Cultura
¿Qué es el miedo?
FERNANDO BARRERA
Según la Real Academia de la Lengua, el miedo es una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario. Según los toreros, es el compañero de siempre, aquel con el que amanecen, conviven día a día, el mismo que los impulsa a buscar la trascendencia a costa de su propia existencia. Lo conocen bien. Decía Juan Belmonte: "los días de corrida crece más la barba, es el miedo."
El poeta del Albaicín Manuel Benítez Carrasco escribió el poema Letrillas del Pero Miedoso, en el que reflejó ese instante en donde se está al límite de ser o no ser.
"Valiente como el primero
marchoso como el que más,
pero tras el burladero.
Y era un torero, un torero
más grande que los demás.
Pero tras el burladero.
¿Miedo?... ¿Quién ha dicho miedo?"
El miedo está presente a todas horas; desde que se ven anunciados en los carteles hasta que concluye la lidia y solo ellos son capaces de cargarle a cuestas.
Y junto al miedo, tienen una amante oculta, que solo ellos conocen, a la que solo ellos pueden tocar. Están con ella en la cama, en la ducha, en el ruedo mismo: la soledad.
Este par de compañeros inseparables son complemento uno del otro. Pueden estar en medio de una faena antológica o sumidos en la bronca más estruendosa, pero siempre están ahí.
Mientras el espectador, desde la seguridad del tendido, exalta o increpa, el torero tiene que sobrellevarlos, que encararlos y apartarlos por instantes para no dejarlos ganar la partida. Además, tienen que lidiar al toro y al monstruo de las mil cabezas: el público.
Quizá existen dos momentos en los que el miedo y la soledad se amalgaman y dan al torero ese misticismo que no se puede encontrar en ninguna otra expresión humana: el instante previo al paseíllo, cuando las cuadrillas ya están en el ruedo y solo esperan la señal para avanzar, sin retorno, a un destino incierto. El otro es cuando el toro está a punto de aparecer en escena y no hay marcha atrás. En verdad, pocos mortales son capaces de poder hacerles frente al miedo y la soledad día a día, tarde a tarde.
El poeta del Albaicín Manuel Benítez Carrasco escribió el poema Letrillas del Pero Miedoso, en el que reflejó ese instante en donde se está al límite de ser o no ser.
"Valiente como el primero
marchoso como el que más,
pero tras el burladero.
Y era un torero, un torero
más grande que los demás.
Pero tras el burladero.
¿Miedo?... ¿Quién ha dicho miedo?"
El miedo está presente a todas horas; desde que se ven anunciados en los carteles hasta que concluye la lidia y solo ellos son capaces de cargarle a cuestas.
Y junto al miedo, tienen una amante oculta, que solo ellos conocen, a la que solo ellos pueden tocar. Están con ella en la cama, en la ducha, en el ruedo mismo: la soledad.
Este par de compañeros inseparables son complemento uno del otro. Pueden estar en medio de una faena antológica o sumidos en la bronca más estruendosa, pero siempre están ahí.
Mientras el espectador, desde la seguridad del tendido, exalta o increpa, el torero tiene que sobrellevarlos, que encararlos y apartarlos por instantes para no dejarlos ganar la partida. Además, tienen que lidiar al toro y al monstruo de las mil cabezas: el público.
Quizá existen dos momentos en los que el miedo y la soledad se amalgaman y dan al torero ese misticismo que no se puede encontrar en ninguna otra expresión humana: el instante previo al paseíllo, cuando las cuadrillas ya están en el ruedo y solo esperan la señal para avanzar, sin retorno, a un destino incierto. El otro es cuando el toro está a punto de aparecer en escena y no hay marcha atrás. En verdad, pocos mortales son capaces de poder hacerles frente al miedo y la soledad día a día, tarde a tarde.
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