Cultura
Los grandes de la literatura latinoamericana desfilan en el Hilton
Mario Vargas Llosa y Elena Poniatowska llegan a la puerta del hotel, rodeados de un séquito de seguidores
Mario Vargas Llosa deja el Hotel Hilton en una camioneta tinta,
Elena Poniatowska llega a la puerta del edificio rodeada de un séquito de seguidores y representantes editoriales.
Vestido de traje oscuro, camisa blanca, pulcro, Vargas Llosa firma autógrafos y se deja tomar fotos con los afortunados que están de paso y que lo han reconocido. Porque los que abarrotaron el auditorio Juan Rulfo, por el diálogo entre Mario y el escritor David Grossman, tuvieron que quedarse con las ganas de acercarse.
Mario Vargas Llosa se sube a una Suburban tinta de interiores en piel: se va a comer a Tlaquepaque.
Sentado en el lugar del copiloto, el Premio Nobel de Literatura tiene panorama abierto de frente y al costado derecho, para atender lo que las calles de la Zona Metropolitana de Guadalajara le quieran decir. Lo que no cuando desfila por los pasillos de la FIL y del Hilton, dentro de una barrera humana que cuando no de seguidores, de amigos escritores y de hombres de seguridad que le tapan el paso.
Dice el peruano que no puede describir en una frase lo que es ser escritor. Que su venida a la FIL la vive con mucha alegría, como siempre. Percibió a la gente muy interesada en la charla con Grossman, contenta, y las palabras del escritor israelí le parecieron muy importantes y sensatas. Sólidas. Cuando un lector suyo le pregunta qué recomienda a los jóvenes desenamorados de los libros, suelta un: "Lean, lean. Les va a enriquecer mucho la vida".
Apenas los fans de literatos se recuperan de ver a Vargas Llosa, revisan dos y tres veces la foto que se tomaron y cuando voltean a la derecha se acerca Elena Poniatowska. Elenita, la llaman aquí y allá. Para preguntarle por su premio, para platicarle una anécdota que Juan de la Cotona tuvo con su marido, para pedirle fotografía y autógrafo.
La escritora parte su capacidad de atención en todos los que puede. Y tiene aunque sea un "gracias" para cada quien. Al osado que burle la barrera de sus acompañantes le planta sus ojos azules enfrente, le escucha y le responde brevemente, para que todos alcancen de su atención. No hay contestación que no dé con una sonrisa.
Lo que alcanza a decir es que la FIL es muy "bonita" porque recibe mucho cariño. Que el ambiente es muy "bonito" porque es de puros libros, libros y libros.
A Elenita se la lleva su barrera humana. También va a comer a Tlaquepaque.
EL INFORMADOR/ MIRIAM PADILLA /ALEJANDRA PEDROZA
GUADALAJARA, JALISCO (02/DIC/2013).- Esta historia puede llamarse El encuentro de dos Premios Cervantes, pero no. Mientras
Vestido de traje oscuro, camisa blanca, pulcro, Vargas Llosa firma autógrafos y se deja tomar fotos con los afortunados que están de paso y que lo han reconocido. Porque los que abarrotaron el auditorio Juan Rulfo, por el diálogo entre Mario y el escritor David Grossman, tuvieron que quedarse con las ganas de acercarse.
Mario Vargas Llosa se sube a una Suburban tinta de interiores en piel: se va a comer a Tlaquepaque.
Sentado en el lugar del copiloto, el Premio Nobel de Literatura tiene panorama abierto de frente y al costado derecho, para atender lo que las calles de la Zona Metropolitana de Guadalajara le quieran decir. Lo que no cuando desfila por los pasillos de la FIL y del Hilton, dentro de una barrera humana que cuando no de seguidores, de amigos escritores y de hombres de seguridad que le tapan el paso.
Dice el peruano que no puede describir en una frase lo que es ser escritor. Que su venida a la FIL la vive con mucha alegría, como siempre. Percibió a la gente muy interesada en la charla con Grossman, contenta, y las palabras del escritor israelí le parecieron muy importantes y sensatas. Sólidas. Cuando un lector suyo le pregunta qué recomienda a los jóvenes desenamorados de los libros, suelta un: "Lean, lean. Les va a enriquecer mucho la vida".
Apenas los fans de literatos se recuperan de ver a Vargas Llosa, revisan dos y tres veces la foto que se tomaron y cuando voltean a la derecha se acerca Elena Poniatowska. Elenita, la llaman aquí y allá. Para preguntarle por su premio, para platicarle una anécdota que Juan de la Cotona tuvo con su marido, para pedirle fotografía y autógrafo.
La escritora parte su capacidad de atención en todos los que puede. Y tiene aunque sea un "gracias" para cada quien. Al osado que burle la barrera de sus acompañantes le planta sus ojos azules enfrente, le escucha y le responde brevemente, para que todos alcancen de su atención. No hay contestación que no dé con una sonrisa.
Lo que alcanza a decir es que la FIL es muy "bonita" porque recibe mucho cariño. Que el ambiente es muy "bonito" porque es de puros libros, libros y libros.
A Elenita se la lleva su barrera humana. También va a comer a Tlaquepaque.
EL INFORMADOR/ MIRIAM PADILLA /ALEJANDRA PEDROZA
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