Cultura
Rufino el cosmopolita
Referente de las artes plásticas mexicanas del siglo XX, supo dejar su huella lejos de la polémica de los temas políticos
Rufino Tamayo en la Escuela Nacional de Bellas Artes, a donde, recién desembarcado de Francia, había acudido para ver una exposición de estudiantes. Eran los años veinte del siglo pasado.
A la postre considerado uno de los pilares de la plástica mexicana y referente mundial del arte de aquella centuria, Tamayo descubrió, nomás llegar al Distrito Federal, su vocación verdadera. Había pensado ser músico, como lo cita Alberto Blanco, en su ensayo Más allá de la dualidad, publicado en el catálogo de la exposición sobre el pintor realizada en 2012, en el museo que lleva su nombre.
“Me sucedió algo muy curioso: me gustaba tanto la música que yo quería ser músico; pero llegando a la capital se me abrieron los ojos en diferentes sentidos, ya que también tenía facilidad para dibujar. Es que en Oaxaca, en la escuela primaria, no había profesores de dibujo, sino que el alumno que se suponía tuviera más habilidad para pintar, era el encargado de pasar al pizarrón a trazar algún dibujo para que los demás compañeros lo copiaran. Debido a esa facilidad surgió en mí la vocación de pintar, lo cual con el tiempo fue mi profesión. Desde los once años supe que quería ser pintor.”
Rufino del Carmen Arellanes Tamayo nació en realidad el 25 de agosto de 1899, pero acostumbraba festejarlo los días 26. Fue así que ayer, en el aniversario 114 de esa fecha, Google le dedicó su “doodle” (el logo del buscador transformado) al artista plástico que encarnó el cosmopolitismo mexicano como pocos creadores de su época, tanto que en algún momento eso marcó una distancia con los artistas propulsores del nacionalismo mexicano de la primera mitad del siglo pasado, como Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco. Tamayo, más joven que ellos, veía la necesidad de crear bien parado en la tradición de lo mexicano, pero con todos los sentidos abiertos al mundo. En ese sentido fue más afín a los postulados de los Contemporáneos, que en la literatura promovían esa misma visión.
En el texto de Alberto Blanco se puede leer: “En una entrevista que le hizo en 1947 Antonio Rodríguez, Tamayo fue tajante al respecto: ‘Lo nacional es secundario en la obra de arte, pero como mexicano, como indio que soy, lo mexicano me sale espontáneamente, sin necesidad de andarlo buscando’”.
Y ahí mismo, lo cita en una entrevista realizada en 1972: “Yo creo que en estos tiempos en que las comunicaciones son tan abiertas es imposible tratar de hacer un arte deliberadamente mexicano o americano o chino o ruso. Yo pienso en términos de universalidad. El arte es una forma de expresión que debe ser entendida por todos, y en todas partes. Surge de la tierra, de la textura de nuestras vidas, de nuestras experiencias. Tal vez porque los otros pintores [mexicanos] eran mayores que yo sólo se interesaron en los hechos de la Revolución. Yo quería ir a nuestras raíces, a nuestra maravillosa tradición plástica.”
Tras su huella
Rufino Tamayo adoptó este nombre desde muy joven. Habiendo quedado huérfano a los ocho años por la muerte de su madre y el abandono de su padre, decidió quedarse con el apellido materno. Fue una tía la que lo llevó a vivir a la capital del país, donde trabajó en el mercado de La Merced. En los años en que despegaba como artista fue pareja de María Izquierdo, que aseguró en su momento que tanto él como ella se debían mucho de lo que eran en términos estéticos. Luego, Tamayo conoció a Olga Flores, quien sería su compañera de toda la vida. Pianista, dejó su vocación para dedicarse de lleno a la carrera de su marido.
En 1936 se instalaron en Nueva York, donde vivieron 14 años y luego en París, donde estuvieron una década. Hacia 1959 regresaron a México, donde el pintor murió el 24 de junio 1991. Ella lo haría tres años después. Tanto era su vida juntos que Tamayo había integrado la “O” a su firma desde hacía muchos años. El Museo Rufino Tamayo, en la Ciudad de México, diseñado por Teodoro González de León, fue remodelado y ampliado por él mismo, reabierto el año pasado. Este 29 de agosto será inaugurada ahí la exposición Construyendo Tamayo. 1922-1937.
