Cultura

Necesito el cambio, si no empiezo a enloquecer: Abel Galván

Abel Galván intervendrá dos vochos en la explanada del Museo de las Artes y expondrá en febrero en Tlajomulco

GUADALAJARA, JALISCO (23/ENE/2012).- La muerte volvió a llamar a su puerta. Tocó fuerte, tanto que cimbró el corazón del artista. Abel Galván decidió no abrir, así que tapó sus oídos y fue a la cama para recuperarse de la impresión. Después de unos meses de calma y silencio, el pintor tapatío describe sus fragilidades, sus búsquedas actuales y sus proyectos, que ahora le dan energía para seguir y la posibilidad de reconocerse.

Abel Galván (Guadalajara, 1967) enfermó del corazón debido al estrés y a su estilo de vida, venció sus malestares físicos y luchó contra su mente, que buscaba engañarlo para mantenerlo en cama, hasta que un día las fuerzas regresaron y se levantó. El artista desconoce si esta experiencia llegará al lienzo porque su trabajo no parte del dolor ni los miedos, sino de la dicha, asegura.

Para volver a la escena por la puerta grande, Galván va a instalarse por estos días de finales de enero en la explanada del Museo de las Artes (Musa) de la Universidad  de Guadalajara (UdeG) para intervenir dos vochos , que formarán parte de la colección del espacio expositivo. En febrero expondrá en Tlajomulco un trabajo más personal, junto con la fotógrafa Danae Kotsiras.

Lo de los vochos es un pendiente del artista desde hace dos años con el recinto, pero por una cosa u otra, la realización de las obras se retrasó. Este 2012 es tiempo de saldar deudas y comenzar nuevos proyectos,  como lo es también la intervención de los diseños de la firma Casa Pericos.

“Será una línea de muebles que se llamará Colores santos. La gente que me conoce bien sabe que son cosas que me apasionan para mi casa”, dice el artista.

El reflejo de las obsesiones


Su casa en el centro de la ciudad posee cierto encanto, uno que hace olvidar a cualquiera el ruido de la calle o los sonidos de los miles de automóviles de la avenida Alcalde, tal vez por el jardín y por los muros altos del edificio.  

El jardín está limpio, tanto que ni una hoja seca está en el piso. El artista dice que ahora ya no es obsesivo con la limpieza, pero el orden impera en cualquier parte de su casa. Un ejemplo es la  cocina, que parece una falsa escenografía de las revistas de diseño, pero todo es real como la docena de frascos cristal con semillas y especies, que podrían ser una obra artística. También hay objetos como soldaditos plateados, que hacen juego con los apagadores y con otros juguetes.  

El artista recuerda que su padre hacía monitos de plastilina hermosos, los cuales también despertaron en él gusto por el arte objeto.

Todo es colores vivos en su casa, incluso Galván nunca viste de negro porque le recuerda a un momento de su vida que desea olvidar: su adolescencia.  Este color tampoco forma parte de su paleta de trabajo, la cual se distingue por el azul, blanco, amarillo y rojo.

Aunque es la casa de un artista, sólo un cuadro está colgado y es del propio Galván, uno de los de  la serie Blanco y azul.  Prefiere el arte objeto para decorar.

El pintor es un excelente anfitrión, aunque sea la primera o segunda vez que vea alguien, y eso lo saben algunos artistas de la ciudad, que se han reunido en esa casa a platicar, comer y pasarla bien.

Ahora, las fiestas son distintas y con menos personas, Abel Galván prefiere la tranquilidad y una dieta basada en vegetales, cereales y lácteos, con algunos “lujos” como tres tragos de Coca Cola.

Los excesos son ya cosa del pasado, asegura el creador,  quien se considera disciplinado en su trabajo y así lo demuestra su casa.

El primer encuentro con la muerte

Para el pintor tapatío, su vida ha estado marcada por los límites y el cambio. Uno de los hechos que lo marcó fue saber que su nombre era Abel y no Joaquín. Recuerda el relato de su madre, quien fue sola al Registro Civil. Ahí decidió que su hijo se llamaría Abel, pero cuando lo bautizaron su padre y sus abuelos paternos decidieron que no sería ése su nombre, sino Joaquín.

“Nunca me sentía yo con ese nombre  (Joaquín), sentía que no correspondía a mí. Los cinco primeros años de la primaria fui Joaquín. Imagina la cuestión en estas escuelas, creo que ni papeles había. En sexto año, ya necesitabas el acta de nacimiento, entonces mi mamá me dice ‘hijo, ven. Tengo una noticia que darte: no eres Joaquín, sino Abel’. Y yo casi llorando, le respondí gracias, wow, el nombre de mi abuelo, a quien quise mucho”, señala.

Abel Galván creció en uno de los barrios más populares de la ciudad, El Retiro, ahí formó su carácter y tuvo su primer encuentro con la muerte, en la adolescencia, debido a un problema con las drogas, que lo mantuvo encerrado en su casa por varios meses. Entonces, decidió sacar el negro de su vida y comenzó a dibujar con mayor frecuencia; además descubrió que la oración es un medio de sanación.

