de un prisionero. Apropiada para hacerme sufrir la soledad total, pensé. “
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