Octavio Paz, quien fue un gran analista de su obra, en uno de sus ensayos, titulado Tamayo en la Pintura Mexicana, publicado en 1959, dijo: “Rufino Tamayo es uno de los primeros que se rehúsa a seguir el camino trazado por los fundadores de la pintura moderna mexicana. Y su búsqueda pictórica y poética ha sido de tal modo arriesgada y su aventura artística posee tal radicalismo, que esta doble independencia lo convierte en la oveja negra de la pintura mexicana. La integridad con que Tamayo ha asumido los riesgos de su aventura, su decisión de llegar hasta el límite y de saltarlo cada vez que ha sido necesario, sin miedo al vacío a la caída, seguro de sus alas, son un ejemplo de intrepidez artística y moral. […] La aventura plástica de Tamayo no termina aún y, en plena madurez, el pintor no deja de asombrarnos con creaciones cada vez más deslumbrantes. Mas la obra realizada posee ya tal densidad y originalidad que es imposible no considerarla como una de las más preciosas e irremplazables de la pintura universal de nuestro tiempo tanto como de la mexicana.”
Pintan doodle
Pocos pintores mexicanos tienen el mérito de lograr el pleno reconocimiento sin que su nombre sea matizado con escándalos, declaraciones, ideologías e historias escabrosas. Rufino Tamayo, podría decirse, es la esencia del pintor que toda su fama se la debe a lo que plasmaron sus pinceles. En el 114 aniversario de su nacimiento, el navegador Google le dedicó ayer un doodle de su obra Dualidad, que se puede contemplar en el vestíbulo del Museo Nacional de Antropología e Historia.
De Rufino Tamayo se podrá decir más o menos de lo que se dice de otros pintores relacionados con el muralismo mexicano, sin embargo, su grandeza no queda en duda, su temática, su fuerza expresiva que va más allá del lienzo o el muro. Su obra es su legado, su fama es su herencia material, su vida privada, su ideología, no manchan su paleta de pintor. Arte por el afán de hacer arte y que ese arte hable de una historia, no de un capricho para despertar polémica.
LA VOZ DEL EXPERTO
Rufino Tamayo a 114 años
Adrián Castañeda Fonseca (Artista y escritor)
El movimiento muralista mexicano nació comprometido. La eterna lucha entre el arte por el arte en sí, frente al arte con mensaje social, no parece haber tenido oportunidad desde el momento en que cada mural por su carácter de arte popular destinado a estar a la vista de todos, le imprimió una tendencia de arte impregnado de ideología y, a veces, crudo vehículo de la misma.
El 114 aniversario del nacimiento de Rufino Tamayo nos remite a un muralista que, si bien en su ideología se podía identificar plenamente con una corriente definida, en sus murales supo imprimir la esencia del arte por el arte y el mensaje social que llevó incluido fue de un nacionalismo respetuoso de la diversidad ideológica de toda una sociedad. No fue un portavoz de otra cosa que no fuera su propio concepto de arte pictórico, el cual fue evolucionando a medida que recibía influencias de diversos países, autores y corrientes.
Su colorido sorprende por la intensidad de su paleta, colores que de manera aislada parecerían crudos, al acompañarse en contraste con otros se convierten en una policromía fuerte, brillante, casi podría decirse que reta al sentido de la vista a mantenerse contemplándole, sin embargo, es fácil dejarse seducir por los viajes de las cerdas sobre el muro, y emplear el término seducir ya nos habla de una relación en la que la intensidad cede su espacio, mas no su tamaño, a la amable sensación de admirar la obra con la reverencia que merece el arte que despojado de su mensaje político se dedica a actuar en los sentidos.
En lo personal, como hijo de un artista que siempre buscó en la pintura y escultura realista su medio de expresión, la pintura de Rufino Tamayo me fue desconocida en mis primeros años y cuando empecé a conocerla, iba acompañada de crítica hacia sus conceptos. No fue sino hasta que empecé a descubrir la dificultad técnica de simplificar la figura y hacerla mantener su fuerza y su sentido, su esencia mexicana con colores heredados de nuestra cultura, su mensaje directo a un sentido mas allá de la vista, aunque no sea reconocido por la clase de anatomía.
Cuando un artista depende de lo que plasma fuera de sus lienzos para ganar fama, es menos artista que aquél que escribe su historia sólo con colores y pinceles, y en este caso Rufino Tamayo debería ser recordado con más énfasis siempre que se hablara de los grandes.
