Cultura
Mayas utilizaron fósiles marinos simbólica y físicamente
Un estudio revela que los mayas sabían que el suelo que pisaban fue, millones de años atrás, un océano inmenso
Para integrar su conocimiento de ese ecosistema acuático, incluyeron en las representaciones de sus dioses dientes de tiburón, espinas de mantarraya y fósiles de peces y moluscos, visibles en las paredes y escalinatas de estuco, con el que construyeron edificios y templos, hace más de mil 200 años.
Así lo concluye el trabajo conjunto, que desde 2007 realizan Jesús Alvarado Ortega, del Instituto de Geología (IGl), de la UNAM, y Martha Cuevas García, del Instituto Nacional de Antropología e Historia( INAH).
Para fortalecer con más miradas científicas su estudio, integraron al grupo multidisciplinario a Francisco Riquelme, estudiante de doctorado del IGl, y a José Luis Ruvalcaba Sil, investigador del Instituto de Física (IF).
Ellos han escudriñado los fósiles marinos mediante análisis que incluyen microscopía de barrido, detección de huellas químicas y estudios físicos, para conocer la composición de materiales como huesos y estuco, con pruebas de sonoluminiscencia, fluorescencia y difracción de rayos X, utilizando la técnica PIXE (siglas en inglés de Emisión de Rayos X Inducida por Partículas).
Los cuatro especialistas trabajan con 31 fósiles encontrados en Palenque en 1952, cuando el arqueólogo Alberto Ruz Lhuillier, descubrió en ese sitio el emblemático Templo de las Inscripciones.
Los vestigios fueron hallados principalmente en contextos funerarios; dientes de tiburón y espinas de mantarraya fueron depositados como parte de las ofrendas.
La presencia de estos elementos, consideraron los académicos, era una conexión entre sus dos mundos: el marino y el terrenal.
El paleontólogo Jesús Alvarado explicó que los fósiles pertenecen a varios periodos; los más antiguos corresponden al Paleoceno, de hace 63 millones de años.
Los restos fueron utilizados principalmente con fines rituales durante el periodo Clásico Tardío, entre los años 600 y 850 d. C., cuando seguramente fueron descubiertos por los pobladores de Palenque, acotó.
En tanto, el especialista en peces fósiles, Alvarado, realizó trabajos de prospección paleontológica para cotejar los materiales utilizados en esa zona con las rocas que contenían los fósiles, comprobando que eran los mismos.
'Palenque está construido sobre diferentes formaciones geológicas, que son las portadoras de los diferentes materiales arqueológicos, como rocas que fueron utilizadas para construir la ciudad y que son las que tienen fósiles de peces en sus lajas', indicó el investigador.
El terreno actual de ese sitio es casi plano, pero sospecha que los pobladores de esa ciudad maya modificaron la estructura de la región al extraer muchas lajas, y fue cuando encontraron los fósiles de 63 millones de años.
Alvarado explicó que hace cinco millones de años no existía Centroamérica como parte del continente ni como la línea territorial actual conectada a Sudamérica y Norteamérica.
'Antes, esa zona eran pequeños islotes y formaba corredores que permitían pasar a los organismos vivos; por ello, hay una mezcla singular del norte y del sur, y no es homogénea', explicó.
El cambio del ecosistema marino al terrestre ocurrió por la dinámica del planeta. Un choque entre la parte norte y sur de América provocó movimientos en las placas tectónicas, que modificaron los niveles continentales respecto al mar, lo que favoreció la formación de una zona territorial intermedia.
De aquel tiempo datan los fósiles de peces, crustáceos, grandes tiburones, mantarrayas y tortugas que dejaron sus fósiles hasta la época maya, para integrarse a una cosmovisión que integró al mar y la tierra.
Este trabajo, reconoció la arqueóloga Martha Cuevas, ha permitido realizar análisis multidisciplinarios de los fósiles y reinterpretar el conocimiento que esa cultura tuvo de un pasado marino que integró a su cosmovisión.
'La existencia de esos fósiles nutrió la concepción maya de una ciudad marina asociada al inframundo', comentó Cuevas y añadió que la idea central del trabajo entre el INAH y la UNAM fue comprobar si el contacto con esos vestigios aportó elementos a su visión del mundo.
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