Cultura

Mercados garantizaron abasto de ciudades coloniales

Agricultores, artesanos y comerciantes acudían a las poblaciones con sus mercancías, lo que se incrementó con la llegada de los españoles

GUADALAJARA, JALISCO (11/JUL/2010).- Desde la época prehispánica hasta la Independencia de México, los mercados se instalaban en lo que se consideraba el corazón de las comunidades, como una necesidad periódica y de abasto de las mismas. Era un día esperado por la población, en el que agricultores, artesanos y comerciantes acudían con su mercancía y sorprendían a los conquistadores con el espacio ritual, por su organización y la variedad de productos.

Esta tradición tuvo su origen en Mesoamérica, aunque su nombre original era tianquiztli -palabra náhuatl que significa tianguis- y el primer gran centro de comercio que se establece en Tenochtitlán fue el de Tlatelolco -actualmente la Plaza de las Tres Culturas-. Ahí los indígenas podían surtirse de granos, cereales, frutas y verduras, principalmente, dependiendo de las regiones de donde provenían los comerciantes.

Época colonial

Durante el dominio español no hubo grandes cambios en la organización de los mercados, pues aceptaron dejar en manos de los indígenas el comercio y permitieron la continuidad del trueque. Lo único que sufrió ajustes fue la mercancía que se ofrecía, por las necesidades de la nueva clientela.

En la fundación de Guadalajara, el 14 de febrero de 1542, Nuño de Guzmán enfatizó que una ciudad no podía sobrevivir sin el abasto de alimentos, por lo que aceptó la continuidad de los mercados.“El suministro no sólo se refiere a los granos y cereales, sino también a los enseres domésticos y otros productos naturales, situación que preocupaba al imperio español para poder establecer una ciudad”, explica Laura Rueda, investigadora de Estudios Políticos y de Gobierno, del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH) de la Universidad de Guadalajara (UdeG).

Con este tipo de comercio, establecido como legal, los indígenas eran los privilegiados para abastecer a los centros mineros y a las centros de población de la Nueva España, con lo que se les eximía del pago de un impuesto, para que pudieran introducir productos naturales y otros alimentos. “Este privilegio no lo tenían ni los españoles, ni las castas, pero en 1573 se les quita el privilegio por la nueva etapa reinal de los Borbones”.

A finales del siglo XVIII, cuando todavía el imperio español tenía sometidos a los indígenas, España comenzaba a tener diversos conflictos con países como Inglaterra, “y para costear los combates, la Corona Española pedía impuestos de todo y los indígenas perdieron el privilegio de no pagar impuestos para introducir maíz, carbón y otros insumos que anteriormente estaban libres de gravamen”, señala la investigadora de la UdeG.

Pago de impuestos


Después de la Independencia de México y con el establecimiento de los ayuntamientos, los locatarios de los mercados fueron empadronados con la intención de tener un mejor control de los comerciantes y de los productos a vender.

“En ese momento los ayuntamientos comienzan a cobrar diariamente la plaza, con el fin de generar ingresos, pero esto era solamente para los tianguis, porque en los mercados los espacios se vendían a los locatarios”, señala Laura Rueda.

Como novedad para reglamentar las ventas en los mercados se introdujeron las básculas y medidas españolas, cosa a la que se acostumbraron rápidamente los indígenas. También se ajustaron los días de mercado al calendario cristiano, fijándolos cada semana en lugar de cada veinte días, como lo marcaba el calendario prehispánico.

La académica afirma que se trató de seguir con los sistemas tributarios establecidos por los mexicas durante los primeros años. “El tributo pagado por los indígenas a los encomenderos fue uno de los factores más importantes para el abastecimiento de la población española en la ciudad ya que se pagaba en especie con maíz, aves, huevos, frutas”.

Los productos de cambio en el mercado se modificaron con la introducción de las monedas metálicas españolas que tenían un valor fijo con respecto a las monedas de cacao, a la semilla quachtli, a pequeñas mantas de tela de algodón y a los cañones transparentes de pluma de ánade rellenos de polvo de oro.

Los mercados indígenas que se hallaban fuera de la ciudad sólo podían vender tortillas, harina de maíz, tamales y fruta local. Se prohibió el comercio directo en los tianguis de las comunidades indígenas, si éste afectaba el abasto a los centros urbanos. Para finales del siglo XVI los mercados estaban en manos de los españoles.

También era común que se vendieran productos españoles y locales en el mismo espacio, como lechugas, coliflor y chícharos, con verdolagas, aguacate y chiles.

La combinación de los alimentos de los dos mundos mejoró la dieta proporcionando una comida más variada y nutritiva. Durante los primeros años los productos europeos como carne, frutas y verduras tenían precios muy elevados. Alrededor del año 1520 los precios se desplomaron a tal magnitud que los indígenas urbanos podían pagarlos.

Un año antes de que empezara la guerra de Independencia, se presentó una crisis agrícola por falta de agua para regar las cosechas. “Eso generó el aumento de impuestos y la explotación, que desembocó en una insurrección”, concluye Laura Rueda.
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