El artista cuenta cómo llegó a las drogas a los 13 años debido al divorcio de sus padres y cómo las dejó tres años después. “Fue una época muy dura, eran viajes muy parecidos a los de la película Trainspotting con el tonsol”.

A los 16 años, “mi cuerpo me decía: ‘ya cabrón, te va a pasar algo en esa inconsciencia y en ese vacío y soledad’”.  Y así fue, “no sabía qué me estaba pasado, pero sabía que era algo grave”. Terminó en la Cruz Roja.  

Después de ese encuentro decidió alejarse de ese ambiente y enfocarse en la oración. Luego, llegó el arte y comenzó a dibujar de manera constante, incluso entró a estudiar artes plásticas, pero abandonó la escuela por la postura de ciertos profesores, con quienes ahora se lleva muy bien.

Un lugar en la vida


La primera exposición de Abel Galván en la ciudad  fue hace más de 20 años en la Casa Museo López Portillo. “Los dibujos eran de calidad, pero no había nada que los uniera, eran un chilaquil de ideas como era mi mente entonces”, expresa el artista.

Después decidió dedicarse de tiempo completo a la pintura. “En 1993, mi mujer (hoy ex) y mi hija de un año entonces, nos fuimos a Estados Unidos. Yo seguía con mis cosas en la cabeza, de que nunca me sentía bien y quería encontrar mi lugar en la vida.  Nos fuimos a Los Ángeles y ella fue a una boda con unos amigos medios hippies, bueno de ella. Regresó y me dijo: ‘hay que ir a Santa Fe, ahí hay muchas galerías’. Y yo necesitaba una escena más artística”.

En Santa Fe encontró estabilidad por un tiempo y se probó a sí mismo como artista, llegó a exponer en importantes espacios y trabajó con las galerías. Pero el vacío volvió…  Así que un día sin avisar, sólo tomó sus cosas y regresó a Guadalajara. “Necesito el cambio, por eso cambio cosas, si no empiezo a enloquecer, es interesante pero es culero”.

El momento del quiebre  

En 2010, Abel Galván celebró 20 años de trayectoria con una exposición retrospectiva en el Ex Convento del Carmen. El artista dice que esta muestra lo quebró, “me volvió a mostrar lo frágil que soy todavía y me quebró desde adentro. Ya traía todos esos vacíos, que me han acompañado por años, ‘ese no me encuentro, no me hallo’. Dentro de todo, el balance es bueno: aquí sigo, pero esa exposición fue muy demandante”.

El artista detalla que uno de los primeros problemas fue el préstamo de las obras por parte de los coleccionistas. “Soy obsesivo y me meto en todo. Al acercarse las fechas y empezaron a surgir los contratiempos, y eso me fue minando, aunque sacaba fuerzas de dónde podía. Varias veces quise tirar la toalla porque me sentía muy cansado”.  

Ahí comenzó su problema con el corazón, el cual ya quedó en el pasado. Ahora, Abel Galván dice que va hacia la luz y a recuperar la calma y la paz espiritual.

El corazón es el tema que el pintor desea llevar a su obra pero no sabe cómo lo trabajará. Para Galván es más importante ser una buena persona, que ser un artista. “La creación es la parte más bella”, asegura y explica que desconfía de los creadores que contratan a ayudantes para sus obras o de los que prefieren las relaciones públicas.

PARA SABER
Las Mamitas del estudio

Uno de los proyectos que trabajará Abel Galván este año es Mamitas, una serie fotográfica de 10 mujeres. Las imágenes a color serán realizadas en el estudio del artista, quien explica que cada una de las jóvenes representa a un personaje.

“Las modelos tienen  en  común que  todas  son  madres, por  eso  el  nombre  de  Mamitas”, expresa el pintor tapatío, quien trabajará con una bailarina, una cantante, una diseñadora, una ama de  casa, una burócrata, una  masajista, por citar algunas de las profesiones.

 Las imágenes de las intervenciones serán capturadas por la fotógrafa Danae   Kotsiras. “Ella es una  joven fotógrafa recién  egresada de la Universidad de Guadalajara y en la que creo mucho como artista. Estamos empezando  a  trabajar este  proyecto que es muy personal”, detalla Abel Galván, quien además de la próxima intervención que realizará en el Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara expondrá en Tlajomulco, en el Museo de Arqueología de San Agustín.

La muestra programada para febrero, está integrada por 15 piezas, entre pinturas y esculturas, que datan de 1998 y 2000.

“Ese proyecto es muy interesante porque hay un escrito muy bonito de Cuauhtémoc de Regil y estará acompañada por poemas de Adriana Navarro. Todo será parte de la museografía”, explica el autor, quien comenta estar emocionado por llevar su trabajo fuera de Guadalajara.

En el extranjero también hay un proyecto con un coleccionista para que Abel Galván lleve su trabajo a Estados Unidos. “Me entusiasma porque es otro nivel de proyección y otros alcances”, dice el pintor, quien realizaría obra nueva, “pero necesito tener las condiciones físicas”.

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