Cultura

Paz, recuperado desde el conocimiento y la amistad

Jacques Lafaye publica un volumen de ensayos sobre el premio Nobel mexicano

GUADALAJARA, JALISCO (08/JUL/2013).- Octavio Paz en la deriva de la modernidad es una revisión multifacética de la obra y la personalidad del mexicano, ganador del premio Nobel de literatura de 1990. El autor de esta colección de ensayos, recién publicada bajo el sello del Fondo de Cultura Económica, es el historiador y antropólogo francés Jacques Lafaye, amigo cercano y especialista en el trabajo del poeta y pensador más trascendente del siglo XX mexicano.

Ambos se cruzaron en numerosas circunstancias y ciudades, a una y otra orillas del Atlántico. Inclusive, Paz prologó la primera edición mexicana de Quetazcoatl y Guadalupe, el clásico ensayo de Lafaye sobre la espiritualidad como factor clave en la lucha por la formación de una identidad mexicana. Basado en su conocimiento personal y en un estudio minucioso de las obras del autor de obras como Blanco y El laberinto de la soledad, Lafaye revisita ahora algunos de los aspectos fundamentales en la trayectoria vital, intelectual y estética del escritor.

—Usted ya había escrito algunos ensayos sobre Paz. ¿Cómo nació la idea de articularlos en este libro?

—No me gusta repetirme. Cuando Paz murió, me invitaron a dar algunas charlas sobre él y a colaborar en homenajes y proyectos diversos para recordarlo. En cada ocasión escribí un texto diferente, que revisaba algún ángulo de su trabajo que me resultaba notable. Para este libro, además, escribí otros muchos textos, luego de volver a la lectura de varias obras de Paz. Es un libro, además, escrito desde el conocimiento personal. Conocí a Paz en París, en los años cincuenta, cuando él era consejero de la Embajada de México. Yo me formé en el ambiente de la posguerra en Francia. Y en ese ambiente, precisamente, Paz comenzó a crecer intelectualmente y a hacerse famoso. Este libro me permitió rememorar, evocar ese clima intelectual y político.

—Paz era antes que nada un literato, pero su pensamiento era plural y se interesaba por muchas disciplinas. En el libro hay una amplia bibliografía de escritores, filósofos, pensadores, místicos. ¿Esta complejidad es el elemento que mantiene viva su obra?

—El suyo era una especie de genio universal. Quizá sólo le faltó una dimensión matemática o científica para poder ser comparado con los genios del Renacimiento italiano. Pero en cuanto a letras y ciencias humanas era un talento excepcional. Y lo más impresionante es que fue, en todo sentido, un outsider en cuestiones de historia, sociología, filosofía. No se formó académicamente en ninguno de esos campos, pero tenía lecturas e ideas y en donde se metió lo hizo de forma iluminadora. Incluso lo hizo en el mundo oriental, en su interés por la cultura de la India.

—Paz fue la figura intelectual dominante en el país durante la segunda mitad del siglo XX. Ha sido muy admirado como poeta y pensador pero también muy criticado. ¿Las polémicas intelectuales que sostuvo le parecen datadas o piensa que siguen siendo actuales?

—Paz escapa a toda reducción. El sentido de este libro es mostrar la gran coherencia interna de su obra, de su pensamiento, a través de la pluralidad. No es casual que llamara a su revista Plural: muestra su apertura hacia todas las manifestaciones de la cultura universal. Por otro lado es de reconocerse que Paz, con 30 años de antelación sobre muchos intelectuales, tanto latinoamericanos como europeos, y especialmente franceses, rompió con el autoritarismo representado por el bloque soviético. Por ello fue presentado como reaccionario o derechista. Era una táctica común, que yo he sufrido en persona. Paz pagó el precio. Lo ningunearon cuando se separó del comunismo. Pero él asumió la crítica del estalinismo, el dogmatismo y los métodos represivos desde una posición idealista.

—Finalmente, en el libro hay numerosas muestras de la amistad que sostuvo con Paz. Más allá de los aspectos intelectuales ¿cómo lo recuerda como persona, en corto?

—Como un personaje de gran curiosidad. En nuestros encuentros, recuerdo que comenzaba por preguntarme qué pensaba yo de una situación o un objeto. Y escuchaba antes de exponer él sus ideas. No era una mente rastrera y materialista en el sentido banal de la palabra. Era un espíritu de una gran religiosidad pero a la vez un hombre que practicó la crítica como un hábito permanente. Podía ser muy tajante y duro si quería. Era una personalidad compleja. Si hubiera querido, podría haber sido hasta candidato a la presidencia, como Rómulo Gallegos en Venezuela o Mario Vargas Llosa en Perú, pero nunca confundió la crítica intelectual con la ambición política.
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