Cultura

Rosario Castellanos, en la memoria

Cuando falleció ocupaba el cargo de embajadora de México en Israel, pero era mucho más que eso: escritora, poeta, novelista, autora de cuentos, dramaturga y ensayista

GUADALAJARA, JALISCO.- Afirma el director de Literatura de la Secretaría de Cultura (SC) de Jalisco, el poeta Jorge Souza, que "hay algunas voces que se vuelven entrañables al paso de los años, porque se integran a la voz interior que nos conduce a través de los pasajes de la vida". Como la de Rosario Castellanos mediante los versos de su autoría que leyó de adolescente, "pero que se quedaron conmigo para siempre; algunos, por ejemplo, no puedo dejar de evocarlos en ciertas ocasiones: ‘Para el amor no hay cielo, amor, solo este día / este cabello triste que se cae / cuando te estás peinando ante el espejo’, por citar unos cuantos".

El 7 de agosto de 1974, hace justo 35 años, se calló la voz de Rosario Castellanos (Ciudad de México, 1925) en Tel Aviv -víctima a los 49 años de una descarga eléctrica de una lámpara doméstica-, pero no su verso. Ocupaba entonces el cargo de embajadora de México en Israel, pero era mucho más que eso: escritora, poeta, novelista, autora de cuentos, dramaturga y ensayista. Y era también "embajadora de Chiapas" (de donde era su familia), como la bautizó el Nobel de Literatura José Saramago en un texto de 1998, "aquélla que supo contar las vicisitudes de los indios y las tropelías de los blancos".

"A veces nos encontramos con la muerte en formas que nos parecen absurdas, como en su caso. Aquella destacada poeta (más que nada), novelista, cuentista y dramaturga falleció electrocutada al enchufar una lámpara, aunque las circunstancias nunca fueron aclaradas del todo", señala Souza.

Si bien Castellanos se convirtió en portavoz de toda la gente chiapaneca orillada, marginada e infravalorada, no es menos cierto que la escritora, pionera reconocida del feminismo latinoamericano, también supo narrar, "con delicadeza y amargura", las añoranzas y desgracias de la mujer mexicana, asumiéndose igualmente como su embajadora.

Hoy día, más de tres décadas después de su trágica y prematura muerte, el nombre de Rosario Castellanos se halla más que consagrado en México. Incluso está sepultada al lado de los "hombres ilustres" de la República, en el Panteón Nacional del Distrito Federal. Figuras tan diversas como Carlos Fuentes o el subcomandante Marcos han alabado su proeza como narradora de Chiapas, donde fue criada en la ciudad de Comitán, leyendo su obra como proporcionando la cartografía, aún hoy esencial, que puede llevar a la comprensión de la realidad de esa zona.

Octavio Paz dijo que "su lenguaje es llano y sentencioso; pasión y sentimiento". Y Carlos Monsiváis, en referencia a Lamentación de Dido (1957), ha subrayado que "la definitiva elegía de Castellanos es el anuncio (y la consumación) de la muerte de una retórica".

Regina Utrilla, sobrina nieta de Castellanos nacida en 1968 en Chiapas aunque lleva residiendo en Guadalajara desde los 15 años, apenas tuvo tiempo de convivir con la autora. Sin embargo, el tiempo no ha borrado el recuerdo que guarda de ella como "una mujer muy vivaz, muy sentimental y emocional; una mujer que se acercó mucho a su pueblo, de gran sensibilidad, con ideales firmes, en la búsqueda siempre de la equidad social. Fue muy auténtica, lo que escribía no solamente lo sentía, sino que lo vivió".

Desde 1948 hasta 1957, Castellanos solo escribió poesía -Trayectoria del polvo, Lívida luz-. Muy significativa es su antología, Poesía no eres tú (1972). Oficio de Tinieblas (novela) y Ciudad real (cuentos) indagan sobre la cuestión indígena en Chiapas, replanteando su sentido. Escribió varias obras de teatro -Tablero de damas, El terno femenino- y ensayos sobre el concepto de lo femenino -Mujer que sabe latín, El uso de la palabra, El mar y sus pescaditos-.

Cuando se conmemora el trigésimo quinto aniversario del fallecimiento de Rosario Castellanos, Jorge Souza evoca especialmente unos versos de su famoso poema Los adioses: "Para aprender a irnos, caminamos. / Fuimos dejando atrás las colinas, los valles, / los verdeantes prados. / Miramos su hermosura / pero no nos quedamos".
 
"Escribir ha sido, más que nada, explicarme a mí misma las cosas que no entiendo", Rosario Castellanos (escritora)
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