Cultura
Margaret Atwood: un cáustico y esperanzado futuro
La canadiense, Premio Booker y Príncipe de Asturias, habla en entrevista sobre su momento literario y sus búsquedas creativas
Autora de una vasta obra narrativa, con más de 60 títulos, premiada con galardones como el Booker inglés o el español Príncipe de Asturias, ícono de la literatura canadiense, por su don para contar historias, resiste a los halagos, no se considera una estrella de la literatura y sonríe modestamente, cuando asegura: “no creo que me conozcan tanto en México”. Contempla todo a su alrededor con detenimiento, como si en su entorno existieran elementos que pudiera utilizar en su próximo texto. En estos días trabaja en el tercer volumen de la trilogía distópica MaddAddam, que recoge la línea de Oryx and Crake y The Year of the Flood. Prefiere no abundar en detalles, pero espera terminarlo pronto y publicarlo para entonces hablar de él.
Al hablar, se percibe el afán de perfeccionismo y el rigor de quien no deja nada a la improvisación en sus respuestas: elaboradas, agudas, poéticas, como si al hablar también estuviera escribiendo. Demostraba su veteranía en cada argumento, dando resonancia a cada palabra. Se describe a sí misma como meticulosa al elaborar cualquier composición. “Es una obsesión personal, preferiría no tenerla, me pierdo en ocasiones sobre la estructura, sobre cómo voy a contar la historia, pero estoy atrapada por mi propia fatalidad”.
El poema que cayó del cielo
Supo que iba a ser escritora a los 16 años cuando “un día que iba de vuelta a casa desde la escuela por el furtivo camino de costumbre, un enorme pulgar invisible descendió del cielo y se apoyó en lo alto de mi cabeza, presionándome. Entonces surgió un poema. Era un poema melancólico, de la clase de poemas que los jóvenes escriben”. Su padre, entomólogo, madre nutrióloga y hermano zoólogo propiciaron el contexto ideológico en el que Atwood se desarrolló como hija, hermana y escritora.
Novelas, ensayos o poesía, ficción o no ficción ¿cómo decide? “Aunque realidad y ficción no se separan, yo no escojo, es lo que está ahí para mi, (tomo) lo que está pasando, cuando creo que es importante para mi escribir sobre un tema y cuando sé que la obra podría hacer una diferencia. Es un compromiso hacerlo así.”
¿Escribir crítica? “No es mi actividad favorita, pero me aleja de pensar en las catástrofes y la sangre, generalmente hago análisis de libros”. Que al adentrarse en un cuento, declara, “es como meterse en un túnel oscuro, sin saber exactamente hacia donde ir, si se llegará al final o se arrepentirá en el camino”. La poesía, es más natural, “sale del interior en un instante”.
Todos los temas provienen de los sótanos de sus memorias, pero aclara: “no hay nada que sea necesario para un escritor”. Sus letras siempre han estado marcadas por la crítica social, asociada con una batalla incesante por subrayar la dignidad de la mujer y una férrea postura contra las injusticias políticas, religiosas, económicas, medioambientales o étnicas.
A pesar de las pesadillas postapocalípticas que plantea en sus historias, desde conflictos armados, crisis genéticas, meteorológicas o pandemias que amenazan la vida entera en el planeta, es optimista respecto al futuro: “los que escribimos sobre estos temas así somos, si no fuera así, no perderíamos el tiempo escribiendo libros […] creo, aún existe esperanza, el futuro es trazado de acuerdo a la voluntad de los humanos”.
Atwood cree haber alcanzado algunos avances para dotar de identidad a su país: “muchos creían que la literatura canadiense no existía, inclusive los propios canadienses”, apunta, considerándose honrada cuando se refieren a su estilo, lleno de referencias pictóricas, como un acercamiento práctico para todo aquel que quisiera conocer la geografía imaginaria del norte de América y a ella como la constructora del camino para nuevas voces connacionales. Sin embargo, espera que su obra “no sea leída exclusivamente como canadiense, sino como el reflejo de cada uno de los lectores que, a través del mundo, sintiendo el destino de cada personaje, sin serles completamente ajeno, les revele experiencias que hasta entonces no sabían comunes, en algo más profundo, más universal”, explica y rechaza el encasillamiento con que se describe a su narrativa como ficción especulativa.
Respecto a su proceso de escritura, la canadiense sigue un ritual que, aunque revela tratar de mantenerse lo más actualizada posible, todavía “escribo a mano y transcribo, porque me da mayor claridad mental el bolígrafo y el papel, veo cómo fluyen las letras desde el cerebro y se vierten de una manera muy natural”. Agradece su talento a su acumulación de lecturas a través de los años, pero recalca el haber crecido entre libros, desde pequeña. Inclusive cuando no sabía leer, siempre hubo alguien que le relataba las historias impresas.
Tedioso, hablar de los escritores
Cuestionada sobre el momento que pasa en su carrera, la invitada de honor de la Séptima Conferencia Internacional de Escritores y Festival Literario de San Miguel de Allende, Guanajuato, de 72 años, dice divertida que vive la “edad de las abuelas”. El humor cáustico, característico suyo, asoma de nuevo en la conversación: “Además de morir… proyectos literarios siempre habrá, hablar de la vida de un escritor no es tan interesante, siempre es platicar del libro que salió o el que sigue, por eso, tal vez, no hay tantas películas sobre la vida de los escritores, el escritorio, la máquina de escribir y la pipa, se vuelve simplemente tedioso”, vuelve a bromear. Autobiografías, no por el momento. El Nobel no es una obsesión, confiesa.
Los 10 minutos habían llegado a su fin y los encargados de la agenda de la escritora presionaban para detener la conversación. A la carrera hubo tiempo de hacerle una última pregunta: ¿cómo sería Margaret Atwood si fuera uno de sus personajes? “Me describo bastante en cada uno de mis libros”, dice y ríe modestamente.
“Tu escritura eres tú, o como las participaciones de Hitchcock en sus filmes, pero me veo como universitaria recién egresada, vestida por completo de negro, hablando sólo de muerte”, bromea de nuevo, “pero sería un animal, un zorro quizá”, en retrospectiva de la relación que los animales tienen en su trabajo.
Agrega que se identifica también con algunas de sus construcciones narrativas, con las mentiras que ayudan a inventar enrevesadas historias. “Los novelistas no hacemos otra cosa”, se ufana.
PARA SABER
De literatura y tuits
Margaret Tawood nació en Ottawa, Canadá, el 18 de noviembre de 1939.
Es poeta, novelista, ensayista, activista política, militante feminista y ecologista.
Se formó en Artes en el Victoria College, de la Universidad de Toronto, con estudios posteriores en Cambridge y Harvard.
Ha escrito más de 60 títulos entre novelas, poesía, crítica, antologías, literatura infantil, narrativa de no ficción y hasta guiones para televisión.
Premio Booker en 2000, por El asesino ciego y Premio Príncipe de Asturias de Literatura en 2008. Se le menciona cada año entre las candidatas al Nobel de la especialidad.
Escribe tanto en inglés como en francés. Ha sido traducida a más de 40 idiomas, incluyendo farsi, japonés, turco y finlandés.
Margaret Atwood actualmente vive en Toronto con su esposo, el escritor Graeme Gibson
Tiene más de 300 mil seguidores en Twitter, y es considerada por el diario inglés The Guardian como una de las mejores 10 personalidades a observar en la red social.
Entre sus novelas traducidas al español están: El asesino ciego, El cuento de la criada, Penélope y las doce criadas, El año del diluvio. No ficción: Pagar (Con la misma moneda). Literatura infantil: Arriba en el árbol.
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