Cultura
''Rulfo es mi copiloto'': Hernán Rivera Letelier
El ganador del Premio Alfaguara 2010 presenta su novela galardonada, El arte de la resurrección
Autor de una obra marcada por un pronunciado tono surrealista y casi mágico, repleta de humor, Rivera Letelier está bien advertido de su popularidad, pero asegura que no le ha afectado y que disfruta, dice como artista de la tele, “el cariño de la gente”.
Lo vivió el lunes en Tecolotlán. Tenía una charla con preparatorianos en el programa Ecos de la FIL, que lleva a escritores a las aulas de la Universidad de Guadalajara, pero los estudiantes y los vecinos le hicieron una fiesta en el museo municipal, vestidos como sus personajes, pues los alumnos leyeron cinco de sus libros que compraron por internet. Lo relata encantado una y otra vez: “Empieza el acto y el presentador dice: ‘Dejamos con ustedes a Hildebrando del Carmen’, y aparece un niño vestido como el personaje (de su novela Himno del ángel parado en una pata) y con una gallina en la mano, porque mi personaje creía que las gallinas eran ángeles. Después me contaron que anduvieron consiguiendo la gallina y que la señora que se las prestó les dijo: ‘Cuidado, porque mi gallina como a esa hora pone’.
¡Y el niño andaba con la mano en el cu... de la gallina a ver si caía el huevo! El tendero me mandó cuatro camisas charras, de ésas con bordados; me llevé una blanca, preciosa. La posteridad me importa un ca...: si me quieren hacer un homenaje, que me lo hagan en vida. Y éste es el mejor que me han hecho en la vida”.
—Cuando se habla de usted, siempre se cita su biografía, sus orígenes humildes. ¿Cómo vive esto de ser una figura pública?
—Es espectacular. En Chile siento el cariño de la gente a donde voy: me tocan la bocina, las mujeres me paran en la calle a besarme… Es muy lindo, pero yo no he cambiado en nada.
—¿En algún momento ha pensado que pese más esta fama que su trabajo?
—En cada libro me saco la cresta trabajando para que quede bien, y creo que la respuesta está en el epitafio que ya tengo escrito: “Murió antes que su obra”. Que la gente se emocione, es impagable (…) Creo que hay dos clases de escritores: a los que uno admira, y a los que uno admira y quiere. Recuerdo una tarde que estaba en mi casa, escuchando radio y, de pronto, y el locutor dice: “Hoy, en París, acaba de morir Julio Cortázar”. Yo nunca lo vi, pero me sentía como su amigo, y me tiré en un sillón a llorar como un niño porque había muerto un amigo. Asimismo lamenté la muerte de Juan Rulfo. Rulfo es mi Dios. Si tuviera un auto, que no tengo, le pondría una calcomanía que diría: “Rulfo es mi copiloto”.
—¿Qué literatura le interesa hacer?
—Yo, de teoría literaria, no sé nada. Soy autodidacta, soy contador de historias. No me preocupo por nada: me siento a escribir, de repente aparece una historia.
—¿Qué libro le ha costado más trabajo?
—Santa María de las Flores Negras, porque tuve que investigar mucho y soy flojo para investigar. A mí me gusta imaginar, crear, y esto fue un hecho real, una matanza de obreros en una escuela en 1907, la huelga del salitre. Era una historia que en mi país la querían olvidar; yo la desenterré.
—Para El arte de la resurrección, ¿también tuvo que documentarse?
—Lo justo y necesario. También he aprendido que, si te documentas demasiado, le cortas las alas a la inspiración y te sale algo como una crónica, que no me ha interesado nunca. (…) Es que a mí me salen las historias desde las tripas. Y tengo mucha suerte, porque tengo un desierto entero para mí solo.
—¿Es feliz con lo que hace ahora?
—Soy la persona más feliz de este planeta. Yo fui explotado durante 30 años, tenía que trabajar 16 horas seguidas, mis niños no tenían los zapatos: una mie.. de vida. Pero esa vida me sirvió para escribir lo que escribo. A los 45 años, cuando publico La reina Isabel cantaba rancheras, me hice dueño de mi tiempo. Si la felicidad existe, 80 por ciento es eso: ser dueño de tu propio tiempo.
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