Cultura
Para mí una novela es como un juguete: Álvaro Enrigue
El ganador del Premio Herralde de Novela, afirma que escribió Muerte súbita con la comodidad de ser un cuarentón
El escritor considera que sus libros forman parte de un solo flujo en donde su estilo se vuelve más extremo. Desde Virtudes capitales, libro que siguió a La muerte de un instalador (con el que ganó el Premio Joaquín Mortiz de Primera Novela en 1996), Enrigue ha trabajado con temas como la simultaneidad. Le interesa el momento en el que el cuento deja de ser cuento y se convierte en una novela; o cuando un ensayo se troca en ficción y viceversa.
"Siempre he trabajado en el borde de los géneros. Este libro es un poco más extremo porque soy un poco más viejo, estoy un poco más cómodo conmigo mismo y, por tanto, puedo jugar un poco más. Para mí una novela es como un juguete o como la renovación de un juguete con el que estoy jugando dos años, y luego con el que el lector juega seis o siete horas".
Comenta que no le preocupa si el libro que está escribiendo se venderá o funcionará. "He tenido el privilegio de estar en una editorial muy literaria. Puedo hacer lo que se me dé la gana o ser tan serio como he sido siempre con mi trabajo, pero cada vez con más comodidad".
Cuando era joven luchaba con no sonar como Borges, su mayor influencia. Sabe que un libro puede triunfar o fracasar. Y que la crítica -en su grado más imbécil, lejos de fungir como la interlocutora privilegiada de un escritor de ficción- puede aplaudir o abuchear, pero no le importa.
"Ya me ha pasado todo como escritor. No me importa. Un libro puede fracasar, puede triunfar. La crítica se puede cagar (sic) en ti, te puede aplaudir. Tus hijos pueden estar o no orgullosos de ti. Hay un momento en que muchas cosas que rifaban (sic) cuando era más joven dejan de tener importancia. En esta novela me valió madres (sic). El capítulo de Ana Bolena es como un capítulo mal escrito por Borges. Eso me da mayor libertad como escritor. A lo mejor es una novela más liberada. La escribí en Nueva York, durante dos años, sin tener un trabajo fijo. Eso se nota en la lectura y en la felicidad con la que está escrita. No es una novela escrita de noche, sino de día".
Aunque el también editor es un ávido lector de literatura escrita por jóvenes, comenta que su corazón siempre se ha inclinado por escritos del Siglo XVI y XVII. Lee historia con un placer tremendo y, aunque no es un académico, investiga con la misma profundidad con la que lo haría uno.
"La historia ve las cosas desde arriba, es como un gran angular gigante que está arriba; y la ficción ve los mismos fenómenos, pero desde la tierra. No me interesa cómo está expresada la homosexualidad de Caravaggio en sus cuadros, sino qué pasaba en su alcoba".
Acentúa que el privilegio de Muerte súbita es que, al no estar documentada, puede ocupar espacios a los que la historia no puede llegar.
Desde hace años quería escribir una historia en la que apareciera Caravaggio, pues el artista lombardo es una figura que le apasiona. "Es un hombre desafiante a morir, un rebelde extremo que tuvo mucho éxito y lo jodió".
Quevedo, el otro personaje que aparece en la novela, y con el que Caravaggio juega un partido de tenis, le parece igual de interesante.
"Era un tipo con una doble vida fabulosa. Por un lado, el gran ensayista católico, imperial, conservador, y por el otro, como el día y la noche, el autor de una obra satírica brutal contra la España católica e imperial.
"Siempre te hacen esta pregunta cursi e idiota de cuándo te habría gustado vivir y a quién te habría gustado conocer. A mí me habría gustado vivir en ese tiempo y hubiera estado complicado a cuál de los dos conocer, porque no se conocieron. Cuando Quevedo llegó a Roma ya se había muerto Caravaggio".
EL INFORMADOR / GONZALO JÁUREGUI
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