Cultura

Un cinéfilo voraz y creativo

El autor se declara fanático del género western, admirador de Buñuel y Orson Welles, prefiere las producciones de John Ford

GUADALAJARA, JALISCO (08/OCT/2010).- El Séptimo Arte ha tocado a la puerta de Mario Vargas Llosa desde los años setenta, cuando la adaptación de historias como Los cachoros (1972), basada en su obra homónima, abrió el escenario para que textos como La tía Julia y el escribidor y La Fiesta del Chivo llegaran también a la gran pantalla.

La experiencia del ahora Nobel de Literatura con el cine tuvo un origen agridulce, pues el propio escritor llegó a mencionar que no disfrutaba en su niñez la oscuridad de la sala de cine; sin embargo el tiempo se encargó de convertirlo incluso en parte de la magia de la pantalla de plata. “Cuando ya me acostumbré (a la oscuridad) me convertí en un cinéfilo voraz. En el cine me gustan cosas que en la literatura detesto, yo no leería un western, pero soy un gran consumidor de (películas) western”.

Declarado admirador de cineastas como Luis Buñuel, Vargas Llosa señala que mucha de su producción literaria se ha visto influenciada por la narración cinematográfica, lo que convierte a los textos en expresiones mucho más visuales, sobre todo en el tratamiento del tiempo. “Muchas de las técnicas que utilizo se influencian por el cine, la manera de organizar el tiempo, las perspecivas de las que se cuentan las historias, cómo el narrador se acerca a los personajes, tengo una conciencia gracias al cine”.

El camino inicia en México

La primera historia que llegó a la pantalla grande fue la cinta mexicana Los cachorros, filme dirigido por Jorge Fons en 1972 y protagonizado por José Alonso. El escritor, en el 12o. Encuentro Latinoamericano de Cine del Festival de Lima, compartió que esta historia lo entusiasmó desde el origen, pero el proceso creativo y el guión final no fueron exactamente lo que esperaba. “Había un guión muy bonito que había escrito José Emilio Pacheco que desgraciadamente fue rechazado por los productores y se eligó un guionista profesional y creo que el problema fundamental era que el guión desnaturalizaba de tal manera la historia que la película resultó tener muy poco que ver con mi novela”.

El autor reconoce que en el proceso fílmico se le deben permitir libertades a los realizadores; sin embargo no considera el caso de esa primera aproximación al Séptimo Arte como el más afortundado. “El guión tenía poco que ver con la historia, (...) el cine es otro lenguaje, considero que un cineasta debe tener la libertad de un escritor cuando escribe. De todas las novelas que he escrito, -continúa diciendo-, la que me parece más cinematográfica es ¿Quién mató a Palomino Molero?, una historia que tiene más o menos el formato de una película, una novela corta o un cuento largo, una trama policial que de alguna manera se relaciona con el cine, y es una historia que siempre vi mientras la iba escribiendo”.

Tras Los cachorros vinieron Pantaleón y las visitadoras en 1975, La ciudad y los perros, en 1985, La tía Julia y el escribidor en 1990 y  La Fiesta del Chivo, en 2005.

Su admiración por los cineastas

El escritor dice admirar a los cineastas capaces de crear un mundo a partir de obsesiones y manías “como Buñuel, Orson Welles, Bergman, todos ellos tienen un sello muy personal, son cineastas que respeto y admiro, aunque si tuviera que quedarme con uno sería John Ford”.

La narración cinematográfica agiliza el tratamiento del tiempo en la ficción narrativa. Vargas Llosa reflexiona sobre cómo cambia la perspectiva de un lector sobre la narrativa respecto al cine. “Nos acostumbra a ver el tiempo como un espacio, en la pantalla se puede desplazar con libertad del presente al pasado o al futuro con una velocidad instantánea, creo que la literatura se vuelve mucho más visual a partir del cine”.

La frase
''
Si una película es mala me puede hacer pasar un buen rato, pero una mala novela me exaspera ''
Mario Vargas Llosa, escritor.
Síguenos en

Temas

Sigue navegando