Cultura
Un Villazón palenquero
El tenor se presentó en el Auditorio Telmex, ante alrededor de cinco mil personas
Rolando Villazón regresó a Guadalajara.
Lo hizo anoche, en el Auditorio Telmex, provisto de un programa hecho a la medida para complacer, aunque no para entusiasmar, a unas cinco mil personas.
Lo hizo con todas las ventajas: con una docena de canciones cómodas, que domina porque las trae en sus raíces; con exigencias mínimas, porque el público concurrió predispuesto a aclamarlo, y porque la sonorización del Auditorio facilita las cosas en materia de volumen.
Así, con la complicidad, en modo alguno pecaminosa, del auditorio, Villazón se dio vuelo: cualquiera diría que "vino, cobró y triunfó".
De regreso al canto, después del receso a raíz de la operación a la que fue sometido, Rolando deja en el aire la incógnita de si aún le queda voz para volver a las ligas mayores de la música, o se queda en el llano. El tenor mexicano cantó anoche como un escolapio llena planas de palitos y bolitas en la clase de caligrafía: sin mayor esfuerzo; sin tener que demostrar si el traspiés en su carrera marca un antes en ascenso y un después en declive.
Acompañado por los Bolívar Soloists, Villazón acomodó en el programa algunas piezas semiclásicas del repertorio mexicano: desde Dime que sí hasta Júrame, pasando por Solamente una vez, al lado de otras metidas a martillazos, como Bésame mucho, Noche de ronda, Veracruz, Comprendo y El reloj.
Musicalmente hablando, Villazón acosó voz de convaleciente: quebradiza e insegura en la entonación; sistemáticamente rehuyó las notas graves, y cuando fue inevitable atacarlas, patinó en ellas; el vibrato fue inconsistente y el timbre se escuchó notoriamente oscurecido. Rolando acusó su debilidad por los portamentos, pero ocasionalmente se soltó el pelo con alardes de potencia y fiato, y facilidad para alcanzar las notas altas.
Entre las pifias imperdonables de la velada: Granada, obra de lucimiento de cantantes y tenores, fue dejada por Villazón en manos de sus músicos, para que llenaran el primer segmento mientras el descansaba; en su ausencia, sus acompañantes hicieron de la tal Granada un ponche.
En suma, Villazón se presentó con un repertorio más propio de un cantante (muy superior a lo que hoy en día se consigue en el mercado, pero cantante al fin) que de un tenor operístico, y dejó en el aire más dudas que certezas acerca de su futuro como artista.
Jaime García Elías
ZAPOPAN, JALISCO (24/JUN/2010).- Complaciente, sin pretensiones, con un repertorio de buen gusto, sí, aunque de corte comercial, muy alejado de las cimas del canto que ha conseguido escalar en su carrera,
Lo hizo anoche, en el Auditorio Telmex, provisto de un programa hecho a la medida para complacer, aunque no para entusiasmar, a unas cinco mil personas.
Lo hizo con todas las ventajas: con una docena de canciones cómodas, que domina porque las trae en sus raíces; con exigencias mínimas, porque el público concurrió predispuesto a aclamarlo, y porque la sonorización del Auditorio facilita las cosas en materia de volumen.
Así, con la complicidad, en modo alguno pecaminosa, del auditorio, Villazón se dio vuelo: cualquiera diría que "vino, cobró y triunfó".
De regreso al canto, después del receso a raíz de la operación a la que fue sometido, Rolando deja en el aire la incógnita de si aún le queda voz para volver a las ligas mayores de la música, o se queda en el llano. El tenor mexicano cantó anoche como un escolapio llena planas de palitos y bolitas en la clase de caligrafía: sin mayor esfuerzo; sin tener que demostrar si el traspiés en su carrera marca un antes en ascenso y un después en declive.
Acompañado por los Bolívar Soloists, Villazón acomodó en el programa algunas piezas semiclásicas del repertorio mexicano: desde Dime que sí hasta Júrame, pasando por Solamente una vez, al lado de otras metidas a martillazos, como Bésame mucho, Noche de ronda, Veracruz, Comprendo y El reloj.
Musicalmente hablando, Villazón acosó voz de convaleciente: quebradiza e insegura en la entonación; sistemáticamente rehuyó las notas graves, y cuando fue inevitable atacarlas, patinó en ellas; el vibrato fue inconsistente y el timbre se escuchó notoriamente oscurecido. Rolando acusó su debilidad por los portamentos, pero ocasionalmente se soltó el pelo con alardes de potencia y fiato, y facilidad para alcanzar las notas altas.
Entre las pifias imperdonables de la velada: Granada, obra de lucimiento de cantantes y tenores, fue dejada por Villazón en manos de sus músicos, para que llenaran el primer segmento mientras el descansaba; en su ausencia, sus acompañantes hicieron de la tal Granada un ponche.
En suma, Villazón se presentó con un repertorio más propio de un cantante (muy superior a lo que hoy en día se consigue en el mercado, pero cantante al fin) que de un tenor operístico, y dejó en el aire más dudas que certezas acerca de su futuro como artista.
Jaime García Elías
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