Cultura

Torerías

La madre del torero

"Madre de un torero, es cosa muy mal pensada Señor; o haces toreros sin madre o madres sin corazón". Así comienza un poema que por más que lo intento no recuerdo quién es el autor.

En él se relata la oración de una madre hacia el Creador para que su hijo, torero, no sufra percance o fracaso alguno. Al mismo tiempo es un reclamo: la madre cuestiona severamente el porqué debe padecer el calvario de ver a su hijo enfundado en un terno. "Señor, dile a ese toro que no; que no me saquen a mi hijo, como a tu Hijo entre dos".

Han pasado ya seis años desde que mi madre se fue. Ahora, con su ausencia acrecentada por el paso del tiempo, reflexiono sobre los sufrimientos y avatares que pasan todas las madres de aquellos chavalillos que sueñan con buscar la gloria o el infortunio.

La figura materna, según se nos ha inculcado, sobre todo en la idiosincrasia mexicana, es abnegada, sufrida. Pero si es de un torero, en cualquiera de sus jerarquías, es peor, pues la angustia es el pan de cada día. En mi caso, nunca salí de los polvorientos caminos de pueblos, pero sé de sobra que para ella era como si me presentase en cosos de tronío. A fin de cuentas, se padece igual, la angustia no conoce de geografías, públicos o ganaderías.

Supongo que el corazón y la mente de la madre de un torero deben ser sumamente fuertes para resistir las embestidas de ver a sus hijos jugarse lo que ellas les dieron, la vida.
Cuando se es padre, no hay dolor más grande, angustia más desesperante que el ver a un hijo en peligro, al borde de la derrota o simplemente en un mal día. Pero también siempre están los brazos cálidos y amorosos para el consuelo, las manos analgésicas para mitigar el dolor físico y las sabias palabras para el anímico.

Por algo la mayoría de los toreros de oro y plata se encomiendan a la Madre Santa, cualquiera que sea su nombre; saben que en ella encontrarán todo el consuelo, apoyo y protección que sólo la madre, puede dar.

Incluso, en el romanticismo de los años treinta o cuarenta, la madre fue factor determinante para que los jóvenes de escasos recursos asumieran la profesión. Veían como salida de la miseria hacerse toreros, pues en esas épocas se podía vivir del medio, poniendo como finalidad compararle una casa.

Las cosas han cambiado un poco, como lo explica "El Pana": "Antes nos hacíamos toreros para comprarle la casa. Ahora venden la casa para hacerse toreros".
Lo que no ha cambiado es el sentimiento materno, ni los riesgos que implica abrazar la profesión de torero.

Y pese a todo, en lo más íntimo de ellas, haciendo a un lado su dolor, apoyan inconscientemente la profesión de su hijo. El sacrificio es tan grande que con tal de verle feliz son capaces de todo. Incluso ser madre de un torero.

fotografíataurina@yahoo.es
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