GUADALAJARA, JALISCO (27/AGO/2013).- “Ese muchachito es pintor”, cuentan que dijo el mismísimo Diego Rivera cuando vio un lienzo de
A la postre considerado uno de los pilares de la plástica mexicana y referente mundial del arte de aquella centuria, Tamayo descubrió, nomás llegar al Distrito Federal, su vocación verdadera. Había pensado ser músico, como lo cita Alberto Blanco, en su ensayo Más allá de la dualidad, publicado en el catálogo de la exposición sobre el pintor realizada en 2012, en el museo que lleva su nombre.
“Me sucedió algo muy curioso: me gustaba tanto la música que yo quería ser músico; pero llegando a la capital se me abrieron los ojos en diferentes sentidos, ya que también tenía facilidad para dibujar. Es que en Oaxaca, en la escuela primaria, no había profesores de dibujo, sino que el alumno que se suponía tuviera más habilidad para pintar, era el encargado de pasar al pizarrón a trazar algún dibujo para que los demás compañeros lo copiaran. Debido a esa facilidad surgió en mí la vocación de pintar, lo cual con el tiempo fue mi profesión. Desde los once años supe que quería ser pintor.”
Rufino del Carmen Arellanes Tamayo nació en realidad el 25 de agosto de 1899, pero acostumbraba festejarlo los días 26. Fue así que ayer, en el aniversario 114 de esa fecha, Google le dedicó su “doodle” (el logo del buscador transformado) al artista plástico que encarnó el cosmopolitismo mexicano como pocos creadores de su época, tanto que en algún momento eso marcó una distancia con los artistas propulsores del nacionalismo mexicano de la primera mitad del siglo pasado, como Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco. Tamayo, más joven que ellos, veía la necesidad de crear bien parado en la tradición de lo mexicano, pero con todos los sentidos abiertos al mundo. En ese sentido fue más afín a los postulados de los Contemporáneos, que en la literatura promovían esa misma visión.
En el texto de Alberto Blanco se puede leer: “En una entrevista que le hizo en 1947 Antonio Rodríguez, Tamayo fue tajante al respecto: ‘Lo nacional es secundario en la obra de arte, pero como mexicano, como indio que soy, lo mexicano me sale espontáneamente, sin necesidad de andarlo buscando’”.
Y ahí mismo, lo cita en una entrevista realizada en 1972: “Yo creo que en estos tiempos en que las comunicaciones son tan abiertas es imposible tratar de hacer un arte deliberadamente mexicano o americano o chino o ruso. Yo pienso en términos de universalidad. El arte es una forma de expresión que debe ser entendida por todos, y en todas partes. Surge de la tierra, de la textura de nuestras vidas, de nuestras experiencias. Tal vez porque los otros pintores [mexicanos] eran mayores que yo sólo se interesaron en los hechos de la Revolución. Yo quería ir a nuestras raíces, a nuestra maravillosa tradición plástica.”
Tras su huella
Rufino Tamayo adoptó este nombre desde muy joven. Habiendo quedado huérfano a los ocho años por la muerte de su madre y el abandono de su padre, decidió quedarse con el apellido materno. Fue una tía la que lo llevó a vivir a la capital del país, donde trabajó en el mercado de La Merced. En los años en que despegaba como artista fue pareja de María Izquierdo, que aseguró en su momento que tanto él como ella se debían mucho de lo que eran en términos estéticos. Luego, Tamayo conoció a Olga Flores, quien sería su compañera de toda la vida. Pianista, dejó su vocación para dedicarse de lleno a la carrera de su marido.
En 1936 se instalaron en Nueva York, donde vivieron 14 años y luego en París, donde estuvieron una década. Hacia 1959 regresaron a México, donde el pintor murió el 24 de junio 1991. Ella lo haría tres años después. Tanto era su vida juntos que Tamayo había integrado la “O” a su firma desde hacía muchos años. El Museo Rufino Tamayo, en la Ciudad de México, diseñado por Teodoro González de León, fue remodelado y ampliado por él mismo, reabierto el año pasado. Este 29 de agosto será inaugurada ahí la exposición Construyendo Tamayo. 1922-1937.
