Cultura
Lidya Cacho convive con jóvenes tepehuanos
Al principio andaban muy calladitos. Pero apenas asistieron a un encuentro con dos escritores gallegos y la periodista mexicana Lydia Cacho, relajaron el cuerpo
El camión tendría que haber llegado a las 17:00 horas, pero llegó hasta las 22:00 horas. Los maestros de la telesecundaria 545 querían bajar la sierra mientras había luz, pues en los últimos tres meses se ha recrudecido la violencia por allá –zona de trasiego y disputa entre los Zetas y el “Chapo” Guzmán- y “ya nos han sacado muchos sustos” en la carretera. Esos “sustos” son retenes de los grupos delictivos que vigilan el territorio. “Y aunque se nos hizo muy noche, decidimos arriesgarnos; ya le habíamos prometido a los niños que conocerían la feria”, relata el director, Félix Espinoza.
Después de 10 horas de camino, el grupo –que portaba la vestimenta tradicional de manta- llegó sin dormir directo al área infantil y luego pasaron al Pabellón de Alemania. Tocaron los libros, especialmente los del área infantil, “¿Qué dice aquí?”, preguntó uno de los chicos. Un alemán le tradujo y luego le pidió que le enseñara a decir gracias en su tepehuano, “texchab”, le dijeron varias al unísono. “¿Cómo?”. “Texchab”, repitieron en coro.
La gente pasaba y se detenía a tomarles fotos, a preguntarles de dónde eran o simplemente se quedaban pasmados como si acabaran de ver a la santísima Trinidad. Paradójicamente, algunos mexicanos conocen más de Alemania o España que de las comunidades indígenas de México. Paradójicamente, también, es difícil encontrar traducciones del castellano a la lengua tepehuana… de lo poco que existe en su idioma es la traducción de la Constitución Mexicana.
Al principio andaban muy calladitos. Pero apenas asistieron a un encuentro con dos escritores gallegos y la periodista mexicana Lydia Cacho, relajaron el cuerpo. Los autores platicaron sobre cómo empezaron a escribir y luego hicieron preguntas a los estudiantes.
-Y a ustedes les gusta leer-, preguntó Lydia Cacho.
-¡Sìiiiii!- respondieron intensamente.
-¿Y alguno de ustedes ha pensado en ser escritor?
-Yo -se levantó una niña con una larga cabellera negra azabache que ya quisieran muchas edecanes que andan en la FIL con sus extensiones postizas-. Soy Graciela, tengo 13 años y quiero escribir cuentos y de lo que pasa en mi familia.
-Yo también. Soy Anahí y me gusta escribir cuentos de animales, de personas y de terror. Como del 2 de noviembre- dijo la niña.
-Miren, parece que tenemos a una escritora de terror entre nosotros-, exclamó Rosa Aneiros.
Los escritores lograron hacerlos sentir en confianza y confesaron que en los años que han visitado la feria, éste había sido el evento más especial. Y cómo no, si los chavos cantaron el Himno Nacional eh tepehuano y compartieron sus anhelos. “Yo quiero ser doctora porque veo que en mi pueblo la gente sufre mucho; y quiero curar a mi familia”. “Yo quiero ser futbolista, como ‘El Chicharito’”. “Yo quiero ser científico-matemático”. “Yo antes no leía y quería ser secretaria, pero recapacité por ver a mi hermano que leía libros. Así que ahora quiero ser científica”. “Yo quiero ser maestra y yo no me quiero casar, porque las que se casan no leen y les hace falta para mejorar la vida… Ojalá mis padres sigan apoyándome para seguir estudiando”.
Lydia Cacho estaba fascinada. Preguntó si alguien de ahí quería ser político. “Noooooo”. ¿Por qué? “Porque hacen trampas”, “son mentirosos”, “prometen cosas y no cumplen”.
Luego una niña preguntó si podía ser maestra y también escritora. Los autores respondieron que, claro, que se podía ser todo además de ser escritora. Marcos Calveiro les preguntó cómo se decía “soy escritor” en tepehuano y todos respondieron “añ jir vandám”.
Los jóvenes también platicaron de su tradición El mitote (xiotalh, en tepehuano) y el diálogo comenzó a cambiar de dirección –porque, cada vez más, parece que en todos los temas hay algún rastro del narco- al punto que Lydia Cacho preguntó, “y ustedes conocen qué son los narcotraficantes”, “Síiii”, gritaron todos. “¿Levante la mano quien ha visto que hacen daño?”. Todos levantaron la mano, sin excepción.
María de la Luz aclara que en la sierra no les dicen narcos, “allá los conocen como sicarios”. A su padre se lo llevaron hace tres años. No lo ha vuelto a ver y muere por decirle que conoció la FIL, que quiere escribir “y que ojalá volviera, porque lo extraño y quisiera tenerlo conmigo para que me ayude a seguir estudiando”.
Todos se llevaron un lápiz que les regaló la autora gallega para que, ojalá –dijo-, al menos uno de ellos les presuma algún día: “añ jir vandám (soy escritor)”. Por la noche partieron sonrientes, una vez más arriesgándose por las carreteras de Zacatecas y Durango…
EL INFORMADOR / ALEJANDRA GUILLÉN
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