Cultura

Lo que eres, me distrae de lo que dices

Los anteojos de Bakersville

Lo que eres, me distrae de lo que dices

El escritor irlandés Bernard Shaw sabía que firmar un cheque por una pequeña cantidad generaba su conservación, es decir, no era cobrado, puesto que el autógrafo valía más. Lo mismo pasaría en estos momentos con un cheque firmado por el presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Sería guardado como una pieza de museo que con el tiempo valdrá más que la cantidad señalada.

El mundo de la fascinación por lo coleccionable está plagado de adoradores de falsas imágenes. La idolatría por este tipo de objetos nos deja, como dice Gabriel Zaid, sin ojos para ver los milagros de la realidad. Esto es parte del principio que hace que un "best seller" venda más por el simple hecho de que vende más o que un famoso sea conocido por ser famoso.

Para la escritora Vilma Fuentes, la firma posee varios significados al momento de relacionarse con el dinero. En efecto, el mismo Picasso solía firmar después de haber cobrado, aunque también autentificó falsificaciones hechas por españoles republicanos que pudieron sobrevivir gracias a ello. Y qué decir del pintor holandés Willem de Kooning, que pagaba con cheques sus cotidianas aventuras con meseras, vendedoras y cuanta mujer levantaba en la calle, hasta que su hija, harta de los abusos, realizó un proceso de invalidación de su firma en cheques. De Kooning optó entonces por pagar a sus mujeres con pinturas firmadas, un hecho que puso a correr a galeristas y mercaderes tras meseras y prostitutas para adquirir las piezas.

El lunes pasado, la ministra de cultura de Francia, Christine Albanel, habló del robo de un cuaderno de Pablo Picasso del museo del artista en París, valuado por especuladores y aficionados al juego del arte en ocho millones de euros. La ministra puso la pieza en su real dimensión, al señalar que el documento era más de tipo científico que artístico. Es en realidad un simple croquis de 30 páginas de los años 20 hecho a lápiz, cuyo valor no pasaría de los tres millones de dólares.

Si bien tiene un valor, destacó Albanel, es científico y no de mercado. Sus palabras fueron respaldadas por Anne Baldassari, directora del Museo Picasso de la capital francesa, quien aseguró además que el documento no tendría una venta fácil.
Los especuladores saben que el legado de Picasso es también el apellido. Sus herederos crearon una empresa para cobrar las reproducciones. En los años 70, el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) pagó ocho mil 500 dólares por utilizarlas, lo mismo que Citroën por bautizar su modelo Xsara.

Picasso era consciente de su poder, como señala Fátima Uribarri en su artículo La trágica herencia de Pablo Picasso: "Sabía que solo con firmar en el mantel de papel de la mesa de un restaurante, quedaba pagada la cuenta de 40 comensales". La anécdota es conocida. El pintor pidió la cuenta en un restaurante y el dueño, emocionado y fascinado por la visita del genio, se negó a cobrarle. Sin embargo, le pidió "un dibujito", ahí nomás, en el mantel. Picasso sonrió y preguntó si quería que le pagara una comida o que le comprara el restaurante. Hoy sabemos que con un Picasso se puede comprar una cadena de restaurantes. Con esa misma mordacidad, el pintor es descrito por Enrique Serna en su cuento Hombre con minotauro en el pecho.

En uno de lo poemas de Pedro Salinas se lee la frase "lo que eres me distrae de lo que dices", un arrebato de admiración contemplativa que explica este tipo de actitudes y conductas. Que nadie se distraiga, el cuaderno robado de Picasso no solo carece de valor comercial, también de contenido artístico. Ya aparecerá.
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