Octavio Paz, quien fue un gran analista de su obra, en uno de sus ensayos, titulado Tamayo en la Pintura Mexicana, publicado en 1959, dijo: “Rufino Tamayo es uno de los primeros que se rehúsa a seguir el camino trazado por los fundadores de la pintura moderna mexicana. Y su búsqueda pictórica y poética ha sido de tal modo arriesgada y su aventura artística posee tal radicalismo, que esta doble independencia lo convierte en la oveja negra de la pintura mexicana. La integridad con que Tamayo ha asumido los riesgos de su aventura, su decisión de llegar hasta el límite y de saltarlo cada vez que ha sido necesario, sin miedo al vacío a la caída, seguro de sus alas, son un ejemplo de intrepidez artística y moral. […] La aventura plástica de Tamayo no termina aún y, en plena madurez, el pintor no deja de asombrarnos con creaciones cada vez más deslumbrantes. Mas la obra realizada posee ya tal densidad y originalidad que es imposible no considerarla como una de las más preciosas e irremplazables de la pintura universal de nuestro tiempo tanto como de la mexicana.”
Pintan doodle
Pocos pintores mexicanos tienen el mérito de lograr el pleno reconocimiento sin que su nombre sea matizado con escándalos, declaraciones, ideologías e historias escabrosas. Rufino Tamayo, podría decirse, es la esencia del pintor que toda su fama se la debe a lo que plasmaron sus pinceles. En el 114 aniversario de su nacimiento, el navegador Google le dedicó ayer un doodle de su obra Dualidad, que se puede contemplar en el vestíbulo del Museo Nacional de Antropología e Historia.
De Rufino Tamayo se podrá decir más o menos de lo que se dice de otros pintores relacionados con el muralismo mexicano, sin embargo, su grandeza no queda en duda, su temática, su fuerza expresiva que va más allá del lienzo o el muro. Su obra es su legado, su fama es su herencia material, su vida privada, su ideología, no manchan su paleta de pintor. Arte por el afán de hacer arte y que ese arte hable de una historia, no de un capricho para despertar polémica.
LA VOZ DEL EXPERTO
Rufino Tamayo a 114 años
Adrián Castañeda Fonseca (Artista y escritor)
El movimiento muralista mexicano nació comprometido. La eterna lucha entre el arte por el arte en sí, frente al arte con mensaje social, no parece haber tenido oportunidad desde el momento en que cada mural por su carácter de arte popular destinado a estar a la vista de todos, le imprimió una tendencia de arte impregnado de ideología y, a veces, crudo vehículo de la misma.
El 114 aniversario del nacimiento de Rufino Tamayo nos remite a un muralista que, si bien en su ideología se podía identificar plenamente con una corriente definida, en sus murales supo imprimir la esencia del arte por el arte y el mensaje social que llevó incluido fue de un nacionalismo respetuoso de la diversidad ideológica de toda una sociedad. No fue un portavoz de otra cosa que no fuera su propio concepto de arte pictórico, el cual fue evolucionando a medida que recibía influencias de diversos países, autores y corrientes.
Su colorido sorprende por la intensidad de su paleta, colores que de manera aislada parecerían crudos, al acompañarse en contraste con otros se convierten en una policromía fuerte, brillante, casi podría decirse que reta al sentido de la vista a mantenerse contemplándole, sin embargo, es fácil dejarse seducir por los viajes de las cerdas sobre el muro, y emplear el término seducir ya nos habla de una relación en la que la intensidad cede su espacio, mas no su tamaño, a la amable sensación de admirar la obra con la reverencia que merece el arte que despojado de su mensaje político se dedica a actuar en los sentidos.
En lo personal, como hijo de un artista que siempre buscó en la pintura y escultura realista su medio de expresión, la pintura de Rufino Tamayo me fue desconocida en mis primeros años y cuando empecé a conocerla, iba acompañada de crítica hacia sus conceptos. No fue sino hasta que empecé a descubrir la dificultad técnica de simplificar la figura y hacerla mantener su fuerza y su sentido, su esencia mexicana con colores heredados de nuestra cultura, su mensaje directo a un sentido mas allá de la vista, aunque no sea reconocido por la clase de anatomía.
Cuando un artista depende de lo que plasma fuera de sus lienzos para ganar fama, es menos artista que aquél que escribe su historia sólo con colores y pinceles, y en este caso Rufino Tamayo debería ser recordado con más énfasis siempre que se hablara de los grandes.
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